Correspondencia desde dos rincones de una habitación

La editorial Jus publica este pequeño pero interesantísimo libro que recoge las cartas que intercambiaron M.O. Gershenzón y V.I. Ivánov cuando ambos estaban ingresados en un sanatorio en la rusa soviética de 1920.

La razón de ser de la correspondencia, su tema por así decirlo, oscila entre la metafísica y el valor de la cultura en un mundo que la revolución rusa había sumido en una crisis profunda, al dar al traste con todos los valores sociales y culturales que hasta el momento habían parecido sólidos, inmutables.

En este diálogo, Gershenzón representa al intelectual hastiado de la vida en sociedad, de un mundo cultural que le es “pesado” y del que quisiera saber cómo librarse. “Qué maravilloso sería”, dice, “sumergirme en el Leteo para que del alma se limpiase, sin deja rastro, cualquier recuerdo de todas las religiones y los sistemas filosóficos, de todo saber, arte y poesía, y volver a la orilla desnudo como el primer hombre”.

Frente a él, Ivánov puede ser identificado con el hombre religioso, con el poeta (en el sentido antiguo) que considera su profesión como la de la transmisión de una palabra revelada. Para Ivánov el contacto con el Logos divino es posible y la cultura, lejos de ser una carga, se muestra como un camino, como una serie de huellas que se pueden seguir para alcanzar la revelación. Por más que ésta sea, como no puede ser de otro modo, íntima y muy difícil (por no decir imposible) de comunicar a los demás.

“Pienso que la conciencia puede ser completamente inmanente a la cultura, pero también puede ser en parte inmanente y en parte transcendente”, dice Ivánov, quien quiere explicar así que para él, el sistema cultural en el que ha nacido un hombre (lo que en términos marxistas althuserianos llamaríamos la ideología) puede ser transcendido gracias a las experiencias poéticas y a las sensaciones místicas. Una persona, dice Ivánov, puede subir por encima de los condicionamientos socio-culturales y ver el absoluto, contemplar la divinidad.

Ambos autores son, como Gershenzón reconoce en una de sus cartas, como dos polos que se trajesen, aunque ninguna ceda jamás en su posición. Como en una danza, por momentos parece que estén llegando a una especie de síntesis, pero finalmente la separación vuelve a producirse. El discurso es tenso, la argumentación profunda y al carácter adanista de Gershenzón (roussoniano por momentos, pero anticipando también como ahora veremos a autores como Thoreau) choca una y otra vez con la fe en las posibilidades transcendentes del hombre de Ivánov.

El primero señala, anticipando como decíamos esa vuelta al mundo puro de los bosques que será tan habitual en las siguientes décadas en Occidente: “¿Qué es lo que quiero? Quiero la libertad de conciencia y de búsqueda, quiero la frescura originaria del espíritu para ir adonde me plazca, por los caminos que nadie ha recorrido, por los senderos vírgenes, primero, porque sería divertido y segundo, porque, quién sabe, tal vez en las vías nuevas encontraríamos más. Pero no: lo principal es que aquí todo es tan aburrido como en nuestro sanatorio. Apetece escapar a campos y a bosques”.

Y el segundo, como si hubiera podido leer ya la posterior Filosofía Perenne de Huxley, responde con citando a Goethe: “Lo verdadero fue encontrado hace ya tiempo y ha unido a los espíritus mas nobles: ¡Toma las verdades más antiguas!”.

Libro denso en ideas en su brevedad, con una prosa que nos hace retroceder a una época culturalmente más dotada -¿quién escribiría hoy una carta o un email no ya con este tema, sino con esta prosa tan brillante?-, el libro es una obra recomendable para los interesados en el papel de la cultura, y su peso, sobre el individuo y dos de las respuestas históricamente más relevantes que se han dado para transcender ese condicionamiento: la fe religiosa y lo que podríamos denominar de adanismo, de vuelta a los orígenes. Aunque Ghersenzón diría que no se trata de volver a la cueva, sino de crear un nuevo mundo donde lo individual vuelva a ser “el punto de partida al que todo debe regresar”: no volver a la infancia, sino volver a ser niños pero sin renunciar a lo ya sabido.

 

 

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