Las cartas a su vecina de Marcel Proust: una oda al silencio

“Cartas a su vecina” (Elba, 2021) reúne las cartas que Proust envió a Marie Williams, su vecina. Una oda a la necesidad de silencio de uno de los escritores más geniales de la historia de la literatura y uno de los de inicio del siglo XX (esa época dorada) que mejor ha envejecido.

Las historias sobre la necesidad de silencio de los escritores son tan antiguas como la propia escritora. Kafka, por ejemplo, soñaba con un sótano en el que escribir a la luz de una vela, sin saber si era de día o de noche. Flaubert se refugió en el campo sin más compañía que la de su madre y un sirviente para poder corregir y corregir sin molestias. Y la lista podría seguir.

En esa lista, Proust ocupa un lugar muy especial, ya que hablamos de un escritor que fue capaz de pagar parte del sueldo de los trabajadores de un comercio vecino para que estos no le molestaran a primera hora de la mañana y comenzaran su jornada laboral más tarde.

Gracias a la biografía íntima de Felice (Monsieur Proust), habíamos podido echar ya un vistazo al interior de una de las casas más míticas de la literatura: la que durante doce años ocupó Proust en el número 102 del Boulevard Haussmann. Estas cartas a su vecina ahondan en una relación que Felice ya daba a conocer, la del escritor con Madame Williams, sensible mujer de un no tan sensible dentista que había abierto consulta encima de las habitaciones del escritor. Lo que, como puede imaginarse, no dejaba de suponer un tormento para este.

Desaparecidas durante años, las veintitrés cartas que componen este volumen y que Proust remitió a Marie Williams entre aproximadamente 1908 a 1919 -por desgracia falta la respuesta de ella-, se convirtieron en la estrella de la inauguración hace una década del del Musée des Lettres et des Manuscrits de París, uno de esos lugares imprescindibles para todo bibliófilo, especialmente si admira a los grandes autores franceses del XIX y XX.

En el fondo, ¡quién sabe!, siempre he pensado que el ruido sería soportable si fuese continuo. Dado que de noche arreglan el boulevard Haussmann, de día rehacen su apartamento y en los intervalos se dedican a demoler la tienda del 98 bis, es probable que cuando esta cuadrilla filarmónica se haya dispersado, el silencio suene en mis oídos tan antinatural que, lamentando la desaparición de los electricistas y la marcha del tapicero, añoraré mi canción de cuna.

Proust en una carta a su vecina

Silencio, se escribe

La correspondencia comienza en una época en la que Proust había ya comenzado la redacción de En busca del tiempo perdido y en la que se comenzaba a retirar cada vez más del mundo. Los horarios en la casa del Boulevard Haussmann eran, como poco, exóticos. Se vivía de noche y se dormía de día. Los criados no se podían mover de la cocina para no molestar al escritor. Es fácil suponer lo que para Proust, en ese régimen de vida y de exigencia de silencio, pudo suponer tener sobre sí la consulta de un dentista.

Cartas a su vecina (Elba, 2021)

Por suerte, Marie Williams -sensible música- era admiradora temprana de Proust y puso todo lo que pudo de su parte para ahorrarle molestias. Las cartas que se reúnen en Cartas a su vecina hablan sobre todo, pues, de ruido, de silencio, de agradecimiento por la paz proporcionada o de ruegos para que esta paz llegue en fechas concretas. La no siempre sencilla relación con los vecinos de un escritor, pero aquí pasada por el tamiz irónico, culto y siempre elegante del escritor de principios del siglo pasado que mejor ha resistido el paso de los años.

En las cartas se avista cómo la soledad de Proust se ofrece como consuelo a una mujer cuya biografía nos presenta, en esa época, como una mujer también solitaria, abandonada por un marido más preocupado por sus amantes y la práctica del golf que por ella.

Unas cartas sin despedida ni fecha

Falta por desgracia la despedida, el adiós entre los vecinos cuando ambos, a causa de la venta del inmueble por parte de la familiar de Proust a la que pertenecía, tuvieron que mudarse. Un Proust que, según su famosa criada Felice, se quejó de que, de haber sabido que el inmueble estaba a la venta, lo hubiera comprado él mismo total de ahorrarse las molestias de una mudanza y de un cambio en sus rutinas. Pero ¿hubiera permitido el Proust propietario el menor ruido en su edificio? Produce cierto regocijo imaginarse a alguien tan maniático como dueño de los ruidos y horarios del edificio.

Si ofrece algunas dudas en la datación de algunas cartas, la obra cuenta sin embargo con el atractivo de abrirnos de par en par la intimidad de este autor convertido en mito, en paradigma de lo que fue la figura del “genio”, hoy en decadencia. Cartas que fueron enviadas no a través de la escalera que separaba a ambos corresponsales, sino en ocasiones por correo y muchas veces en medio de la noche, pues lo que impedía a Proust hablar cara a cara con su vecina era, además de su enfermedad, sus imposibles horarios.

Un regalo para todos los admiradores del mito Proust: uno de los últimos escritores geniales y el ejemplo del escritor snob, apartado, excéntrico, exquisito, elegante y único. También en su correspondencia.

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