Don de lenguas: aire de familia

“No tengo ninguna ambición, ningún deseo de ser original ni novedoso”, sostiene el crítico y poeta Philippe Jaccottet (Moudon, Suiza, 1925), antes de apostillar: “cuando se escriben poemas no se parte de un libro sino de la vida”. “No hay dictadura ni censura capaz de amordazar el interior del escritor”, afirma el poeta José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926). Concluye Umberto Eco (Alessandria, Piamonte, 1932): “la primera enfermedad que ha causado Internet ha sido la soledad”.

La conversación no es una ciencia. Ni siquiera exacta. Mucho menos imparcial. Lo fácil es que el entrevistador pase la velada tomando notas sobre lo dicho por el entrevistado y luego, en casa, reúna las anécdotas y el material escrito en un volumen más o menos extenso. Lo difícil es lo que el poeta, crítico y ensayista Jordi Doce (Gijón, 1967) ha conseguido en Don de lenguas (2015), ese “aire de familia” que impregna este libro de entrevistas donde predominan “la inteligencia, la sensibilidad y el talento literario”.

La edición de Confluencias es portátil y fácil de manejar. No demasiado extensa, apenas un centenar y pico de páginas, no debe ser leída de una sentada. Su concisión es epigramática; su erudición, proustiana. Se trata, en esencia, de una diversión. Una especie de micro Anatomía de la melancolía, donde se dice todo lo que es susceptible de ser dicho, y en el que Doce ha moldeado el material no con el espíritu del mero reproductor, sino como un escultor trabaja su arcilla.

Se trata, sin duda, una de las grandes virtudes de Don de lenguas: mostrarnos lo divertido que es hablar de y desde la literatura. En el libro se muestra a los autores, gigantes morales e intelectuales, junto a sus rarezas y debilidades. “Necesitas dinero para escribir y no te queda más remedio que escribir artículos para una revista que a lo mejor no te gusta”, confiesa el novelista y ensayista Cees Nooteboom (La Haya, 1933). “Cuanto más viejo me hago, más lamento no haber tenido una actitud entregada a mi obra”, lamenta el premio Nobel Seamus Heaney (Derry, Irlanda del Norte, 1939 – Dublín, 2013). “No me considero un novelista”, reconoce Paul Auster (Newark, Nueva Jersey, 1947), “me veo más bien como un relator, un fabulador: estoy lleno de historias”.

Doce es de lo más actual al cruzar dominio público y vida privada, al retocar el retrato formal con pinceladas de fragilidad. Lo brutal de esta auto-revelación resuena en nuestra sociedad obsesionada con la vida privada de las celebridades. El conjunto constituye un retrato vívido, donde el entrevistador se muestra como un artista y un ser humano falible, experto en el arte de mostrar la vida del otro. Detrás de las preguntas, vemos al poeta reír y emocionarse, cuestionar su propia erudición, aprender y hacer que aprendamos.

Doce no se limita a transcribir la conversación: se apropia de ella. El resultado es un homenaje, un acto de agradecimiento. Tras una inmersión prolongada en este libro, uno resiente la pobreza y volubilidad de la cháchara contemporánea que supuestos intelectuales despliegan en tertulias televisivas. Los protagonistas de Don de lenguas saben cómo divertirse, pero también saben ser inteligentes. Doce ha escrito sobre estos autores porque son extraordinarios, y gracias a su devoción, ahora tenemos uno de los más vívidos retratos de una época: la nuestra.

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