Casas: un artista es alguien en quien no se puede confiar

Analizamos la colección de ensayos “La voz extraña”

El interlocutor de la colección de ensayos La voz extraña (Ediciones Universidad Diego Portales, colección Huellas, 2014. Edición de Leila Guerriero) es un alma errante. El alter ego del narrador y poeta argentino Fabián Casas (Buenos Aires, 1965) es un hombre obsesionado con la memoria. Su verdadero rostro es estatua de Jano, la cara falsa mirando al frente, la verdadera en la parte posterior de la cabeza, mirando hacia atrás con ira: “Rumble Fish es una película de bajo presupuesto (…) Habla sobre la relación de dos hermanos encerrados en un barrio periférico, sin salida (…) La película está cargada de significación, con símbolos a granel. Pero igual – y esto la hace fascinante – termina siendo inasible (…) Los que tuvimos la desgracia o la suerte de crecer en un barrio, sabemos qué significa eso” (p. 21).

Sus personajes fracasados no se acomodan a su destino. En el ensayo “Por el camino de Swan Song”, Fabián Casas equipara el destino del artista desconocido Carlos Slowhand, al del conocido músico de rock Jimmy Page. Preso de la inmovilidad más absoluta, el primero es consciente de la insuficiencia de su mundo. Al igual que el último, no se resigna. La música los mantiene jóvenes y lozanos, pero también llenos de un deseo inevitable. El arte hace que se crucen sus caminos: “Me gusta pensar que Jimmy Page y Carlos Slowhand caminaron en círculo, orbitándose como planetas, por las calles de Buenos Aires. En algún punto se deben haber tocado, tienen que haber estado en el mismo lugar” (p. 51).

El volumen La voz extraña se divide en 45 capítulos que son, a su vez, sendos ensayos periodísticos. Los lectores pueden leer a través de ellos, de forma tradicional o hacerlo al azar, que es lo que recomiendo. A lo largo de casi 200 páginas, la obra de Casas no cede en pasión e inventiva, lo que se suma al atractivo de un libro en que se habla de Salinger y de Sylvia Plath, del rock y el cine de Coppola, de Batman, Joan Manuel Serrat y los veranos de la infancia. La voz del argentino nos atrae y al mismo tiempo requiere nuestra participación.

Los lectores deben colaborar en la construcción del significado. Casas no cree que su papel como autor sea alimentar con información a un lector pasivo; en su lugar, prefiere que este colabore, proyectándose en la lectura. Las palabras que dedica al autor Elvio Gandolfo en “Función social de la poesía” pueden aplicarse a su propio discurso: “Un tipo escribe unos libros muy flacos, de pocas páginas. Y para algunos se convierte en el mejor escritor del mundo. De hecho, ciertos lugares donde suceden sus relatos se modifican para siempre en la percepción de sus lectores” (p. 71).

El autor, pues, transciende su propio ámbito. El relato participa de forma inevitable en los diversos grados de lo dramático, lo psicológico, lo trágico, lo satírico, lo político. Obliga al lector a convertirse en cómplice, a base de susurrar a veces, gritar las más. Bajo exposiciones convencionales, laten direcciones esotéricas: “En El cazador oculto de Salinger, Holden Caufield, el joven narrador, dice que le gustan esos escritores a los cuales se siente la necesidad de llamarlos por teléfono. Después de releer El carapálida y de leer por primera vez Peripecias del no, uno siente el mismo impulso que Holden, quiere llamar a Chitarroni para preguntarle por sus tramas, para cotejar sus acertijos, sus pequeñas obsesiones, para devolverle los juguetes que deja olvidado en medio de las páginas de ambos libros para felicidad de sus lectores” (p. 86).

Casas construye un laberinto y luego nos deja libres para explorarlo. Su prosa intenta poner ideas en nuestra mente, se deshace en interpretaciones, pistas y personajes. Las capas de significado son infinitas: “Pienso que la derecha existe y que existe la izquierda. Pienso que la naturaleza, por ejemplo, es de derecha. La naturaleza solo se preocupa por la naturaleza. Si un impala de la manada es deficiente, que se lo coma el león para purificar la especie. En este sentido, la izquierda es un tumor para la naturaleza. A la izquierda – como yo la veo – le interesa preservar y proteger a ese ser que no consigue correr a la par que los demás” (p. 118). Los lectores (o al menos los más atentos y curiosos) nos vemos acosados por una incapacidad para dejar de reflexionar sobre las ideas que se forman dentro de ese laberinto. A veces no encontramos la manera de salir. Las más, no queremos hacerlo.

La experimentación formal de La voz extraña es un placer que se renueva con cada lectura. Su prosa es rica en reflexiones metafóricas. El libro está escrito en los márgenes de la vida, pero estos márgenes proporcionan ocasión más que suficiente para encontrar en ellos al ser humano y todos sus predicamentos humanos, demasiado humanos: “… esos seres – padre e hijo – que caminaban muertos de hambre, recorriendo las calles con su changuito metálico en el fin del mundo, nos resultan muy familiares. Son los desplazados de nuestro sistema social, que salen por las noches a juntar la carroña que les dejan los que tienen techo. En la novela de McCarthy, el fin del mundo es más democrático – los implica a todos –; en nuestro territorio el fin del mundo ya empezó y es exclusivo para miles de pobres. Este no es país para cínicos” (p. 146).

Autor de los libros de poesía Tuca (1990), El Salmón (1996), Oda (2003), El Spleen de Boedo (2003) y El hombre del overol (2007), Fabián Casas ha publicado también los libros de ficción Ocio (2000) y Los Lemmings y otros (2006), y los ensayos de Ensayos bonsái (2007), Breves apuntes de autoayuda (2008) y La supremacía Tolstoi y otros ensayos al tuntún (2013). Uno de los principales temas de La voz extraña es la búsqueda de un hilo que unifique vida y obra, pero sin convertirse en un cliché, algo que las mantenga vivas, caóticas, impredecibles. Sus artículos contienen información que, aunque tangencial, puede ayudar a desbloquearnos, a empujarnos a la búsqueda de mayores misterios. La idea de que la información crucial se puede encontrar en lo ajeno, donde es igual de probable que se ignore, sigue siendo importante.

“James Joyce pensaba que la Segunda Guerra Mundial era una mierda porque impedía la expansión de la fuerza del Ulises. Francamente un artista es alguien en quien no se puede confiar. Su arte está por encima de todo y el cambio radical de una sociedad debe venir por el genio colectivo y no por la recalcitrante individualidad de esta gente” (p. 175). Para Casas, una página encarna físicamente una idea o un sentimiento, algo que el lenguaje por sí solo no puede expresar. Su angustia existencial es algo que trasciende edad e ideología. La voz extraña es una de esas experiencias que ningún bibliófilo digno de ese nombre debería perderse.

About Author

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *


× four = sixteen