El plano oblicuo, de Alfonso Reyes

Drácena, editorial que claramente se está especializando en la reivindicación de la literatura hispanoamericana del pasado siglo, acaba de publicar “El plano oblicuo”, una de las más celebradas recopilaciones de relatos de Alfonso Reyes, quien fue para Borges uno de los mejores escritores del siglo XX. Una colección que es ya un clásico en muchos países al otro lado del Atlántico.

Reyes, que es autor de una gran cantidad de obras y que puede servir de ejemplo de lo qué fue y cómo entendió su papel el intelectual del siglo pasado (político, ensayista, autor teatral, narrador…), escribió los textos de “El plano oblicuo” en 1914 a 1924, cuando Reyes se instaló en Madrid y trabajó al amparo de Menéndez Pidal en el Centro de Estudios Históricos. Un tiempo que dejó una profunda huella en su obra, casi tanta como él en los literatos del momento.

Se trata, pues, de unos relatos primerizos, muy marcados, a mi entender por el modernismo imperante en la época. El lenguaje se vuelve el gran protagonista de la mayor parte de los textos, reclamando la atención sobre sí mismo. La trama, además, se aleja mucho de los cánones actuales. No se asienta ni en la sorpresa ni en el enorme misterio, sino que se organiza alrededor de una anécdota singular, casi siempre con algún ribete exótico y romántico, que se desarrolla parsimoniosamente y que suele concluir sin grandes fastos.

Es decir, estamos ante una colección de relatos que es anterior a Borges y a Cortázar, y también a García Márquez, y que adolece, leída hoy, de cierta modernidad. Sin duda, la comparación más válida para estos textos está en Valle-Inclán, con quien Reyes comparte gusto por el lenguaje neobarroco, por los ambientes románticos y por las anécdotas fantásticas.

También hay en Reyes un gusto por la referencia culta, por el personaje o la anécdota enciclopédica, que lo sitúa como un antecesor claro de Borges y que explica la fascinación que éste sentía por aquél. Pienso en relatos como el protagonizado por Chamisso o el “Diálogo de Aquiles y Elena”.

No quiero decir con esto, en ningún caso, que sea un libro que haya que dejar pasar. Al contrario. Todos, lectores y escritores, somos hijos y nietos de otros lectores y escritores. Ni la creación ni el gusto se levantan sobre el vacío. Lo que quiero decir es que no hay que adentrarse en la lectura de Reyes con la mentalidad del lector de relatos del siglo XXI, sino con la del curioso (y todo buen lector es un curioso) que sigue las huellas del gusto literario de nuestros abuelos y bisabuelos.

Así nos será más fácil degustar textos como “La cena”, el relato que abre el libro y que tiene un eco de Poe en esa cita misteriosa que mueve al narrador a recorrer calles vacías, donde suenan los relojes de las torres y llegar a una reunión donde le esperan dos misteriosas mujeres y un no menos misterioso relato.

Similar ambiente romántico tiene “La primera confesión”, donde un convento se convierte en escenario de una curiosa historia. Otros, como “En las repúblicas del soconusco”, tienen un ambiente centroeuropeo donde se siente también el peso que siglos atrás habían tenido las novelas bizantinas. Un relato donde se aúna narración y poesía y que es, a mi modo de ver, uno de los mejores de la colección.

En resumen: Una colección de fabulosas historias, que nos pone en la senda de lo que supuso la narración breve en castellano a comienzos de siglo XX y que además nos abre la puerta a un autor que, como bien explica en su prólogo Antonio Colinas, es lamentablemente desconocido en nuestro país.

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