Dice Layla Martínez en el prólogo a “Lo que yo iba escribiendo. Las mujeres de la generación del 98“, de Carmen Estirado que una de las necesidades más acuciantes de las escritoras contemporáneas es crearse esa genealogía, ese canon, del que como mujeres han carecido hasta ahora. Una genealogía bastarda, lo llama ella, en tanto en cuanto no ha sido bendecida aún por las academias ni los otros poderes del establishment literario.
“El canon ignorado. La escritura de las mujeres en Europa (S.XIII-XX), que publica Ampersand en una bella edición, puede ser un buen libro para comenzar esa genealogía. Una genealogía trazada, como señala la autora, Tiziana Plebani , con un mapa, una brújula y unos pocos, muy pocos, puntos de avistamiento. Así se empieza.
Entre los textos que recupera el libro, llama la atención, por ejemplo y por rarísimo en su época, el acto de venta fechado el 16 de abril de 1044 por Alba, hija de un gramático italiano y que firma el manuscrito, dice la autora “con su grafía elegante, regular, minúscula”.
En un periodo de escasa alfabetización y donde solo los monasterios guardaban un poco de cultura -vedada a las mujeres- la escritura y, con ella, el gesto afirmativo de Alba son más que una sorpresa: un tesoro.
Y junto a ella, las primeras escritoras. Roswitha von Gandersheim, que se cree nacida en el siglo X; la famosa Hildegard von Bingen (siglo XI.) y Elisabeth von Schönau (siglo XII), autoras de obras que van desde la lírica hasta las visiones.
Mujeres que “escribían, a pesar de aprender con sumo denuedo y con modelos gráficos arcaicos”, lo cual no frenaba “la imperiosa exigencia de comunicar. A menudo se excusaban por la impericia y los errores”, pero primaba en ellas la legitimidad para escribir, para contar su vida.
Una necesidad que alcanza una cumbre con la sienesa Caterina Benincasa (siglo XIV), doctora de la iglesia desde 1970 y cuya obra es “un excepcional cruce entre la espiritualidad y la política”. Y que tiene otra cima en Christine de Pizan, a caballo entre los siglo XIV y XV, una veneciana que trabajó como copista y que produjo desde textos líricos hasta la defensa de las mujeres en un poema moral y protofeminista titulado “Epistre au dieu d´amours”.
El libro recupera estas y muchas otras producciones llevadas a cabo por mujeres para trazar ese hilo, esa genealogía que no busca crear un canon alternativo, sino sacudir el actual y completarlo con el nombre de mujeres que han sido apartadas de él no por sus deméritos literarios, sino tan solo por su sexo.
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