El trabajo periodístico -con todas las comillas que quepa poner a este adjetivo- de Marcel Proust comenzó en el instituto. Sus textos en medios suelen estar dedicados a reflexionar sobre el arte y la escritura, entendiendo que su concepción del arte era muy amplia y era capaz de hablar tanto de cuadros como de ópera, teatro o incluso las modas del vestir.
A esas numerosas reflexiones sobre arte y literatura ha dedicado Páginas de espuma, con traducción Mauro Armiño, “Escribir. Escritos sobre arte y literatura”, un monográfico que reúne la totalidad de los textos de Proust sobre el tema.
Especial mención merecen, dentro de todo este corpus, los pastiches desarrollados por Proust a imitación de Flaubert o Balzac.
Muy activo durante sus primeros años, cuando de hecho sus colaboraciones en medios suponen sus únicas publicaciones -está viviendo lo que luego se convertirá en material para A la rechèrche– Proust dejará de escribir entre 1907-1908, debido a la muerte de su madre que le sumirá en una gran tristeza y le llevará a recluirse en un hotel.
Su regreso a la escritura será de nuevo en los medios, con los “Sentiments filiaux d´ un parricide”, sobre el caso real de asesinato de una madre (publicado en Le Figaro), un tema que a él, de duelo aún por la muerte de su progenitora, no podía tocarle más de cerca.
Los dos primeros tomos de En busca del tiempo perdido verán la luz en 1913 y tras el fin de la I Guerra Mundial, en 1919. Centrado en su obra magna y sintiéndolo como tal, Proust no volverá a la prensa hasta 1920, de nuevo con un texto sobre Flaubert como lo fue uno de los primeros de su trayectoria: “A propósito del estilo de Flaubert”.
En un país que había perdido rápido la admiración por Flaubert, Proust muestra en ese texto su filiación con el Oso de Croisset. Un texto que será considerado como el texto fundacional de un nuevo modo de hacer crítica por los formalistas rusos. En él, efectivamente, Proust deja de lado los condicionantes históricos y biográficos y señala la originalidad de Flaubert en aspectos como la sintaxis o en su empleo de distintos tiempos verbales en una misma frase; también en la personalización de objetos y en la construcción de su propia lengua literaria.
Igualmente importantes son sus textos de crítica a Sainte-Beuve, modelo de la crítica historiográfica, a quien Proust atacará por no saber separar el hombre de la obra y por considerar necesario conocer a aquel, y sus circunstancias, para evaluar esta. Para Proust “un libro es el producto de un yo distinto del que manifestamos en nuestros hábitos, en sociedad, en nuestros vicios”. Para reencontrar ese “yo” del autor, el lector debe recrearlo en sí”, dice.
Con este punto de vista pasa Proust repaso al arte y la escritura de su época. Un punto de vista a contracorriente, que se adelanta en décadas al auge del formalismo y que no renuncia en ningún momento ni a la ironía ni a la profundidad que jalonan las mejores páginas de su gran novela.
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