En el año 1525, un muchacho de 15 años, natural de Aquitania, abandona el hogar paterno para iniciar un viaje que le llevará a dar una vuelta a Francia a lo largo de cinco años. Armado de conocimientos sobre alfarería, fabricación y decoración de vidrios y agrimensura, ejercita sus dotes de observación y razonamiento y los aplica a tratar de saciar su curiosidad sobre la naturaleza que le rodea.
Así comienza “El quinto elemento” (Sicomoro, 2019), con cuyo autor, José Manuel Echevarría, hablamos en Mundo Crítico.
¿Cómo surge este libro y cuál es su propósito?
El objetivo principal es dar comienzo a una serie de tres novelas sobre los fundamentos históricos de la Historia Natural con un personaje muy poco conocido del naturalismo europeo que vivió en el siglo XVI. Cuando se repasa la historia del desarrollo de ese conjunto de ciencias, se cae en la cuenta de dos circunstancias interesantes de las que poca gente tiene conciencia. La primera, que la Geología precedió necesariamente a la Biología en esa evolución. La segunda, que el misterio que planteaba el origen y la naturaleza de las “conchas de piedra” (los fósiles), objeto de estudio y especulación desde los filósofos presocráticos, ligó desde el principio a ambas ciencias y fue la cuestión que impulsó con más fuerza la emergencia de sus formulaciones actuales. Por otro lado, este libro es una novela, y un objetivo importante en toda novela debe ser, a mi juicio, interesar y entretener al lector por medio de su argumento y de su narrativa. Otro objetivo importante de El Quinto Elemento es, por consiguiente, que el lector se lo pase bien leyéndola.
¿Por qué la elección de este personaje para abrir la trilogía?
En primer lugar, por empezar desde el principio en la narración global, que discurrirá sucesivamente por los siglos XVI, XVII y XVIII. En segundo lugar, por dar a conocer a un personaje importante para la Historia Natural pero bastante desconocido para la ciencia. El Palissy artista es relativamente famoso entre los amantes de las artes plásticas, pero he podido comprobar sin lugar a dudas que el Palissy naturalista es muy desconocido incluso entre los especialistas en Geología. Finalmente, porque él fue el primero en declarar, por escrito y ordenadamente, que los fósiles son auténticos restos de seres vivos que vivieron en el pasado en los mismos lugares en los que se les encuentra, y que petrificaron al mismo tiempo que se consolidaron como tales las rocas que los contienen. En rigor, podría argumentarse que Leonardo da Vinci lo hizo ya en el siglo anterior, pero lo que escribió Leonardo sobre eso quedó muy disperso en sus numerosos escritos y no se formuló nunca como un cuerpo de doctrina sólido. En sus Discursos Admirables, Palissy sí lo hizo, y nadie volvería a hacerlo hasta que, casi un siglo después, el danés Nicolás Steno publicase su famoso Pródromo. Steno será, precisamente, el personaje central de la segunda novela de la trilogía (El Caballero de Dios), que confío en que pueda publicarse en 2020.
¿Qué acontecimientos históricos acompañan a los descubrimientos de este naturalista a lo largo de la novela?
La larga vida de Bernard Palissy ocupó la mayor parte del siglo XVI y se desarrolló en su edad adulta bajo la sombra del enorme conflicto religioso, político y social derivado de la reforma protestante. En lo que concierne a Francia, el país en el que nació y vivió, se añadió el problema de sus desastrosos enfrentamientos con la España de Carlos I y Felipe II, la gran potencia del momento. Palissy vivió esos conflictos con particular desgracia porque siempre se le consideró hugonote, sin serlo quizá por completo. Así, solo la protección de Catalina de Medici, la Reina Madre viuda de Enrique II de Valois, le salvó de su primera condena a muerte por hereje. Otras circunstancias quisieron que la segunda tampoco llegase a ejecutarse, pero por su causa terminó muriendo de olvido en un calabozo de la Bastilla con cerca de noventa años de edad. La novela está pues bastante condimentada con reflexiones sobre la reforma de Lutero que el propio personaje va elaborando al hablar con algunos personajes famosos del momento, personas con quienes pudo realmente encontrarse aunque no haya constancia histórica de esos encuentros.
¿Hacia qué tipo de lector va dirigida esta obra, más interesado en la ciencia o en la historia del pensamiento?
Sé bien que fue siempre tradición separar esos dos campos, pero yo no veo posible que tal separación pueda ya mantenerse. En gran medida, ambos comenzaron a confluir durante el Renacimiento tardío, la época de Palissy, y ya no dejaron de hacerlo jamás. En la actualidad, quien se interese por la historia del pensamiento debe interesarse necesariamente por la de la ciencia, aunque sé que no todo el mundo lo sabe. Pienso que quien se decida a leer la trilogía “Naturalistas” comprenderá pronto que es así, de forma que yo diría que esta primera novela es tan adecuada para unos como para otros. De hecho, va dirigida a ambos tipos de lectores y las siguientes seguirán en ello. Yo opino que el pensamiento es un todo que no puede partirse en trozos sin perder irremediablemente esa perspectiva holística que permite al ser humano comprender y conocer. Ese famoso concepto de “hombre del Renacimiento” es, precisamente, un resumen de lo que quiero decir, y Palissy fue uno de ellos.
¿Qué puede aportar la mirada de este naturalista a los lectores del siglo XXI?
Bernard Palissy estuvo en la misma raíz de esa nueva forma de pensar que, a partir del siglo XVII, dominó el pensamiento europeo bajo el nombre de “nueva filosofía natural”. La invención de esa nueva forma de mirar las cosas, que consistía en combinar la observación del entorno, la experimentación y la reflexión sobre todo lo observado y experimentado, se atribuye por lo general al británico Francis Bacon. El método de Bacon supuso la ruptura con la metafísica como aproximación al conocimiento y marcó el paso de lo medieval a lo moderno. Palissy fue un adelantado de esas nuevas ideas porque, siendo prácticamente analfabeto para el latín, se mantuvo al margen de la influencia del aristotelismo y sus derivaciones para basar todo su pensamiento en la observación y la reflexión. De hecho, consta que Bacon asistió a su gabinete de naturaleza de París siendo un muchacho de unos diecisiete años, y algunos (no británicos) opinan que su nueva filosofía natural comenzó a cristalizar allí. Resulta incluso cómico comprobar cómo en los Discursos Admirables el personaje “Práctico” (el propio Palissy) amonesta al personaje “Teórico” (su aprendiz) por prestar tanta atención a los libros de los Antiguos (escritos en latín) como para no saber valorar como debe lo que observa con sus propios ojos. En cualquier caso, esa revolución estaba por entonces en embrión, y el propio Palissy acudió sin rubor a la metafísica cada vez que le convino. Su “Quinto Elemento” (el “agua congelativa”) fue el ejemplo más palmario. Animo sin embargo a quien le interese el tema a buscar la página 113 de la traducción al castellano del libro “Elementos de Química” del francés Jean Antoine Chaptal. Comprobará ahí que a las mismas puertas del siglo XIX (1790), un discípulo del gran Lavoiser reconoce el “quinto elemento” de Palissy como una realidad de la naturaleza…
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