Zenobia, de Dürr Horneman: un poema visual para el horror sirio.

Uno de los riesgos, quizás el más importante, que enfrenta el arte que intenta reflejar los dramas sociales (el paro, la guerra,…) es el de no usurpar la voz de quienes sufren para construir una obra “de arte”; es decir, un artefacto retórico, donde la belleza del estilo acabe ocultando el hecho que se pretende denunciar. O alejándolo.

No ocurre esto con “Zenobia” de Dürr Horneman, que acaba de editar —tan bien como acostumbra— la editorial Bárbara Fiore. Una novela gráfica que relata, con una economía expresiva que es uno de sus grandes logros, una de las muchas historias que guarda el Mediterráneo. La de una chica, Amina, que huye de la guerra en Siria para terminar en una patera masificada.

Con esa idea, el autor danés podría haber creado un relato fácilmente lacrimógeno, que se detuviera en los detalles más duros, alargándolos innecesariamente. Sin embargo, todo transcurre aquí con cierta velocidad. Al menos, en una primera lectura. Después, uno no puede evitar volver atrás y detenerse en las imágenes y lo que simbolizan. Las breves escenas de la infancia repentinamente arrebatada. El simbolismo de la reina Zenobia. Las imágenes de la destrucción. La usura de quienes trafican con la miseria ajena y con las vidas de los más pobres. Y sobre todo, la importancia del mar: ese enorme monstruo oscuro y vacío en su fondo y plácidamente azul en su superficie. El mismo mar del turismo masificado, convertido en tumba por obra y gracia de los intereses geoestratégicos de las grandes potencias.

Sí la cualidad de un poema es acoger en unos pocos versos una gran carga semántica y diferentes lecturas —gracias al poder del símbolo y la metáfora—, tiene esta obra una importante carga lírica en su escueto texto y su cuidada imagen, donde los contrastes de color —especial interés a las páginas azules que abren y cierran el libro— y los bruscos cambios de paisaje se convierten en un elemento más de lenguaje y en una de las claves de la denuncia.

Dürr consigue así no actuar como portavoz, sino, pese a no acudir a la frialdad del documento, como un médium que pone sobre la mesa de novedades la materialidad de una cruel realidad que, desde este “lugar sin soldados”, nos parece a menudo no solo lejana. Sino, curiosamente, ficción.

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