Juan Andrés: un sabio ilustrado, perseguido y olvidado

Esta es la historia de un sabio olvidado. Se llamaba Juan Andrés y nació en 1740 en la villa de Planes (Alicante). En sus 77 años de vida, este hombre, sacerdote y jesuita, consiguió ser una de las más brillantes mentes de su tiempo. Y también una de las más esforzadas. Hasta el punto de que su obra puede hacer sombra a la de los enciclopedistas franceses. Con el añadido de que, en este caso, es la obra de un solo hombre.

Hasta hace poco, sin embargo, a este ilustrado español no lo conocían, literalmente, ni en su pueblo.

Pero comencemos por el principio, y por lo poco que aún sabemos. Formado en Filosofía y Ciencias en el colegio Universitario de Gerona,  Juan Andrés estudio después teología en Valencia. La pragmática sanción de Carlos III del año 1767, por la cual se expulsaba del Imperio español a todos los jesuitas, lo cogió en Gandía, desde donde marchó a Salou para embarcar rumbo a Italia. Es allí, en Italia, donde comienza su época dorado en lo que a producción literaria se refiere.

Allí escribe el Prospectus Philosphiae Universae, que puede ser considerado como el primer programa epistemológico de la escuela universalista española. Escuela, por cierto, que cuenta entre sus miembros con otros ilustrados borrados del canon como Lorenzo Hervás o Antonio Eximeno.

Pero su gran obra es Origen, progresos y estado actual de toda la literatura, una colección de siete volúmenes, escrita en italiano y publicada en Parma entre 1782 y 1799. Obra en la que Juan Andrés compone la primera historia universal y comparada de la literatura de la que se tiene noticia. Lo que le convierte, de facto, en el padre de la disciplina. Como lo puede ser considerado de otras como la crítica literaria.

Dicho de otra manera: Juan Andrés hizo sólo, y tal vez mejor, el trabajo para el que Diderot y D´Alambert necesitaron decenas de colaboradores y cientos de plagios.

Tal vez por ello, su obra fue rápidamente traducida al español, y tuvo también traducciones a otras lenguas. Especialmente interesante es el caso de la edición francesa, de la que se encargó J.E. Ortolani quien, como ha estudiado el profesor de la Universidad de Toulouse y director del CEUM, Javier Pérez Bazo, y otros dos profesores de esta universidad, primero admite que él tenía en mente realizar una labor similar a la del alicantino para después profanar, censurar y tergiversar las palabras del alicantino. Tal vez por ello, sólo se tradujo al francés el primer tomo de los siete que componen la obra y de éste se distribuyeron, al parecer, muy pocos. Como si alguna autoridad de la época —Sabemos que Napoleón, cuando viajó a Napoles, preguntó por Juan Andrés— se hubiera empeñado en salvaguardar la imagen y el trabajo del escritor español.

Pero quizás lo más misterioso en torno a Juan Andrés es que igual que creció, su fama se disipó en seguida. En un país como el nuestro, que se culpabiliza de cavernario y que ha sentido una envidia, en cierto modo natural, hacia las luces que alumbraron el siglo XVIII europeo, la figura de Juan Andrés podría servir para hacer un poco de patria y reivindicar que también nosotros tuvimos ilustrados y aportamos nuestro granito de arena al desarrollo del conocimiento en Europa.

Aunque si de culpabilizarse se trata siempre podemos poner en el otro plato de la balanza que lo echamos del país, que fue un exiliado forzoso. Como es tradición hasta nuestros días cuando de gente talentosa se trata.

El escritor alicantino desapareció del mapa académico español durante todo el siglo XIX y buena parte del XX, y excepción hecha de Menéndez Pelayo nadie se acordó más de él. Ni de él, ni de sus contemporáneos, pues como decía antes, Juan Andrés es la cabeza más visible de toda una generación de españoles ilustrados que renovaron el humanismo europeo con unas décadas de retraso con respecto a la ilustración francesa, pero con una inteligencia y empuje que en nada tiene que envidiar a la de nuestros vecinos.

Sólo ahora, cuando se celebra el 200 aniversario de su muerte, y merced al empeño de un grupo liderado por el catedrático de la Universidad de Alicante Pedro Aullón de Haro, el nombre de Juan Andrés comienza a sonar de nuevo en algunos oídos patrios. El esfuerzo de este grupo ha dado como resultado ya la publicación de siete libros, entre ellos una divulgativa biografía publicada por Verbum y escrita por Jesús García Gabaldón. Y también una larga y documentadísima exposición en la Biblioteca Histórica de la UCM de Madrid por la que han pasado cientos de personas en los dos últimos meses.

Para finalizar, en Planes, su pueblo, lo han nombrado hijo predilecto a título póstumo. Y le han dado su nombre al auditorio municipal. Falta que su nombre comience a elevarse, de nuevo, hasta la altura que merece. La propia de uno de los más grandes sabios que ha dado este país. Un ilustrado, perseguido y olvidado. Hasta ahora.

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