William Gaddis: el parpadeo insustancial de los esmóquines

Sería un error considerar la obra del autor norteamericano William Gaddis (1922 – 1998) un mero trasunto del ser humano sometido al injusto proceso de la burocracia. Lecturas así trivializan un complejo proyecto artístico, y son, en esencia, reductoras. Los temas del autor de Los reconocimientos (1955) son simples pero universales: la soledad, el dolor, el deseo de compañía, la necesidad de ser respetado y comprendido (“No eres consciente de cuántos envidiamos las dotes que tienes, no hay más que ver la cantidad de malos poemas y de malos cuadros que hay en el mundo (…) hay gente que escribe no porque quiera escribir sino porque quiere ser escritor”), el sexo, la lucha por la supervivencia.

Su pasatiempo favorito (1994. A Frolic of His Own; Sexto Piso, 2016. Traducción de Flora Casas), es la última novela que Gaddis publicó en vida. Al igual que su relato JR (1975), obtuvo el Premio Nacional del Libro de Ficción. La trama essencilla, aunque solo en apariencia:Oscar Crease ha escrito una obra de teatro, Una vez en Antietam, derivada de las experiencias de su abuelo en la Guerra de Secesión Norteamericana. Su obra, insiste el escritor amateur, ha sido plagiada por un productor de Hollywood (Constantine Kiester) que la ha convertido en una película vulgar, un éxito de taquilla llamado La sangre en el rojo, el blanco y el azul, lleno de escenas de sexo gratuito y sangrientos efectos especiales. Oscar logra demandar al director, aunque debe enfrentarse a gastos exorbitantes y escasas posibilidades de victoria.

Al igual que en anteriores entregas, la narrativa deriva hacia su propia insatisfacción. Gaddis despliega una serie ininterrumpida de frustraciones, mientras el protagonista intenta una y otra vez que su demanda prospere. “¿Justicia? La justicia se encuentra en el otro mundo. En éste lo que hay son leyes”. La novela se abre con estas palabras, que establecen el tono para el resto de la historia, que no es otra que el ajuste de cuentas de un hombre a merced de los tribunales de justicia. Aunque Oscar mantiene firmemente que es el autor de Antietam, el carnaval legal que atraviesa no hace sino añadir confusión al lector, al que se da tan poca información como al protagonista.

“La envié con unos extractos como novela (…) y me la rechazaron por mi edad (…) ¡querían comercializarme a mí! Con todas esas charlas, viajes de promoción y demás majaderías (…) de lo que se trata no es comercializar la obra sino de vender al autor en ese repugnante circo de los medios de comunicación”. La condena por plagio se descubre pronto un sueño imposible, al igual que la posibilidad de un juicio justo no influido por la política o la corrupción. La determinación de Oscar es golpeada una y otra vez por la inevitabilidad de su enjuiciamiento, y un final de pesadilla (que no desvelaremos) hace que el lector entienda que ha sido el propio escritor el que ha contribuido a su propia destrucción al internarse en el mundo de la práctica jurídica, el reino de la codicia, la ignorancia, el analfabetismo y la locura.

No hay que subestimar los obstáculos que se encuentran en el camino de la apreciación, por no decir el disfrute, de este libro. Algunos de ellos son inherentes a la técnica minimalista que emplea (el autor usa guiones para indicar diálogos). Al mismo tiempo que nos seducen su poder de mimetismo y su capacidad de evocar las distintas personalidades de sus personajes a través de su torrente de palabras, nos sentimos bombardeados, incluso asaltados, por las diversas voces que reclaman nuestra atención. El estilo es singularmente denso. El esfuerzo de clasificar las voces, de seguirlas, puede resultar agotador, pero es, en última instancia, una experiencia fascinante.

“…sus ojos cerrados, los de ella abiertos mientras se deslizaban inconexos y al unísono en lo que quedaba del día, del pollo al limón y de las gambas con judías pintas, el parpadeo insustancial de los esmóquines y los vestidos escotados de actores y actrices muertos tiempo años atrás y los papeles, cartas e informes”. Los fans de las ficciones apocalípticas que presentan un mundo alternativo perturbadoramente realista gobernado por la opresión disfrutarán esta novela. Encontrarán sorprendentes (e hilarantes) paralelos con 1984 (1948) de George Orwell, donde un estado totalitario castiga de forma inmisericorde acciones que parecen inofensivas. En Su pasatiempo, Gaddis nos desestabiliza mientras escribe sobre lo familiar, sobre la banalidad de lo cotidiano, oculto de forma que parece una pesadilla. Al cerrar las páginas de la novela, volvemos a una realidad consciente de todos los sentimientos de desesperanza que hemos de hacer a un lado a fin de continuar con nuestras vidas.

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