Un repaso a la cosecha literaria del año
Puesto que estamos acercándonos a un nuevo año y parece la mejor época para, siguiendo las tradiciones de las publicaciones periódicas, hacer balance de lo que ha dado de sí el último año, etcétera, me gustaría escribir unas líneas acerca de como, en este 2014, tampoco llegó el Apocalipsis al mundo de los libros.
Decimos Apocalipsis porque hay quien lleva años empeñado en hacernos creer que en España no se lee, sólo se edita basura y, en general, la industria del libro podría desaparecer sin que, en realidad, ocurriera gran cosa.
Es verdad (negarlo sería absurdo) que el nivel medio de los libros de ficción publicados por autores castellanos ha sido en 2014 más bien bajo. Si revisamos los que nos han llegado y, sobre todo, los que nos han atraído la cifra se reduce apenas a uno: “El balcón en invierno”, de Luis Landero.
Y acaso sea por esa falta de grandes narradores, de una o dos figuras rutilantes, que algunos vean cercana la desaparición del libro. Sin embargo, ni la ficción es toda la prosa, ni el castellano es la única lengua del mundo. Y aunque es verdad que el número de buenos libros publicados (exceptuamos re-ediciones de clásicos por razones obvias) es bajo y el de grandes libros directamente ridículo, acaso haya todavía (eso esperamos) margen para la esperanza.
Comencemos por el ensayo. A finales de año Libros del Lince publicaba “Medicamentos que matan y crimen organizado”, del danés Peter C. Gøtzsche, en el que se examinaban, con lupa y rigor, las innumerables mentiras y estafas perpetradas contra la salud por las empresas farmacéuticas con el único fin de ganar dinero.
Antes habían aparecido libros como “Crisis S.A”, en Akal, un repaso a cómo se habían socializado las pérdidas de la crisis; “Por cuatro duros” (Capitán Swing), sobre la precarización del empleo en USA y la que se acerca hacia Europa; el primer volumen de “Vida”, que trata de reconstruir la “gran obra” de Juan Ramón Jiménez y que Pre-textos publicó en una edición cuidada y fundamental para todos los que estén interesados en el autor; “Yo, mono”, de Pablo Herreros, una colección de textos, en tono didáctico, sobre la influencia de nuestro pasado primate en nuestra vida actual, y “el desengaño europeo”, de Sami Naïr, una larga entrevista en la que uno de los escritores más serios de Europa analizaba la crisis europea y proponía varias soluciones.
Como puede verse, al menos cinco textos que merece la pena leer. Dos de ellos, al menos, (“Vida” y “Medicamentos que matan”) imprescindibles.
Mejor cosecha ha habido, sobre todo a final de años, con la ficción procedente de otros países. Es verdad que teniendo en cuenta que se editan miles de libros en esta categoría nos gustaría tener cientos que nombrar. No es el caso. Pero podemos nombrar, al menos, más de diez obras que sí pueden figurar en cualquier catálogo de recomendaciones sin sonrojar a su artífice. Veamos:
A comienzos de año Navona publicó “una pesadilla con aire acondicionado” y a finales de 2014 ha publicado “leer en el retrete”, ambas obras inéditas de Herny Miller, ambas obras permiten ver cómo avanzó la producción de un autor que en España apenas es conocido por otra cosa que los “trópicos”.
También a comienzos de 2014 vio la luz “la estación del sol“, un conjunto de relatos sobre la juventud japonesa de posguerra magníficamente desarrollados y que a día de hoy, casi un año después de haberlos leído, todavía recordamos. Gallo Nero ha publicado también un magnífico guión inédito de Passolini, “Nebulosa”, así como otro libro de Ishihara, autor de “la estación del sol” que aún no hemos leído, pero que tiene muy buena pinta. Lo que demuestra, por otra parte, que la pequeña editorial está haciendo uno de los trabajos más interesantes de la industria.
A mediados de año vio la luz una de las mejores novelas de este 2014: “qué fue de Sophie Wilder“, escrita por Christopher R. Beha y publicada por “libros del asteroide”. Una obra que técnicamente funciona a la perfección y que aborda grandes temas —arte, fe, amor, amistad— sin querer establecer una tesis sobre ellos.
Otra obra a destacar (novela, sí, pero algo más) es “Lo poco que sé de Glafcos Zrasakis“, del griego Vasili Vasilicós y editada por Hoja de Lata. Una obra que, he de reconocerlo, no entendí muy bien tras leerla y que, sin embargo, se quedó zumbando en mi cerebro durante semanas tras haberla terminado, como una mosca que no deja de incordiar. Lo que quiere decir que algo tiene. Algo quizás no inmediatamente visible, algo que tiene que ver con el riesgo formal, pero también con la profundidad humana del alter ego creado por Vasilicós.
También hay que destacar un libro como “los tres violines de Ruven Preuk“, que escribió la alemana Svenja Leiber y publicó admirablemente Malpaso. Así como “El deber“, que publicó Impedimenta, “los lanzallamas“, de Rachel Kushner, que publicó Galaxia-Gutenberg, “los papeles de Puttermesser”, de C. Ozick, publicado por Mardulce y del que en breve haremos reseña en la revista, y, especialmente, “Soy yo, Edichka“, de Limónov, publicada por “Marbot ediciones”, del que también tenemos pendiente la reseña; un libro, éste último, que ademas de contar con momentos brillantes, resulta, por su cruda honestidad, muy adictivo.
Y descollando sobre las demás, tres novelas de tres autores ya consagrados y, estos sí, encaminados a dejar huellas en sus respectivas literaturas. Y alguno, en las ajenas. El primer autor es Echenoz, de él se ha publicado “un año” en Mardulce. El segundo es Barnes, del que Anagrama acaba de publicar, listo para la campaña navideña, “Niveles de vida”. Y el tercero es Pynchon, del que Tusquets ha publicado “Al límite“, quizás la mejor novela del norteamericano, sin duda la mejor novela publicada este año.
Así que, sí, todavía hay libros que leer. No son cientos, de acuerdo. Son catorce obras de ficción y cinco ensayos. Diecinueve libros en un año, a los que habría que sumar la poesía (mención especial a Decreación, de Anne Carson) y las reediciones, por ejemplo, la que Siruela hizo de “El paseo“, de Walser, uno de los mejores libros que hemos podido leer este año. Es más, uno de los mejores libros que pueden leerse, cualquier año. En el campo de las reediciones echen un vistazo también a lo que está haciendo Alba y a lo que está haciendo Sexto Piso.
Todo sumado nos daría aproximadamente tres buenos libros al mes para leer. Para llenar el resto del tiempo (aquellos que lean más), ahí están los clásicos. Así que no: no ha llegado el apocalipsis. Nos ha rozado, otra vez. Podemos quejarnos de que, sí, el panorama literario patrio, a ratos, parece un erial. Pero aún tenemos buenos, y nuevos, libros que leer. Y muchos antiguos. Muchísimos. Demasiados, incluso, para una sola vida. Así que lean, lean. Para que cuando lleguen los cuatro jinetes les pillen con un libro entre las manos.
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