Analizamos este heterodoxo libro de una de las poetas más importantes en lengua inglesa
Decía Harold Bloom en su libro “la escuela de Wallace Stevens” (como el que hoy reseñamos publicado por Vaso Roto y traducido por Jeannette L. Clariond) que Anne Carson “es una sabia escritora de genio”. No menos halago le dirigió Michael Ondaatje al asegurar que Carson hacía “La poesía más interesante que se escribe hoy día en inglés”. Con tales referencias y con el conocimiento de quien ha leído “La belleza del marido” (editado por Lumen) nos acercamos a “Decreación” (Vaso Roto, 2014), subtitulado en su edición inglesa: poesía, ensayo, ópera.
Y es que poesía, ensayo y ópera es lo que se encuentra uno en este volumen, magníficamente traducido por Jeannete L. Clariond y que es un ejemplo más de que Carson se encuentra cómoda transitando por la heterodoxia.
Decreación se abre con “paradas”, una serie de poemas que exploran el amor entre madre e hija; un amor que aquí vemos marchitándose, sumergido en la cotidianeidad y no exento de culpa; el amor de una hija hacia una madre que ya se acerca a la muerte:
Mientras hablo con mamá ordeno cosas. Lomos de libros junto al teléfono.
Clips
en un cuenco de porcelana. Residuos de goma manchan la mesa. Ella habla
con anhelo
de la muerte. Empiezo a girar los clips en dirección contraria.
Fuera
de la ventana la nieve cae en líneas rectas…
Sigue después “Elogio al sueño”, que se cierra con un breve poema, pero es fundamentalmente un ensayo en el que se Carson trata de hacer, tal y como señala el título, una alabanza del sueño. Pero también, claro, una interpretación. Para ello, se lleva a cabo un trabajo de literatura comparada donde Aristóteles, Homero, Kant o Keats sirven a Carson para fundamentar sus propias ideas sobre el sueño y su relación conla vida de vigilia.
Lo sigue otro ensayo, también en la linea de los estudios comparativos. En este caso, sobre la idea de lo sublime en Longino (el teórico medieval) y Antonioni, el cineasta italiano. A este ensayo le siguen una serie de poemas que se apoyan en él. En muchos casos, poemas compuestos al modo de un collage que reúne escenas y guiones de Antonioni con sentencias de Longino (y de Kant) y palabras de la propia Carson. Estos poemas se encuentran entre lo mejor del libro, a nuestro parecer. Un ejemplo sería “Oda a lo sublime por Mónica Vitti” (págs. 96-99), poema al cual pertenecen estos versos:
Lo quiero todo.
Todo es un pensamiento desnudo que impacta.
Una sirena sonando en la niebla hace que la niebla parezca serlo todo.
Los huevos de codorniz comidos con la mano en la niebla lo vuelven todo afrodisíaco
Mi esposo se muestra indiferente al oírme, mi esposo se muestra indiferente ante todo
[…]
Conservo mi negocio para venderlo todo ahí, aunque esté vacío dejo
la luz encendida.
Todo podría derramarse.
La investigación sobre otras voces, el propio trabajo comparativo de Carson y la interpretación que, a través de sus poemas, hace de otras obras de arte, emparenta “Decreación”, lo hemos dicho, con la literatura comparada más internacionalista, aunque las conclusiones no tengan aquí (necesariamente. O no sólo) forma de tesis, sino de nueva obra de arte. Dicho de otro modo: Carson parece estar enseñándonos primero de dónde ha bebido, de qué lecturas se ha alimentado, para después ofrecernos un festín de su propia cosecha.
“Gnosticismos” (el primer acercamiento directo a la espiritualidad en el libro), “Figura sentada con ángulo rojo” (un trabajo sobre un cuadro de Betty Goodwin), la obra para cinco voces titulada “Muchas armas” (donde la vanguardia se funde con la protesta), Quad (reflexión sobre dos obras para televisión realizadas por Beckett), “El guión de E y A (donde E es Eloísa y A es Abelardo, los famosos amantes, desarrollados aquí en un espacio entre lo surreal, lo mitológico y lo convencional) y «Totalidad» son las secciones con las que crece “Decreación”, un libro, como ya hemos señalado, instalado en la heterodoxia o, por lo menos, un ejemplo de que los límites sobre qué es poseía se están expandiendo ya desde hace mucho, aunque en España aún muchos no se hayan dado cuenta.
El libro se cierra con dos piezas hermanadas y que comparten título: Decreación. La primera lleva por subtítulo “De cómo dicen Dios mujeres como Safo, Marguerite Porete y Simone Weil”. La segunda es una ópera poética que, como en el caso de los poemas que siguen al texto sobre Longino y Antonioni, se levantan sobre el ensayo anterior para dejarnos oír la voz poética de Carson, en este caso, en el marco formal de un libreto de ópera. Fue precisamente Simone Weil, una de las mujeres estudiadas en el ensayo “Decreación”, la creadora del término empleado aquí para titular estos dos apartados del volumen y el libro entero. Leemos:
“Simone Weil fue también una persona que quería apartarse de sí misma para llegar a Dios. «El yo», dice en uno de sus cuadernos, «es solamente una sombra proyectada por el pecado […]». Tenía un programa para apartarse del yo, al que llamaba «Decreación»”.
Decreación es, así, un término emparentado con la visión rigorista de la religión. Una visión no estrictamente cristiana, pues los mismos preceptos (tal y como demostró Huxley en “La filosofía perenne”) pueden rastrearse en buena parte de las principales tradiciones sagradas de oriente y occidente.
Si tal era el sentido de Decreación en Weil, cabe pensar que no muy distinto es en Carson. Aunque por supuesto, existe la pregunta (que la propia autora canadiense no nos escamotea) de cómo desprenderse del yo mientras se escribe (una actividad habitualmente yoísta). La respuesta la encontramos en la página 235:
“Hemos dicho del habla que es una función del yo. Si estudiamos la forma en que estas tres escritoras hablan sobre su propio decir, podemos ver cómo cada una de ellas se siente movida a crear una especie de sueño de distancia en el cual el yo es desplazado del centro de la obra y quien dice desaparece en el decir”.
Siendo así,tal vez haya que ver “Decreación” como el intento de Carson de hablar sobre su propio decir, pero también como su esfuerzo por crear una especie de sueño (el libro. Y de ahí, también, “elogio del sueño”) en el cual el “yo” sea desplazado del centro, para que así Anne Carson (siempre reacia a airear su vida; véase, si no, la escueta biografía de sólo dos líneas que acompaña sus libros) pueda desaparecer en el decir. Algo igualmente heterodoxo en unos tiempos de egos hinchados y redes sociales en los que poca cosa parece preocupar más a los poetas que la proyección de su yo (de su imagen pública).
Por otro lado, las referencias cruzadas dentro del libro (en “Paradas” encontramos varios poemas en torno a Beckett, el poema de Safo que se comenta en el ensayo “Decreación” es el mismo que pone como ejemplo Longino en “De lo sublime”,…) nos hablan de una obra más unitaria (conceptual, si se prefiere) de lo que puede parecer a primera vista.
Sea como sea, un libro magnífico de origen al que acompaña (ya lo hemos dicho) una meritoria traducción. Inagotable, distinto y muy recomendable si se desea comprender los caminos por los que avanza la nueva poesía.
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