Reseña de “Himnos a los árboles” de Vicente Núñez y Aurelio Teno
Asistimos al crecimiento del árbol, el trazo y el poema. Sus formas son cambiantes. Se adaptan al espacio que los rodea. Sus fronteras son definitivas. Los dibujos unas veces complementan los versos, otras se oponen a ellos, hasta hallar su propio significado. Arte, poesía y naturaleza surgen conscientes de su propia finitud, y al hacerlo, invocan la noción de infinito. En las carpetas “Himnos a los árboles” (Fundación Vicente Núñez, Ayuntamiento de Aguilar de la Frontera, 2014), el artista Aurelio Teno (Mina del Soldado, 1927 – Córdoba 2013) ilustra fragmentos de Himnos a los árboles (1989) del poeta Vicente Núñez (Aguilar de la Frontera (Córdoba), 1926 – 2002).
Las palabras de Núñez quieren volver a la vida y Teno es consciente de ese anhelo. El dibujante hace por ellas algo más que ilustrarlas: las experimenta. Surge entonces el perfil de un joven con un trazo dulce, ligero y simple. Al fondo, un brazo emerge, luminoso: “un abrazo, tan derramado y hondo como el valle/ que oteáis majestuosos”. Se inmortaliza un gesto de tal frescura que parece haber sido preservado a través del tiempo: “Porque surgís incólumes/ en todos los recodos de mis deserciones”.
El artista cordobés libera al espíritu encarcelado tras los versos del aguilarense. Un nudo de madera es un bloque de mármol del que asoma una figura. Apenas unas líneas: “Porque os nutrís de mis infortunios/ respiráis estáticos / en la proximidad de las estrellas infinitas”. Movimiento perpetuo, Núñez va del sueño al despertar y de ahí al sueño. Teno se limita a grabar los recovecos más profundos de la interioridad onírica en la quietud de la madera: “Ahí habría yo aspirado/ a edificar el nido de mi vivienda”.
En estos dibujos, el espacio se vuelve consciente de sí mismo, se arrebata. De ahí el intenso drama: son exterior autoconsciente de lo que está dentro. Teno ha sabido ver la belleza sometida al tiempo y las circunstancias de un poema. Para preservar esa hermosura en peligro, la ha adaptado a un mundo más equilibrado y eterno: el del espacio.
Hay, en otras palabras, una sucesión de encarcelamientos y liberaciones; se invierte, ad infinitum, la idea de dentro y fuera. “Lo que nos ilumina nos congrega”. Teno va del interior al exterior de su técnica. Una mano se extiende, mide y limita la lámina desde dentro tanto como desde fuera. Núñez concluye: “Si estamos condenados al incendio/ será con el divino rayo de lo eterno”.
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