Stuart Hall

Un antes y un después para entender la cultura

La izquierda británica está de luto. Durante los últimos meses ha perdido a importantes figuras imposibles de reemplazar. Tony Benn, legendario miembro del laborismo británico y punto de referencia ideológico para muchos de aquellos decepcionados con el calado neoliberal del New Labour de Tony Blair y compañía, falleció el pasado 14 de marzo a los 89 años de edad. Sólo un par de días antes, el 11 de marzo, el Reino Unido había amanecido con la inesperada noticia de la muerte, por un ataque al corazón a los 52 años, del polémico líder sindicalista Bob Crow. Pero fue un mes antes, a principios de febrero, cuando no sólo el Reino Unido, sino el mundo entero se estremecía con la noticia de la muerte de Stuart Hall a los 82 años. Reconocido en el mundo entero como el fundador e impulsor de los estudios culturales, además de un pensador y comunicador sin precedente, Hall es una figura indispensable para entender el mapa cultural contemporáneo. Una figura que no necesita presentación, por lo que resulta aún más sorprendente la escasez de medios españoles que se han hecho eco de su fallecimiento.

Stuart HallEs difícil transmitir la trascendencia de una figura como Hall en el campo, no sólo académico, sino también político y cultural, del Reino Unido. Prueba de ello son los múltiples obituarios y testimonios que se han publicado en una inmensa variedad de medios durante los últimos meses. Desde el Guardian hasta el Telegraph, el New York Times y la BBC, pasando por Open Democracy, Red Pepper, o Al Jazeera, escritores y activistas como Tariq Ali, Gayatri Chakravorty Spivak, Bruce Robbins o Hilary Wainwright le han rendido tributo. En un artículo del año 2009, la académica británica Claire Alexander relataba cómo, en una conferencia en 1994 en la universidad de Princeton, ‘Race Matters’ [Cuestiones de raza/ La raza importa], a la que acudieron todos los gigantes de los estudios afroamericanos del mundo académico estadounidense (léase Cornel West, Angela Davis, Toni Morrison y Patricia Williams, entre otros) toda la sala rompió en aplausos cuando Hall, desde el público, se presentó para hacer una pregunta tras la primera intervención de la conferencia. Es un ejemplo de su importancia y trascendencia. Pocas personas en el mundo académico y cultural provocan semejante admiración y respeto, atrayendo la atención no sólo de académicos e intelectuales, sino también de artistas, cineastas y activistas de todo el mundo.

Nacido en Kingston, Jamaica, en 1932, Hall emigró a Inglaterra en 1951 para estudiar en el Merton Colllege de Oxford gracias a una beca Rhodes. Coincidió pues con una de las olas de inmigración más importantes del Reino Unido del siglo veinte, cuando tras la Segunda Guerra Mundial, para paliar la falta de mano de obra causada por la guerra, el gobierno británico impulsó un programa de inmigración desde sus colonias en el Caribe. Lo que se vino a llamar la ‘Windrush Generation’, en referencia al primer barco que llegó al Reino Unido desde Jamaica en 1948, cambiaría profundamente la sociedad y la cultura británicas. Aunque Hall no llegó a Inglaterra bajo las mismas condiciones económicas y sociales que sus conciudadanos caribeños, sí que tuvo que hacer frente a los mismos prejuicios racistas y colonialistas por parte de la sociedad inglesa. Sobre su llegada al Reino Unido, Hall era contundente: “Yo llegué a Inglaterra como colonial. No soy post-colonial. Dejé Jamaica trece años antes de la independencia. Así que en realidad soy colonial. Esa es mi formación.”

La condición de colonial es algo que no sólo se encontraba enmarcada dentro de la educación inglesa clásica que recibió en el Jamaica College de Kingston, sino que también estaba muy presente en el seno de su familia de clase media. Su padre fue el primer hombre de raza no blanca en ocupar un puesto de trabajo de rango superior – jefe contable – en la empresa United Fruit de Jamaica. Y su madre, de ascendencia europea en parte, se identificaba plenamente con la cultura y los principios del Reino Unido: “Crecí en una familia, que, debido a razones particulares e históricas, tenía una relación muy feliz con la madre patria”. La idea era conseguir una beca e irse a estudiar a Inglaterra y luego volver “civilizado”. Parte de esta herencia colonial incluía también las connotaciones políticas y sociales de un determinado color y tono de piel. Como el propio Hall recordaba: “Yo era demasiado negro para mi familia.” Y es esa conciencia del significado social y cultural de un determinado color de piel la que marcaría gran parte de su posterior desarrollo intelectual.

Si reflexiono sobre mi propio sentido de identidad, me doy cuenta de que siempre ha dependido del hecho que ser un migrante, de la diferencia que me separa del resto de vosotros… el sujeto colonizado está siempre ‘en otro lugar’: doblemente marginado, desplazado, siempre otro con respecto a donde sea que se encuentre.

Pese a su perfecta educación inglesa, o quizás precisamente debido a ella, Hall llegó a Oxford con un fuerte sentimiento anti-colonial a favor de la independencia en Jamaica. Aunque con inclinaciones políticas hacia la izquierda, “la incapacidad del marxismo ortodoxo para tratar adecuadamente las cuestiones de raza y etnicidad del ‘Tercer Mundo’, las cuestiones de racismo, o para entender la literatura y la cultura”, hizo que no se identificara plenamente con el proyecto de la izquierda de aquella época, dominada por la “despiadada lógica binaria” de la Guerra Fría. Durante sus años en Oxford, las preocupaciones políticas de Hall se centraron en la situación de las colonias en el Caribe y los movimientos independentistas en las islas. Más tarde, a partir de 1954, cuando la izquierda empezó a abrirse a nuevas cuestiones y debates, más allá del discurso del laborismo, Hall empezaría a participar e involucrarse en reuniones y grupos de izquierdas en Oxford. Pero no fue hasta 1956 cuando tomaría plena conciencia política y asumiría una posición política clara, crítica a la vez con la antigua izquierda ortodoxa y con las políticas imperialistas y neoliberales del Reino Unido.

Después de una época “difícil” en Oxford, donde la educación que recibió estaba basada en un canon de “grandes escritores” preestablecido y ”una idea higienizada de la cultura”  totalmente desvinculada de la política – “tenía que luchar constantemente, incluso para que me dejaran escribir sobre literatura moderna en los exámenes finales” – en 1956 tuvieron lugar dos acontecimientos que le hicieron dejar Oxford al año siguiente, todavía sin haber completado su tesis de doctorado. La crisis de Suez y la represión soviética de la revolución húngara forzaron a Hall a tomar una posición política más definida y a implicarse en un activismo directo. Como él mismo recordaba en 2010, “la ‘primera’ Nueva Izquierda nació en 1956 […], estos dos eventos […] desenmascararon la violencia y la agresión subyacentes, latentes en los dos sistemas políticos que dominaban el mapa político de la época”. Fue un punto de inflexión con consecuencias políticas, no sólo desde un punto de vista colectivo, sino especialmente a nivel personal: “En un sentido más profundo, [estos acontecimientos] definieron para mi generación, los límites de lo tolerable en política.” A raíz de este momento salieron a publicación dos revistas políticas, Universities and Left Review y New Reasoner, que más tarde, en 1960, se fusionarían en la New Left Review, con Hall a la cabeza como director. Debido a tensiones internas, Hall renunció a su puesto en 1961.

Siempre estuve convencido de que la cultura  era constitutiva de cualquier formación social. Nunca he estado convencido de que la cultura actúe sola, de manera que no me interesa la política cultural como la única modalidad política, lo que me interesa es el hecho de que cualquier política requiere condiciones de existencia económicas, políticas y culturales

Ya en Londres, Hall se ganó la vida en la educación para adultos y trabajando ocasionalmente con el British Film Institute [Instituto de cine británico], impartiendo clases sobre cine popular. Fue esta época durante la cual empezó a desarrollar su particular mirada sobre la cultura popular, y, con su amigo Paddy Whannel, entonces oficial de educación del BFI, publicó The Popular Arts [Las artes populares] en 1964. Gracias a este libro, Richard Hoggart, autor de The Uses of Literacy [Los usos de la alfabetización] le llamó desde la universidad de Birmingham para que se incorporara al recién fundado Centre for Contemporary Cultural Studies [Centro de Estudios Culturales Contemporáneos] que Hall dirigiría a partir de 1968 y donde permanecería hasta 1979. Desde el CCCS y bajo su dirección, se publicaron los primeros trabajos de estudios culturales, dando forma a lo que llegaría a ser – pese a la orientación de Hall, que entendía los estudios culturales como una práctica transdisciplinar, lejos de cualquier sistematización – una disciplina académica independiente. Por sus aulas pasaron alumnos como Paul Gilroy, Angela McRobbie, Hazel Carby o Charlotte Brunsdon entre otros, que más tarde se convertirían en estandartes de los estudios culturales en el Reino Unido. Pese a la resistencia inicial del mundo académico, debido al carácter esencialmente transdisciplinar del centro – aunque Hall llegó a Birmingham como miembro del departamento de literatura, pronto empezaron a recibir solicitudes de campos como la sociología, la historia, la política o el cine – en una época en la que las disciplinas académicas estaban rígidamente delimitadas, este modo de trabajar transdisciplinar devino una importante e indispensable herramienta para el estudio de los fenómenos culturales en todo el mundo. Es importante recalcar, dada la importante transformación que ha sufrido el campo de los estudios culturales desde su momento fundacional, que, como el propio Hall apuntaba, el impulso inicial no era académico, sino más bien político. Se trataba de tomar la cultura misma como objeto de estudio independiente, de analizar los fenómenos de la cultura popular y establecer vínculos con las relaciones sociales de las que emanan y con las estrategias de poder que las determinan. De hecho, la relación entre el CCCS y los distintos movimientos sociales de la época era muy estrecha, desde el movimiento feminista – una de las imágenes más conocidas de Hall de esa época, es la de un joven Hall acunando a un bebé en la guardería que se improvisó durante la primera conferencia feminista en el Reino Unido en 1970 – hasta los movimientos anti-belicistas y anti-racistas. El principio fundamental del análisis y la crítica cultural que Hall impulsó era el de la relación intrínseca entre la cultura, la ideología y el poder. Se trataba de dirigir la atención hacia el “poder cultural” y sus formas, hacia la relación entre la cultura y la sociedad (“evitando a la vez una reducción economicista y  una crítica formalista”). En palabras de Hall, los estudios culturales se pueden resumir como “un intento de analizar y entender dos cosas: la esencia distintiva de las prácticas simbólicas en su forma social, no sólo en sí mismas, y la relación del fenómeno cultural con otros fenómenos en la formación social.”

De los trabajos que se publicarían durante esta época cabe destacar Resistance Through Rituals: Youth Subcultures in Post-War Britain [Resistencia en los rituales: las subculturas juveniles en la posguerra británica] – sobre las diferentes subculturas de la juventud británica en relación a estructuras de clase y a las formas de la cultura hegemónica – y Policing the Crisis: Mugging, the State and Law and Order [Controlando la crisis: el atraco callejero, el estado y la ley y el orden], de enorme influencia, ya que suponía un punto de partida para entender el papel fundamental que juegan las fuerzas del estado en la construcción de un determinado estado de crisis social para ampliar y reforzar sus formas de control social. El texto analizaba el fenómeno social del ‘atraco callejero’ [‘mugging’ en inglés] y exponía a la vez las contradicciones sociales que se se escondían detrás del término y la reacción de la sociedad británica a este fenómeno en el momento histórico preciso en el que apareció, al comienzo de la década de los años setenta. La figura del ‘atraco callejero’ representaba para la sociedad de entonces el momento de crisis moral en el que se había sumergido el Reino Unido. Según el estado y la prensa de la época, los altos índices de criminalidad del momento denotaban una desintegración del orden social británico. Hall y los demás autores de Policing the Crisis desgranaron cómo dentro del término de ‘atraco callejero’ entraban en juego distintas cuestiones, tales como la criminalidad, la juventud y la raza. Un análisis exhaustivo de los índices de criminalidad publicitados por el estado revelaba que había truco en el cálculo. El estado mismo había creado el término de ‘atraco callejero’ como una nueva forma de crimen, con el objetivo de provocar la alarma social. Tal y como lo describe Hall en el texto, a principios de los años setenta, el Reino Unido estaba sumido en una crisis económica y de hegemonía. Es por esta razón por la que estado británico buscó legitimidad en la lucha contra el crimen callejero. La figura del atracador callejero de raza negra vino a convertirse en el símbolo de todos los peligros que amenazaban al orden y la estabilidad de la sociedad británica. Y el estado encontró la legitimidad que buscaba para imponer un estado “de la ley y el orden” con la fuerzas policiales a la cabeza.

Una vez que se entiende el ‘atraco callejero’ no como un hecho sino como una relación – la relación entre el crimen y la reacción al crimen – la sabiduría convencional sobre el ‘atraco callejero’ se viene abajo. Si se examina esta relación dentro del contexto de las fuerzas sociales y las contradicciones que se acumulan en ella (en lugar de simplemente en términos del peligro que corren las personas corrientes), o en relación al contexto histórico más amplio dentro del cual tiene lugar, el problema entero cambia de carácter.

 

En 1979 Hall dejó el CCCS para ocupar la cátedra de sociología en la Open University, la universidad de educación a distancia de referencia en el Reino Unido. Allí permanecería hasta su jubilación en 1997. Durante esta siguiente fase de su trayectoria intelectual, Hall publicaría trabajos sobre la política cultural y social de la derecha británica, sobre los medios de comunicación, y sobre las cuestiones de raza, etnicidad e identidad cultural. Como es bien sabido, fue Hall el que acuñó el término ‘thatcherismo’ a finales de los años setenta, cuando empezó a publicar una serie de artículos en la revista Marxism Today sobre la situación política en el Reino Unido. Con este término Hall hacía referencia al ascenso de la nueva derecha británica, que ahora se definía no sólo en términos de un programa económico, sino que también, y más significativamente, en términos ideológicos y culturales. Hall tomó prestada la noción de hegemonía del italiano Antonio Gramsci, que tuvo gran influencia en el pensamiento de Hall, para entender el thatcherismo como un proyecto hegemónico dirigido a remodelar la sociedad británica, a construir “un sentido común populista” con los elementos clásicos de la derecha: “nación, familia, deber, autoridad, valores morales, autosuficiencia”. Hall reconoció en el thatcherismo la continuación de la retórica de Enoch Powell, político conservador, famoso por un discurso pronunciado en 1968 que hoy se conoce como el de “los ríos de sangre”, en el que Powell cargaba contra los inmigrantes y las políticas contra la discriminación por raza del gobierno laborista de la época. Con este tipo de retórica racista como telón de fondo, en el que quedaban definidas las amenazas a la sociedad británica – los inmigrantes, las personas de color, los comunistas – el gobierno de Thatcher impulsó una “cruzada de la ley y el orden” contra dichas amenazas, apoyándose siempre en un populismo que prometía un capitalismo popular, para todos, y de ahí su efectividad a la hora de atravesar las antiguas barreras de clase y atraer el voto de la clase trabajadora. Cuando el New Labour subió al poder en 1997, Hall fue igualmente crítico, llamando a Tony Blair el “hijo de Thatcher”.

Aunque la importancia de Hall en el campo de los estudios culturales ha eclipsado otras de sus contribuciones, es importante recalcar que el análisis de los problemas de raza en la sociedad británica fue siempre un punto de referencia en su trabajo. Su análisis de la relación entre las políticas de representación y la construcción de un determinado sujeto de raza negra fue indispensable para el movimiento de artistas británicos de raza negra durante los años ochenta y noventa que se vino a llamar el Black Arts Movement. A partir de su relación con estos artistas se forjaron importantes trabajos, como el más reciente proyecto de John Akomfrah (miembro fundador del Black Audio Film Collective [Colectivo de cine y audio de raza negra]), The Stuart Hall Project de 2013, que ofrece un inspirado y preciso retrato de la relación entre la biografía y el trabajo de Hall y la cultura audiovisual de la época que le sirvió de objeto de estudio. La película revela de una manera sutil pero efectiva lo acertado y oportuno de la crítica cultural de Hall, poniendo en evidencia la inevitable e innata relación entre las formas de la cultura y el poder.

Quizás una de las facetas más importantes de Stuart Hall haya sido la de ser uno de los pocos ‘intelectuales públicos’ verdaderos que se han dado en las últimas décadas. Partidario siempre de publicar textos en colaboración con otros autores, su trabajo no se limita a los más de 300 textos publicados, sino que además incluye innumerables apariciones en radio y televisión. Sus programas en la BBC de los años ochenta todavía son recordados por muchos como un primer punto de contacto con la teoría y crítica de la cultura audiovisual que marcaría sus trayectorias intelectuales y profesionales. La importancia de la figura de Stuart Hall no sólo se limita a la enorme influencia que ha tenido en el campo de los estudios culturales, sino que ha sido esencial para dar forma a una manera de entender la cultura y su relación con las estrategias de poder, transformando la manera en que pensamos la cultura y sus objetos, recordándonos que todo fenómeno cultural esconde siempre una dimensión política y social.

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