Un largo reportaje ilustrado sobre la vida de tres familias blancas en la Alabama algodonera
James Agee, autor de “Algodoneros”, fue un escritor que en los años del New Deal trabajó también como periodista. Autor de una novela de cierto renombre en Estados Unidos (“una muerte en la familia”) y de una novela calificada de “aciaga” por el editor John Summers en el prólogo (debido a sus bajas ventas) que llevaba el título de “Elogiemos ahora a hombres famosos”, Agee reunió para Algodoneros —que en principio había de ser un reportaje periodístico— la vida de tres familias de granjeros blancos en Alabama.
En la línea de “Una casa de tierra” de Guthrie, pero sin ser ficción en esta ocasión, la obra muestra, también, el estado precario en el que viven tres familias de arrendatarios algodoneros y constata que el progreso en el Estados Unidos de Roosevelt (pero, ¿dónde y cuándo no?) se edificó sobre cadáveres y miseria.
La única diferencia es que el libro de Guthrie se centra en una familia del Medio Oeste y esta obra lo hace en tres familias blancas de un Sur que hasta hacía bien poco había sido una sociedad esclavista.
No hace falta ser un experto para percibir de qué forma nuestro propio sistema crediticio, administrado ya no por terratenientes de pacotilla sino por bancos, agencias de calificación de riesgos y compañías de gestión de cobros, ha establecido una impersonal variante financiero-capitalista de la trampa de endeudamiento que Agee describió
En el segundo prólogo del libro, Adam Haslett define el libro como “una etnografía pronunciada desde el púlpito” y algo de eso hay en esta obra, que, sin embargo, se levanta sobre un texto en cierto modo contenido, pues como advierte el propio autor no se han elegido tres familias de las más miserables (ni tampoco negras, que vivían claramente peor), ni la obra se regodea en las carencias materiales. La descripción es casi siempre aséptica, si bien, el realismo es suficiente para demostrar la enorme carencia de casi todo en que viven las tres familias retratadas.
Retratos que, en este caso, son también físicos gracias al trabajo de Walker Evans que acompañó a Agee para ilustrar con sus imágenes el reportaje y cuyas fotos se incluyen también en esta obra editada con magnífico mimo por Capitán Swing, una de las editoriales independientes con la línea editorial más clara y que más atención está recibiendo en los últimos meses.
Las fotos de Evans son, de hecho, las que más elogios y atención han recibido en algunas reseñas, quizás considerando que el texto de Agee, por perteneciente a una época ya pasada, no tenía ya interés alguno. Sin embargo —y esto no ha de ir en detrimento del trabajo de Evans, que es magnífico—, aunque el mundo que describe Agee ha desaparecido, las estructuras de opresión siguen siendo las mismas: el crédito, los salarios bajos, la imposibilidad casi completa de saltar de clase social, “una mezcla de feudalismo y capitalismo en sus últimas etapas”, dice el autor, que hoy pervive aunque sea de manera más sofisticada porque, por ejemplo, el crédito no se concede persona a persona, sino a través de tarjetas de crédito o programas bancarios con tipos de interés que rozan la usura.
“No hace falta ser un experto”, dice Haslett, “para percibir de qué forma nuestro propio sistema crediticio, administrado ya no por terratenientes de pacotilla sino por bancos, agencias de calificación de riesgos y compañías de gestión de cobros, ha establecido una impersonal variante financiero-capitalista de la trampa de endeudamiento que Agee describió”.
Una trampa de endeudamiento que consiste en que antes de cosechar los frutos de su trabajo, las familias aquí presentadas, deben ya tanto dinero a sus terratenientes que, en realidad, lo obtenido por el trabajo de todo un año apenas les llega para saldar las deudas (y si el año es malo, no les llegará), de modo que, en la práctica, son siervos adscritos para siempre a la tierra, imposibilitados para cambiar de patrón o abandonar el trabajo.
Siervos con críos que trabajan desde lo cinco o seis años, sin posibilidad de acceder a casi ninguna manera de ocio, condenados a permanecer en sus casas, aislados casi por completo de todo lo que no sea el trabajo y la familia más cercana. Un sistema de opresión y miseria tan claro que cabe preguntarse por qué se sostuvo durante tiempo. La respuesta, quizás, sea que por la misma razón que sostenemos hoy día el estado de desigualdad creciente que impera en los países de Occidente: por una falsa sensación de posibilidad de cambio, de mejora.
Si el libro es importante como “un documento periodístico fundacional” y como testimonio de una época, lo es también —y diríamos que sobre todo— por las reflexiones sobre el presente a la que puede y debe llevarnos
Dice el prólogo: “Podríamos empezar con una identificación masiva con los ricos y famosos. La nuestra es desde hace mucho tiempo una cultura de la lotería en la que —Todos— somos protorricos. Los medios [..] nos alimentan con una dieta constante de historias en las que se narra el […] ascenso de gente corriente a una vida desahogada y lujosa”. Es ese marketing aspiracional el que aglutina nuestro sistema y es esa misma inercia de “la posibilidad” la que soportaba el sistema en el que se desarrolla el sistema de semi-esclavitud que recoge algodoneros. También la idea de que “peor están otros” y de que “somos unos privilegiados”; en nuestro caso esos otros podrían ser los inmigrantes, en el de las familias analizadas por Agee los otros son “los negros”, que en algunos casos son menos miserables que los blancos, pero a los que se sigue viendo como inferiores y que dan, por lo tanto, la sensación de tener a alguien “por debajo” en la escala: ofrecen el consuelo a los blancos de, al menos, “no ser negros”.
En el caso de los algodoneros el prologuista, Haslett, lo resume así: “El capitalismo de pacotilla de los terratenientes se sustenta en parte en los vestigios de la deferencia feudal que muestran los granjeros atados a sus tierras”
Y si el libro es importante —como dice la contraportada— como “un documento periodístico fundacional” y como testimonio de una época, lo es también —y diríamos que sobre todo— por las reflexiones sobre el presente a la que puede y debe llevarnos. Al fin y al cabo, el estudio de la historia —más o menos lejana— sólo tiene sentido si se pone al servicio del presente y del futuro, no como mero camino para la evasión de la actualidad. En ese sentido “algodoneros” es casi una fábula moral de tiempos que pueden estar no muy lejos de nosotros y no por detrás, sino por delante: la vida como mera supervivencia, como simple impulso biológico capaz de desarrollarse, incluso, en las condiciones más desfavorables. La vida reducida a trabajar, comer y dormir. El ser humano reducido a mera fuerza de trabajo. De eso habla “Algodoneros”. Puede que hacia ese futuro vayamos encaminados.
Algodoneros, de James Agee. Ed. Capitán Swing. 168 páginas. PVP:18,5 €. Puedes comprarlo ahora con un 5% de descuento aquí: https://mundocritico.es/tienda/index.php?id_product=13&controller=product
About Author
You may also like
-
Una espectacular investigación sobre las operaciones nucleares submarinas desde la Guerra Fría hasta hoy
-
De la inflamación al bienestar. Neurociencia para regular tu sistema nervioso y mejorar la conexión cuerpo-mente
-
Historia de la Estrategia. Teoría y práctica de la guerra y el poder desde la Antigüedad hasta nuestros días
-
Cómo sobrevivir a tu divorcio y tu exmujer
-
Filosofía y liderazgo para crecer en el mundo empresarial y personal