Reseñamos la novela del mítico cantante folk, publicada por Anagrama
Cuentan Douglas Brinkley y Johny Depp en el prólogo a la novela que, después de asistir, desde el interior de una casucha de madera, a un fenómeno conocido como Dust Bowl (una tormenta de tierra que solaba los campos) y creer que era el mismísimo Apocalipsis lo que se le venía encima, Woody Guthrie sólo tuvo una obsesión: construir con sus manos una casa de tierra.
La tierra, en realidad, era adobe. Un sistema muy empleado en otros lugares donde la madera escasea o es cara o donde las condiciones climatológicas habituales no aconsejan emplearla. En Pampa, Texas, sin embargo —como en casi todo el medio oeste— la idea de construir una casa de adobe chocaba, no sólo con la tradición, sino sobre todo con el poder de las empresas madereras, que tenían en la construcción de casas que duraban un ciclón o dos tormentas fuertes un pingüe negocio.
Si tenemos en cuenta que la acción se desarrolla en los años posteriores al crack del veintinueve, en unos Estados Unidos agrícolas arruinados por dos años seguidos de sequía, la idea de tener una casa propia y que ésta sea sólida se convierte, en realidad, en un impulso de supervivencia.
Cierta persona ya fallecida, me contaba un día que, en el año cuarenta, una abuela a cargo de tres nietas huérfanos por la guerra, que ganaba como costurera lo justo para un alquiler humilde, decidió invertir ese dinero, precisamente, en tener un techo para sus nietas, ya que años de miseria le habían enseñado que es más fácil sobrevivir al hambre, que a la intemperie. La lección, como la de Guthrie, no es baladí en una España donde los desahucios están a la orden del día.
En todo caso, la novela de Guthrie —quien, no debemos olvidarlo, ha pasado a la historia por sus canciones populares de contenido social—, es, sobre todo, una fábula política de izquierdas. Los personajes no hablan como seres diferenciados, sino que parecen voces distintas de una sola conciencia; no son tanto personajes de una novela como de una parábola. Su tono es el de Guthrie y su propósito es servir al mensaje político y social de Guthrie.
“Somos de trato fácil. Somos de natural bueno. No queríamos dinero por el hecho de tener dinero. […] Sonreíamos al otro lado de sus mostradores a un centavo cada vez. Sonreíamos al otro lado de sus jaulas a cinco centavos cada vez. Les tendíamos un cuarto de dólar desde la puerta principal. Les dábamos dinero en la calle. Firmábamos nuestro nombre en sus viejos papeles. No queríamos dinero, así que no lo robábamos, y los mimamos, y les dimos cariño y les seguimos la corriente. Les dejamos que nos robaran. Sabíamos que nos estaban robando […]. Sabíamos cuando estaban subiendo los precios. Sabíamos cuando estaban bajando el precio de nuestro trabajo […]. Les enseñamos a robarnos. Les dejamos hacerlo”
Si Melville, en Moby Dick, habla de todo lo referente a las ballenas, los tres personajes de esta parábola —Tike, Ella, Blanche— parecen saberlo todo acerca de las casas de adobe y sus ventajas. La diferencia, aquí, es que el objeto de la obsesión, la casa, puede significar continuar vivos, mientras que no lograr el objetivo significaría, seguramente, la muerte del matrimonio y de su hijo.
Hay, por otro lado, algo de Dickens en “las grandes llanuras” en esta novela: la pobreza material, la crudeza de la naturaleza, el hambre, … pero en Guthrie todo es más primitivo y prelógico. A fin de cuentas, la novela se reduce a una obsesión —construir una casa de adobe—, a un polvo y a un largo y complicado parto; lo que la llena, es la la lucha por la supervivencia que se vislumbra tras esa existencia prosaica; eso y el lenguaje desbordado, hiperbólico, de Guthrie, que parece empeñado en demostrar, al no detener sus palabras, que aún es capaz de hablar y respirar.
La novela es, en suma, una novela política, cuyo mensaje se puede resumir en la siguiente declaración de uno de los personajes (como decimos, da igual de cuál):
“Me pregunto si algún día se llegará a una lucha total. Y a veces confío en que sí. Deseo que las familias de la gente que vive endeudada toda su vida en esas casas que son como cubos de basura se unan y luchen para salir de esas suciedad y fetidez miserables. Deseo que se den cuenta, como yo me doy cuenta, de que trabajan y pagan un buen dinero por el privilegio de vivir en un ataúd”
La historia de Guthrie, que es la de Ella y Tike, termina con el parto de su primogénito, pero no así la lucha, la epopeya, que seguirá con ese hijo recién nacido. Porque, parece decirnos Guthrie, como en la naturaleza —como en los círculos agrícolas que tan bien conocen Ella y Tike— un hijo no es nada más que un eslabón en la cadena de la lucha que, contra los ladrones y la naturaleza, lleva desarrollando la gente de esas tierras desde hace cientos de años. La lucha por la supervivencia.
“Una casa de tierra” (Anagrama, 2014). 272 pp. 18,90 €.
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