Con lo que en la vida, más o menos, nos pasa a todos, Mauro Libertella ha tejido una novela -“Un futuro anterior” (Sexto piso, 2022) que tiene de bueno y de malo lo mismo que tiene cualquier día de una persona normal. Sí, está el amor, la rutina a veces llevadera y a veces no, los errores de la juventud, la falta de sentido… y, para desgracia del texto, una notable falta de épica. Y también de humor.
El libro nos cuenta la relación de Libertella o un no muy lejano alter ego con una joven a la que conoce en una fiesta de Buenos Aires. Se ven, se gustan, pero ella comienza a salir con un amigo de él. Comienza entonces el primer acto, el de la traición al amigo, con sus encuentros a escondidas y las horas en que ella le pide que acaben con la mentira y hagan público lo suyo y él no se anima, no sabemos bien por qué porque tampoco él parece saberlo.
Este primer momento es quizá el mejor de la novela porque, incluso contado con un estilo más reflexivo que apasionado, hay en la propia trama una tensión que le permite levantar aquí el vuelo. El libro desciende después, sin embargo, hacia momentos, a nuestro entender, ya inferiores.
Es el segundo momento de la obra, el del descubrimiento de la mentira y sus consecuencias, que no citaremos para evitar destripes del argumento. El texto cae demasiado del lado del ensayo, pero -y no es un pero menor-, sin originalidad. Entiéndase, el problema no es el carácter reflexivo, es que esa reflexión no sea apenas original. Aquí y allí un pellizco y poco más.
Tendemos a pensar que la autoficción es un invento reciente y que la definición del género es muy reciente. Sin embargo, un libro como el de Libertella puede ser puesto en comparación, por su tema, con referentes tan lejanos como Sexus de Miller o El legado de Humboldt de Bellow. Lo que diferencia esta obra de las otras dos no es solo la extensión, es la sensación de cierto conformismo, de que, por “contar las cosas tal como fueron”, el libro se queda muy a ras de tierra, ni excesivamente pasional como Miller, ni irónico y cerebral hasta sorprender como Bellow.
Ocurre además que ese ceñirse a los mandatos de lo autoficcional impide fantasear con otras voces. No se nos da la voz de Leticia (la novia), del amigo engañado o siquiera del gato que asiste a algunos de los encuentros sexuales del protagonista con su novia. Una limitación que, a veces se olvida por el auge del género entre el público más lector, es una renuncia a la imaginación y también a la empatía, al intento de ponerse, incluso fracasando en ese intento, en el pellejo del otro.
Se trata de un problema también literario pues, al final, todas esas limitaciones asumidas sin crítica aparente, hace que uno acabe el libro teniendo la sensación de haber leído los diarios adolescentes de un chiquito argentino que jamás tuvo un problema real. El tema, dicho de otra manera, es demasiado irrelevante y la forma solo consigue volverlo más irrelevante aún.
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