Natalie Diaz

“Poema de amor poscolonial”, de Natalie Diez

Un uso original y en ocasiones muy fuerte de los símbolos naturales, sumado a cierta dosis de imaginería surrealista, convierten la poesía de Natalie Diaz en un regalo para quienes aún creen que la creación de lenguaje, la búsqueda de nuevas formas de expresión verbal no es un mero juego, una floritura vanguardista, sino una manera de poner en contacto dos palabras que siempre estuvieron alejadas y a través de ese contacto iluminar nuevas regiones para el conocimiento.

En “Infancia”, Coetzee se pregunta a través de su alter ego niño cuál es su lengua materna. No el inglés, deduce, puesto que ese idioma es un idioma que se enseña en la escuela, pero tampoco el afrikaner o el zulú, que él no habla, aunque son los idiomas mayoritariamente hablados por los demás niños de su colegio en función de su raza. ¿Cuál es, entonces, su lengua materna? ¿Y tiene alguna?

Ese cruce de identidades y caminos causado por las sucesivas colonizaciones es uno de los ejes del poemario de Natalie Diaz, “Poema de amor poscolonial” (Vaso Roto, 2022), en el que la autora, de origen mojave, antepasados de lengua española y educada en Estados Unidos se enfrenta a la necesidad de expresar su vida y sus sentimientos a través de la lengua del conquistador: el inglés.

El resultado es un largo poemario donde símbolos, mitos y tradiciones de origen mojave, se esfuerzan por ser dichos en inglés y a través de las herramientas de la tradición poética occidental, lo que pone en primer término del poemario las fricciones que se producen en cualquier tradición, especialmente, cuando el acuerdo entre el idioma original y el de acogida no se produce en condiciones de igualdad, sino de subordinación.

El libro, ganador del premio pulitzer de poesía del pasado año, tiene al amor como uno de sus ejes temáticos -un amor entre mujeres, dicho sea de paso, otra identidad no normativa que viene a friccionar con el discurso hegemónico estadounidense. Pero ese amor se relaciona, una y otra vez, con el otro gran núcleo del poemario: lo colonial. La conciencia de pertenecer a un pueblo no ya oprimido o apartado, sino aniquilado hasta casi la extinción.

Así, escribe Diaz:

Tengo un nombre y no tengo a nadie que lo diga sin aspereza.

Soy tu nativa,

y este es mi laberinto estadounidense.

Aquí estoy ante tus muslos -estanques lila, encendidos por la ablución.

Toma mi cuerpo y haz de él

-una nación, una confesión.

A través de ti incluso yo puedo limpiarme.

Un uso original y en ocasiones muy fuerte de los símbolos naturales, sumado a cierta dosis de imaginería surrealista, convierten la poesía de Natalie Diaz en un regalo para quienes aún creen que la creación de lenguaje, la búsqueda de nuevas formas de expresión verbal no es un mero juego, una floritura vanguardista, sino una manera de poner en contacto dos palabras que siempre estuvieron alejadas y a través de ese contacto iluminar nuevas regiones para el conocimiento.

Largos poemas, que componen casi un libro en sí, como “exposiciones en El Museo Estadounidense del agua”, donde el poemario se injerta en formas de prosa narrativa y/o ensayo; o “ligera luz de serpiente”, donde símbolos muy presentes en todo el libro se vuelcan hasta crear un microcosmos propio, acercan la obra de Diaz a autoras como Anne Carson, que han buscado con su obra reinterpretar los mitos occidentales desde una nueva óptica, o al trabajo de relectura de esos mitos desde una óptica nativa que llevó a cabo el Nobel Derek Walcott en obras como Omeros.

Mi hermano sostiene un cuchillo.

Ha decidido apuñalar a mi padre.

Esto podría ser una historia bíblica,

si no fuera ya una historia sobre estrellas.

Lloro alacranes -escorpiones repiquetean

y caen al piso como tijeras metálicas amarillas.

La pobreza, el aislamiento de las reservas, el alcoholismo, el destino de la marginación (todo ello representado en la figura violenta y casi incestuosa del hermano), contribuye a dotar a este poemario, además, de un enfoque social que no adopta la forma fácil de la denuncia panfletaria, sino que se limita a mostrar y a exprimir ciertos símbolos -muchas veces las sensaciones más duras son expresadas de la manera más concisa, más circunspecta- para sumergir al lector en el mundo de quienes fueron arrinconados por el colonialismo estadounidense, en nombre del progreso y de la democracia.

Manhattan es una palabra lenape.

Incluso un reloj debe ser una herida. Dale cuerda.

¿Cómo puede cambiar un siglo o un corazón

si nadie pregunta, A dónde han ido

todos los nativos?

Si van a leer un solo poemario este año, no se equivocarán si eligen éste.

About Author