Ocurre con la Guerra Civil española y la ficción una paradoja: todo el mundo dice estar cansado de verla como telón de fondo de novelas, series, películas, pero lo cierto es que se regresa a ella una y otra vez como el niño vuelve a la herida que no olvida. Y la miramos. Y la rascamos. Y sangra.
Sangra tanto nuestra guerra civil, todavía hoy, que marca la agenda política, divide aún el país y, por supuesto, parece el punto inicial irremediable para cualquier ficción histórica de nuestro país. O para la mayoría.
Esto anterior no debe ser entendido, en ningún caso, como una crítica, ni desde luego como una manifestación de hartazgo. Al contrario: los traumas, cuando no se curan, reaparecen. Y por otro lado, y así se cierra la paradoja, por más que se hable de la guerra civil, por más datos que se nos ofrezcan en ensayos o ficciones, lo cierto es que la mayoría apenas parece saber los cuatro datos generales, muchas veces sesgados, en otras ocasiones directamente falseados para arrimar cada quien el ascua a su sardina.
La colección de ficciones que Ignacio Martínez de Pisón ha realizado para Catedral puede ser, para quien se acerque a ella, una buena manera de conocer algo más sobre este desgraciado país nuestro, donde como decía Gil de Biedma, todas las historias parecen acabar mal.
E historias que acaban mal (y algunas pocas, muy pocas, regular) hay muchas en “Partes de guerra”, una propuesta polifónica que busca superar así, mediante las múltiples y diversas voces (muchas y diversas no es siempre lo mismo), las visiones simplistas sobre nuestro pasado y ofrecer, a través de la ficción, una puerta de entrada al conocimiento de ese pasado.
El volumen cuenta, además, con textos de gran calidad literaria que se ordenan cronológicamente, para que veamos transcurrir con espanto y dolor el dolor y el espanto de nuestra guerra, casi como quien sigue un diario narrado, bien narrado.
Las adscripciones ideológicas son, como decía, diversas, de un Alberti a un Trapiello, de un Max Aub o un Arturo Barea a un Miguel Delibes o un Ramiro Pinilla. Hay enfoques más panfletarios y profundos intentos (Delibes, Ayala, Ana María Matute) de ofrecer no solo información, sino conocimiento y, a través de éste, alguna forma de consuelo. Hay, sobre todo, una profunda vocación de no dejar que el olvido caiga sobre esas pequeñas historias que jalonan toda guerra.
Historias de un bando y de otro, de retaguardia y del frente, de comunistas, de anarquistas, de profesores, del campo y de la ciudad, de la opulencia y del hambre. Un mosaico que compone un coro polifónico, como siempre lo es la existencia y la moral.
Y en esa variedad, lo más emocionante de este libro: los personajes humildes, populares, inocentes por una ignorancia -incluso quienes son culpables, incluso quienes son malvados- que hoy nos parece imposible, precisamente, porque sabemos lo que ocurrió en Europa desde 1936 y hasta 1945. O deberíamos saberlo. O deberíamos recordarlo: El dolor, la muerte, las atrocidades, el genocidio. La historia que siempre acaba mal.
Como espectadores de otra guerra en Europa que amenaza con enquistarse y quién sabe si acercarse aún más a nosotros, deberíamos repasar con detenimiento y la pupila de la moral bien afilada estas historias. Y no olvidar que nada hay peor que esas circunstancias que permiten al ser humano sacar a flote lo peor que lleva dentro.
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