Mujeres solas: cinco relatos sobre mujeres libres de Takako Takahashi

Los cinco relatos plantean más interrogantes que soluciones, ofrecen, sobre todo, un clima similarmente amargo: la vida de las cinco mujeres transcurre o bien sujetas a expectativas ajenas o bien, una vez defraudadas estas, en una libertad árida, solitaria, a ratos casi inhumana.

Cabe preguntarse qué tuvo en común Takako Takahashi con algunas de las cinco protagonistas de su obra “Mujeres solas”, quizá la más importante de su trayectoria y por la que recibió el prestigioso Premio de Literatura Escrita por una Mujer en 1977.

Si lo que une a todas las mujeres de la obra es haber sido expulsadas de una vida fácil, convencional, y haber alcanzado así, a través del dolor una libertad nueva y más fértil, podría decirse que la escritora japonesa podría ser uno de sus personajes.

Después de una carrera de letras, de un temprano matrimonio con Kazumi Takahashi, de un doctorado a los 26 años con una tesis sobre con una tesis sobre François Mauriac, Takahashi, se vio viuda y sola en Osaka y así comenzó una segunda vida para ella.

Si las conversiones a finales del siglo XX no eran ya habituales, menos aún lo debió de ser la de una mujer japonesa que con algo más de cuarenta años decide convertirse al catolicismo y trasladarse a Francia para vivir como monja.

Esa búsqueda de la soledad, o su hallazgo imperativo, está muy presente en “Mujeres solas”, la novela con la que la autora, ya fallecida, llega al público español.

Las cinco mujeres que protagonizan esta obra son personas que no han logrado adaptarse a la existencia que el mundo les proponía, o quería imponerles y que buscan, por ello, hallar un nuevo sentido a sus vidas. Esa búsqueda les llevará a profundizar en su sexualidad, en la propia soledad y en las convenciones que fundamentan su mundo.

La obra se abre con Mujer solitaria, un relato que nos presenta a Sakiko, una joven enferma de soledad, que queda con hombres en citas a las que nunca acude (observando de lejos la desesperanza de ellos) y que busca alcanzar algún tipo de comunicación empatizando con la autora de una serie de incendios en colegios.

El segundo relato, Augurio, es quizá el de trama más clásica y occidental. En él, Yoko, en quien no es difícil ver un trasunto de la autora, se siente abordada por constantes sueños en los que aparece su difunto marido. La relación con otras mujeres, los recuerdos, el deseo que ya no se puede satisfacer… van creando un mundo onírico en el que es más fácil vivir, para Yoko, que en el mundo real.

En Fuegos Fatuos, asistimos a la vida errante, sin atributos, de Ichiko, que se siente anónimo y perdido entre las multitudes con las que se funde cada día, cuando acude a su trabajo. Es la soledad y la anonimia del trabajador en la gran ciudad, donde y cuando cualquiera es reemplazable y la identidad se vuelve casi transparente, provocando una sensación de soledad casi ontológica.

Su reverso parece ser Puente colgante, cuyo protagonista Haruyo vive el pánico contrario: el de perder el anonimato cuando alguien la identifica en medio de la ciudad. Se trata de un viejo compañero que le da la noticia de que el amor de su vida ha regresado a Japón. Ese retorno trae preguntas y reflexiones pero, también, una incitación a la acción a la que ella, cómodamente casada con un hombre que, por lo demás, lo ignora todo de ella, trata de resistirse.

Por último, lazos enigmáticos cuenta la historia de la anciana Ruriko Yoshimura, cuya soledad se ve interrumpida por una misteriosa niña: “¿cómo te llamas? ¿Por qué te acercas a mí?”, le pregunta Ruriko, en una pregunta que parece ir más allá de su literalidad para esconder el asombro y la incredulidad de quien no espera ya establecer lazo alguno con sus semejantes.

Los cinco relatos plantean más interrogantes que soluciones, ofrecen, sobre todo, un clima similarmente amargo: la vida de las cinco mujeres transcurre o bien sujetas a expectativas ajenas o bien, una vez defraudadas estas, en una libertad árida, solitaria, a ratos casi inhumana. Una soledad sobre la que vuela el hedor del fracaso y, sin embargo, también el de la esperanza y, en general, la vida.

About Author