No somos refugiados, de Agus Morales

Sé cuando un libro me ha enamorado porque en cuanto lo acabo tengo ganas de recomendárselo a todo el mundo, de exigir que por ley se deba estudiar en las escuelas del país. El último con el que me ha ocurrido es No somos refugiados, de Agus Morales (Círculo de tiza, 2017), una colección de crónicas escritas por el periodista y director de la revista 5W en la que recorre —y nos permite recorrer—los principales lugares del mundo en los que las grandes migraciones de personas chocan contra las fronteras y los muros.

Porque como bien explica el escritor no es sólo Siria —el lugar que hace unos años llenó de vergüenza a Europa y que hoy parece que hemos olvidado—, es también Sudán, la República Centro Africana, Centroamérica o Afganistán. Muchas de las personas desplazadas por los conflictos o el hambre, cuenta Morales, no llegan ni siquiera a cruzar una frontera, sino que permanecen en sus propios países, habitando en campos de (no) refugiados mal abastecidos de agua y comida y con ninguna posibilidad por delante. Porque como señala uno de los entrevistados, la mayoría del tiempo en los campos se va en esperar y hacer colas.

El libro —que como digo, debería estudiarse en las escuelas para educar a los más pequeños en la empatía y alejarlos de la xenofobia— es una terrible colección de historias personales. Como la de un niño salvadoreño de 13 años que cuando ya ha llegado a México con su familia decide deshacer él solo el camino porque teme que su abuela muera a manos de las maras. Como la del desertor sirio que narra cómo huyó en medio de la noche, con quien hasta entonces había sido su amigo y compañero disparándole para impedirle la deserción. Como la de quienes han cruzado medio África para terminar siendo esclavizados en Libia o ser timados en Grecia o Turquía por los pequeños carroñeros de la desgracia ajena. Como la de ese joven, una de las primeras que narra el libro, que murió antes de pisar suelo italiano y que ya cadáver tuvo problemas hasta para encontrar un lugar donde ser enterrado.

El libro de Agus Morales, como apunta en su prólogo Martín Caparrós, permite cruzar la frontera que va de la información, al conocimiento. Y nos pone frente a frente con la verdad del mundo en el que vivimos.

Un mundo que como dice su autor, y uno sólo puede estar de acuerdo, se está desmoronando para dejar paso a un nuevo orden en el que la libertad de movimiento de las mercancías no irá ya jamás acompañada del movimiento libre de personas. Con la excusa de aumentar la seguridad, crecen los muros, las fronteras, las aduanas donde somos tratados como ganado. Se reducen el número de visados de asilo concedidos. Y aumenta hasta el odio la sospecha contra el otro. Contra el pobre más pobre que nosotros que viene a pelear por las migajas que los poderosos dejan en el mantel.

Agus Morales —que viaja hasta Bruselas para preguntar a los parlamentarios por qué se permite que la gente siga muriendo en el mar— nos ayuda a contextualizar nuestro egoísmo. En el Líbano, con cuatro millones de habitantes, hay un millón de refugiados. Mientras, la próspera Europa se niega a asilar a un número de migrantes que no supone ni siquiera un 0,4% de su población. Y eso en continente, añado yo, donde padecemos una crisis demográfica enorme, que acabará arruinándonos.

El libro de Agus Morales sirve, además, para crear en el lector un poco de mala conciencia. Porque incluso quienes tratamos de no ser xenófobos, de escribir a favor de un trato humano de hacia los migrantes, ¿qué hacemos en realidad? ¿Dar dinero de vez en cuando a una ONG? ¿Enviar un poco de ropa al tercer mundo? ¿Suscribirnos a 5W? Menos es nada, claro, pero, ¿por qué no estamos todos salvando vidas en el Mediterráneo? ¿Por qué no nos vamos a ver en primera persona a los que sufren? El periodista es un mediador y por eso No somos refugiados es un gran trabajo periodístico, que además está muy bien escrito. Pero, a veces, avergüenza tener que recurrir al mediador.

Como avergüenza observar cómo, poco a poco, a base de banderas y miedos, los partidos europeos nos van convirtiendo en soldados obedientes en la lucha contra un enemigo externo que a lo mejor ni siquiera existe. La democracia necesita ciudadanos, gente crítica, personas capaces de reparar en los matices, que son la esencia del encuentro. El mundo que viene está formando soldados porque el soldado sólo necesita dos cosas: un bando propio, y uno enemigo. Cuanto más forofos nos volvamos —en Europa, en España, en Cataluña o Alsasua—; cuantas más banderas ondeemos y más reforcemos nuestra identidad (para separarla de la del otro), menos democracia tendremos. La democracia es compleja y exige ciudadanos complejos. La guerra, no: basta con estar dispuesto a matar y morir.

Y lo más importante: mientras nosotros debatimos si volvemos a ser un continente de derechos y dignidad, o seguimos la estela de Donald Trump, pero con buenas palabras, miles de personas siguen muriendo cada día en el Mediterráneo, en Sudán, en la RCA, en Nigeria, en México, en El Salvador, en Honduras o en Afganistán. Y sólo contamos con la labor de unos pocos y dignos periodistas como Agus Morales para que viajen allí y nos lo cuenten. Y nos hagan sentir, al menos, un poco mal. Para enseñarnos el mundo como es, y nuestro rostro en el espejo.

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