Presbicia y otros pecados. Venta del Rayo, la última novela de Encarna Castillo

Llego a Encarna a través de un amigo de Córdoba, y no deja de ser curioso este nexo tardío y lejano, porque Encarna y yo compartimos las mismas coordenadas de tiempo y espacio. Como yo, ella nació en el extrarradio barcelonés del Llobregat, del que ambos huimos con la veintena hacia el barrio chino de la ciudad condal. El Kentucky, la Bata de Boatiné o el London fueron nuestros nodos en las redes sociales antes de que hubiera móviles en nuestros bolsillos.

Leyendo su última novela confirmo que tenemos otras cosas en común. Venta del Rayo es una historia que indaga en sus raíces familiares, concretamente en la figura de su abuelo asesinado por los sublevados fascistas.

Encarna, ¿una novela más sobre la Guerra Civil?

Exactamente esa es la máxima que tenía en mi cabeza mientras escribía Venta del Rayo: “Que no sea otros novela más sobre la guerra civil española”.

Me horrorizaba hacer terapia con los demonios familiares a cuenta de la guerra civil, por lo que, desde el principio, intenté posicionarme en un lugar común, universal, sin magnificar los hechos, solo rescatar una más de las muchas historias de este país que la historia oficial nos ha secuestrado con fines partidistas.

También porque lo que se escribe actualmente en novela sobre este tema y el enfoque que se le da no me satisfacen. Comparto la opinión de David Becerra de que la mayoría de escritores del presente han utilizado la guerra civil como contexto para explicar una historia de amor, pero no para hablar de la guerra civil en símisma. Sin embargo, creo que los historiadores síestán insistiendo en explicar las cosas como fueron. Pero en literatura todo es muy bienintencionado, muy, perdón por la palabra -porque quizás se abuse mucho de ella-, equidistante.

Además, soy consciente de que cada historia personal conforma el tapiz de la memoria colectiva. Y Venta del Rayo solo quiere rescatar del olvido la historia de mi abuelo y del lugar donde viviócuando ocurrieron los hechos que en mi novela relato para continuar conformando entre todos ese tapiz colectivo que el partido que actualmente gobierna se empeña en mantener oculto.

Presbicia es el nombre que le das al primer capítulo. Una palabra que sirve para definir la vista cansada, la incapacidad para ver lo obvio, aunque metafóricamente también puede designar la pereza intelectual, el desinterés por ver más allá. ¿Crees que ese es uno de los pecados capitales de nuestro país?

Totalmente. No empeñamos en no ver lo que tenemos delante e, incluso, lo que hasta hace poco era incuestionable. Creo que es un asunto de pereza mental, más que de incapacidad. Como  siempre, no todo el mundo es así, no se puede generalizar, pero creo que este comportamiento está demasiado extendido.

Actualmente, los ciudadanos somos mascotas a las que alimentar con fútbol, talent shows y opiniones comunes sobre política y otros asuntos sociales: “Esto es bueno, esto es malo”, y nos lo creemos. Falta criterio propio, defensa de la opinión personal y cuestionar las cosas como nos las cuentan la prensa y los políticos.

Pero no es de extrañar. Hemos dejado que, poco a poco, nos quiten la filosofía, la literatura y otras asignaturas de humanidades de los planes de estudios. Sin esta base, ¿cómo vamos a construir una sociedad crítica, reflexiva, que respete los valores más fundamentales?

En contraposición a la presbicia, la educación debería estimular la curiosidad –entre otras- sobre la propia historia e identidad. En ese sentido me llamó la atención una observación que haces en tu novela: en la escuela o el instituto oímos hablar más de la Guerra Civil a través de las clases de literatura y de los autores que la sufrieron con la muerte y el exilio, que en las propias clases de historia.

Al margen del componente literario hay un despliegue de datos que extraes tanto de historiadores como de archivos militares y civiles. ¿Fue fácil esta tarea?

Sí, creo que mi generación se informó de muchos temas gracias a la literatura. Para aquello que no sabíamos de la vida o de la historia, allíestaba Antonio Machado, Julio Verne, Las mil y una noches… para ofrecernos algunas nociones sobre ello. Como decía antes, si dejamos que no se enseñe ni literatura en las escuelas… ¿quién va hablarnos de otras vidas y de otros mundos?

Respecto a la búsqueda en los archivos militares y locales, sí, fue bastante laborioso. Yo no soy historiadora, por ello, primero, tuve que aprender a buscar ese tipo de información e informarme de dónde se encontraba cada cosa. El Archivo Militar de Sevilla, para los casos de guerra de Andalucía; el Archivo de Ávila, para temas militares nacionales; los archivos locales, para asuntos más concretos del lugar. Pero, además, no se consigue toda la información de una vez. Una pista te lleva a otra pista, y otra a otra. Y cuando crees que lo tienes todo, tienes que volver a pedir cierta información porque no sabías que sería importante y, claro, en el archivo te dan estrictamente lo que les habías pedido.

Lo triste es que, demasiadas veces, obtener esa información depende de la buena disposición del militar que te atiende.

Además, soy consciente de que, aún, me falta información. Por ejemplo, los archivos de la Guardia Civil están cerrados y no se pueden consultar, ni siquiera por los historiadores. Esta situación es totalmente denunciable, porque los poderes fácticos están censurando información a sus ciudadanos.

También quisiera reivindicar el trabajo anónimo de los numerosos historiadores locales, profesores de instituto que, con mucho trabajo, publican en editoriales locales, incluso muchas veces se autopublican, el trabajo de años y años de investigación.

Una de las frases que citas es la del historiador Paul Preston en referencia a una figura del franquismo : “ los vencedores no habíamos hecho una guerra para, después, perderlo todo en democracia”

Esta frase se la escuché decir cuando él presentaba su libro El holocausto español en Barcelona y me impactó. Porque pensé que era cierto, pero lo tenemos tan enraizado que no nos damos cuenta.

Lamentablemente, cada día nos llegan más y más noticias de que esto es verdad. La negativa del PP a incluir dinero en los presupuestos del Estado para la Ley de la Memoria Histórica, lo del Cara al sol en un funeral de Nerja, las insultantes declaraciones de Rafael Hernando, o de la mayoría de los políticos del PP, cada vez que habla sobre el derecho de las víctimas a desenterrar a los asesinados por el franquismo… Y muchas más.

Todo ello -y, desgraciadamente, también en otras cuestiones- solo demuestra que la ley sigue favoreciendo solo a algunos y que en este país se siguen vulnerando los derechos humanos.

¿Cómo está siendo recibida la novela en los ámbitos en los que la has movido? Y en lo personal, ¿cómo ha sido recibida por tu familia, o en la Venta del Rayo, Loja..?

Pues muy contenta, la verdad. Cuando la escribía, pensaba: ¿Puede interesar esta historia a alguien más que a mí y a mi familia? Y, sí. No somos conscientes de ello, pero hay muchas personas en este país a quienes en sus familias aún les alcanzan los efectos de la guerra civil. También hay muchas personas que hacen una gran labor en las asociaciones memorialistas, cuya labor es rescatar la memoria de las víctimas del franquismo. Y otras personas que no pertenecen a ellas pero que, por curiosidad natural, se acercan al tema para saber e informarse. Por sensibilidad social.

Respecto a mi familia, a las personas más mayores les costó cambiar el argumento que su propia familia inventó para sobrevivir a la posguerra y pasar desapercibidos. Por ejemplo, mi tía Francisca, es un ejemplo de cómo su generación se vio obligada a vivir con la “culpa”de pertenecer a una familia de izquierdas y ser hija de una persona fusilada por participar activamente en la defensa de la República. Por ello, a ella saber que su padre (además de la cantinela que se repite en muchas familias de que “Era un hombre bueno, que no hizo nada pero a quien mataron por sus ideales”) había participado como voluntario en la Compañía de Campesinos tras la sublevación franquista, le causó un trauma, porque ya pensaba que su padre era un asesino… Y esa fue la estrategia de la represión franquista, hacer pensar a miles de personas que sus padres habían sido “demonios”crueles -como se representaba a los rojos- solo por defender la República.

Desgraciadamente, como mi padre ya había fallecido cuando reconstruí la historia de su propio padre, mi abuelo, nunca sabré cómo se lo habría tomado él. Pero supongo que con el mismo dolor y desorientación que mi tía.

Pero para los nietos, creo que se trata más de un tema relacionado con la identidad. En mi caso, por ejemplo, es más un tema de ser consciente de los traumas heredados, del gen diferencial… De saber de dónde vengo y cómo ha influido la historia de este país en mi vida sin yo saberlo.

Está claro que la única receta para el olvido el recordar. ¿Hasta cuándo habrá que recordar la Guerra y sus consecuencias?

Yo creo que la memoria ha de cultivarse siempre, porque es una de las mayores fuentes de sabiduría y enseñanza. Por ello, recordar y mostrar cómo han sucedido las cosas, como ya he dicho antes, me parece fundamental.

Pero, en el caso de la guerra civil española, hasta que cada una de las familias de las víctimas franquistas no dignifique la memoria y el reposo de los suyos, no podremos normalizar nada.

Y también hasta que la sociedad al completo se sensibilice de que, en un Estado democrático, esto debe ser así.

Para acabar nuestro pequeño test. Algo para leer:

Proust (siempre, aunque suene pedante), Robertson Davies, Patrick Modiano, Thoreau (que ahora está muy de moda, pero es que las enfermedades de nuestra sociedad lo han traído de nuevo de vuelta)…

Algo para escuchar:

Últimamente estoy volviendo a lo básico: Will Oldham, Palace Brothers, Nick Drake…

Algo para ver:

Todos los clásicos del cine.

Algo que soñar:

Con la vida.

Algo que recordar:

Cada segundo de felicidad que la vida nos ofrece.

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