Henryk Skolimowski: nuevas formas de baile

¿Y si el amor fuera sólo fruto de nuestra imaginación? O Dios. O la felicidad. Los medios de comunicación, e incluso algunos científicos, parecen empeñados en invocar las bases neuronales del comportamiento humano para explicarlo todo, del imparable ascenso del populismo a la devoción servil por nuestros iPhones. Como si de un artefacto cultural de nuevo cuño se tratase, el cerebro es retratado en multitud de pinturas y esculturas, exhibido en museos y galerías. La perspectiva de resolver los enigmas más profundos de la humanidad, a través de su estudio, ha cautivado a los eruditos durante siglos, pero nunca antes había atrapado, como ahora, la imaginación del gran público.

La promesa implícita de decodificar su funcionamiento parece conllevar la amenaza de controlar las vidas mentales ajenas. ¿Es acaso con la esperanza de manipular las actitudes de los votantes que nuestros políticos invierten en I + D? ¿Sueñan los agentes de la ley con infalibles detectores de mentiras? ¿No desean los algoritmos de Facebook seguir descifrando lo que queremos comprar, cuestionando así nuestras secretas intenciones e incluso nuestro libre albedrío? Nadie puede descifrar el intricado laberinto de la mente, al menos por ahora.

“En las grandes tradiciones espirituales del pasado, para seguir el camino correcto era indispensable entender la naturaleza de la mente”, sostiene el filósofo contemporáneo Henryk Skolimowski (1930, Varsovia). En su ensayo La mente participativa (1994; Atalanta, Memoria Mundi, 2016. Traducción de Juan Arnau y Su Lleó), se defiende que “un conocimiento más profundo de la mente significa un conocimiento más hondo de uno mismo”. El padre de la eco-filosofía avanza a contracorriente de las principales visiones filosóficas del mundo, especialmente las mecanicistas, que se originaron en el siglo XVII.

En la teoría de Newton, el funcionamiento de la naturaleza era similar al mecanismo de un reloj, dentro del cual somos pequeños engranajes y ruedas. Esto ha permitido, según el profesor de filosofía ecológica de la Universidad de Michigan, que la humanidad abuse del planeta hasta destruirlo: “Si no cambiamos la orientación y la estructura de la mente mecanicista de hoy, nos quedaremos estancados en los predicamentos del presente”. El enfoque analítico-lingüístico de la filosofía, añade, demasiado abstracto e insuficiente para responder a los desafíos de nuestro tiempo, también colabora en la destrucción del medio ambiente. “Nuestra nueva espiral del conocimiento debe ser, sobre todo, evolutiva”.

Uno de los principales atributos del cosmos es la creatividad, sostiene el autor de Eco-Yoga (1994): avanzamos hacia la auto-realización. El cosmos es físico y, al mismo tiempo, trascendente; está gobernado por leyes tanto físicas como trans-físicas, que “invita(n) a la mente a cualquier nueva forma de bailar. La danza no se puede separar del bailarín”. Skolimowski se refiere a los seres humanos como seres cósmicos. A medida que desarrollamos “las sensibilidades, incluidas la sabiduría y la compasión”, nos rehacemos junto a las formas del universo. En común con algunas filosofías orientales, el afán de incorporar todas las etapas de la evolución del Cosmos dentro de nuestro cerebro, adentrándonos en “la verdad participativa, como aventura hacia la completitud universal (…) un puente hacia las antiguas tradiciones espirituales”.

Denuncia el erudito de la Universidad de Lodz, Polonia, formado en Varsovia y Oxford, la gran paradoja del mundo occidental: cuanta más tecnología y desarrollo, más se degrada la cultura, convirtiéndola en mero anacronismo de una era pre-moderna. “Los adictos al poder recorren una ruta delirante y se encuentran atrapados en un remolino autodestructivo”. La tradición proporciona un conjunto de estructuras dinámicas que nos ayudan a vivir más y mejor: no son meros vestigios del pasado, sino parte inherente de las estrategias del ser humano para salvaguardar su supervivencia y bienestar. “La filosofía participativa (…) es una filosofía en proceso (…) esboza un marco y una estrategia, libera a la mente para que vuele alto y explore honduras”, concluye.

Una neurociencia sin sentido nos lleva a sobreestimar su capacidad de mejorar las prácticas legales, de marketing y política social. Hoy en día, a pesar de que tenemos más comodidades y habilidades, gracias a las máquinas que hemos construido, seguimos sin conocer el significado de la vida. No encontramos sentido en el consumo, el entretenimiento o la tecnología. De ahí lo oportuno de la dimensión trascendente que nos propone Skolimowski, a menudo, no siempre, conectada a las religiones. El dominio neurobiológico es esencial para una comprensión completa de por qué actuamos, pero sólo si nos lleva a la plenitud. El cerebro y la mente son diferentes marcos para explicar la experiencia humana, no una mera cuestión académica: su estudio conlleva el conocimiento no sólo de la forma en que pensamos, sino también acerca de cómo aliviamos el sufrimiento que nos provocan la ausencia de amor. O Dios. O la felicidad.

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