Dylan y el nobel de literatura: una opinión a vuela pluma

Apenas ha saltado la noticia, y los ceñudos talibanes de lo literario ya se han llevado las manos a la cabeza para clamar. “¡¿Dyan?! ¡Debe ser una broma!”. Pero no, no lo es. El bardo de Dultuh, Minessota, ha sido galardonado con el Nobel de Literatura 2016.  ¿Merecido? Para responder, el problema quizás no sean los méritos de Dylan, innegables, sino el concepto que cada uno tenga de lo que es la literatura.

Porque, ¿qué es literatura? ¿Qué es lo literario? esta es, me temo, una cuestión no sólo árida, sino irresoluble. Un libro publicado hace poco más de un año y que llevaba por título “El demonio de la teoría” lo explicaba bastante bien: la modernidad lleva dando vueltas casi dos siglos en torno a esta pregunta sin ser capaz de responderla y, a la vez, respondiéndola siempre de la misma manera.

Depende de si uno se adscribe al estructuralismo, al formalismo, a una u otra vanguardia, a las teorías miméticas o a cualquier otra escuela, la esencia de lo literario estará en un lugar, o en otro. Y en función de donde esté para él, lo que hace Dylan podrá ser considerado literatura, o no.

Yo, humildemente, creo que la propuesta de Dylan tiene bastante de literaria, por más que él sea, sobre todo (y quizás sólo eso desde su punto de vista), un hacedor de canciones. Es decir, un creador de un arte en el que melodía, armonía y letra son inseparables… en su concepción.

Sin embargo, a posteriori, como receptor, uno sí puede arrancar la letra de la música y leer cosas como, por ejemplo:

Oh, where have you been, my blue-eyed son?
And where have you been my darling young one?
I’ve stumbled on the side of twelve misty mountains
I’ve walked and I’ve crawled on six crooked highways
I’ve stepped in the middle of seven sad forests
I’ve been out in front of a dozen dead oceans
I’ve been ten thousand miles in the mouth of a graveyard
And it’s a hard, it’s a hard, it’s a hard, and it’s a hard
It’s a hard rain’s a-gonna fall.

Por poner sólo un ejemplo de letra dylaniana que sobrevive, sin problema, tomada fuera de su origen: la canción. De hecho, cuando Dylan ha intentado hacer sólo poesía (Tarántula), el resultado ha sido discreto, y como escritor de memorias tampoco ha resultado nada original. Así que me centro en la letra (y habría decenas y en diferentes registros: tomen sólo como muestra el rabioso surrealismo de Blonde on Blonde y el no menos rabioso intimismo romántico de Blood on the tracks) porque entiendo que el Nobel de Literatura se le ha entregado por la expresión poética de sus canciones, y no por las canciones en sí.

De ser así, es decir, de ser este un Nobel de la música (¿por qué no hay un Nobel de la música?), creo que nadie discutiría hoy que su primer ganador debería ser el señor Robert Allen Zimmerman: uno de los músicos más influyentes y revolucionarios del siglo XX y una de las más sólidas personalidades (por carrera, trabajo y propuesta) de la historia del Rock.

Merecido pues, a mi modo de ver, el Nobel a Dylan. Y claro, Dylan no es Roth. Y seguramente haya, cómo no, diez o quince escritores (novelistas, poetas) que se lo merezcan más. Pero eso forma parte de los gustos de cada cuál y, además, no quiere decir que Dylan no se lo merezca.

Porque además, el premio a Dylan implica el reconocimiento, por parte de una institución tan poderosa como la Fundación Nobel, de la existencia de la literatura en las letras de las canciones. Tal vez eso sirva de acicate para que muchos, siguiendo un consejo dylaniano ya famoso, cuiden más las letras. Porque, como dijo el genio, la música se cuida sola.

 Escuchemos, de nuevo, a Bob Dylan. Y brindemos.

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