Si una parte importante del trabajo de un editor es la de andar a la caza de joyas que, por unas razones u otras, no han llegado al público de un país, o no al menos de una forma mayoritaria, Donatella Lanuzzi, alma mater de Gallo Nero, ha cumplido con creces con esa función al publicar “Un hombre ocioso”.
Esta obra de Yusuf Atilgan es, sin duda, una de las mejores obras que han visto y van a ver la luz este 2016. Un libro que si hereda de Faulkner la estructura, como asegura la cita de Orhan Pamuk de la contra (el gusto por la perspectiva múltiple, por los saltos temporales), tiene más relación temática con Camus y con Musil, y hasta con el Melville de Bartleby, que con el autor norteamericano.
Y es que “Un hombre ocioso” narra un año (dividido en cuatro estaciones de siete capítulos las tres primeras, de cuatro la última) de la vida de C., rentista en la Turquía de los años 50 y que siente tanta aversión por el dinero como por el trabajo, de manera que toda su rutina en un constante vagar por la ciudad en busca de “ella”, la mujer que, piensa, debe existir y debe comprenderlo; el amor que debe salvarlo de una vida carente de sentido.
La obra acompaña a C. en ese vagar, en ese buscar que incluye un par de aventuras amorosas fracasadas, y sobre todo en sus diatribas contra las convenciones sociales en general y contra el trabajo en particular. Porque si algo es C., es un inadaptado, un hombre perdido en la vida contemporánea cuya velocidad, propósitos (el dinero, el sexo, el matrimonio) y rutinas normalizadas ni comprende ni desea comprender:
Quién sabe, si la gente no estuviera aburrida, lo mismo se olvidarían de ir al trabajo. “El trabajo consuela”, solía decir su padre. Un consuelo que a él no le interesaba. Escribir todos igual, impartir clases todos igual, blandir el martillos todos igual: es a lo que ellos llamaban trabajo. Incluso el conductor que tocaba el claxon diferente, el herrero que sacudía su martillo a un ritmo distinto, al segundo día, se repetían. El objetivo de la vida era la rutina, la tranquilidad. A la mayoría le daba miedo el esfuerzo, la novedad.
Es, precisamente, esa visión anticonvencional, esa tozuda resistencia al trabajo y a la vida normalizada que tanto recuerdan al famoso “preferiría no hacerlo”, esa fe inagotable en que algún día, en sus vagabundeos por la ciudad encontrará a “la mujer”, a esa B. que cruza también por la novela y que, piensa, está hecha para él, lo que contribuye no sólo el núcleo sino el gran atractivo de esta novela.
Porque si ese movimiento que hemos llamado la posmodernidad ha supuesto el derrumbe de muchos mitos y de casi todas las grandes ideologías, el trabajo todavía resiste como uno de esos mitos inamovibles: el de “ganarás el pan con el sudor de tu frente”, el que nos dice que quien no trabaja y ocupa su tiempo en algo es, primero un vago y después, alguien sospechoso.
Como ser sospechoso, C. realiza un trabajo de zapa sobre muchas de esas convenciones mitificadas, poniendo en duda (en crisis) lo que habitualmente damos por sentado, por pereza o falta de tiempo para cuestionarlo:
Como los asideros del tranvía. Te estiras y te agarras. Unos se agarran a su riqueza, otros a su puesto de director, otros, a su trabajo, a su arte. Lo hay que se agarran a sus hijos. Todo el mundo cree que su asidero es el mejor, el más alto. No ven que es ridículo.
En suma, y como decía, uno de los mejores libros que se van a poder leer este 2016, con un final a la altura del resto del libro. Y el descubrimiento de un autor, Yusuf Atilgan, que sólo dejó escritas una novela más (Hotel Madrepatria) y unos pocos relatos.
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