Hay un dicho en periodismo que señala que aquello que está escrito para ser leído una sola vez, rara vez se puede leer más de una vez.
“Los últimos mohicanos” (Alfaguara, 2016), el último libro de Manuel Vicent reúne una colección de perfiles biográficos de una serie de escritores que desde finales del siglo XIX y hasta pasada la transición en el caso de los últimos representantes, convirtieron los periódicos en el medio principal a través del cual dar a conocer su trabajo y trataron, con un estilo cuidado y personal, de dar al traste con ese mito de la escritura en periódicos como una escritura de segunda calidad.
La discusión acerca de si autores como los presentados por Vicent son periodistas o “solo” escritores en periódicos es casi tan vieja como la profesión y ha o犀利士5mg
cupado miles de páginas a defensores de una y otra posición, sobre todo a partir de la profesionalización del periodismo a inicios del siglo XX.
Uno conoce la opinión de Vicent, según la cual autores como Unamuno, Azorín, Blasco Ibañez o Julio Camba (por mencionar alguno de los biografiados) serían periodistas, sin más apellidos. Ni siquiera el socorrido de “literarios”. Uno piensa, también, que a estas alturas da un poco igual discutir si son galgos o podencos, habida cuenta de cómo está la profesión. Un ejemplo, recientemente Gay Talese admitía que tal vez su largo reportaje de no ficción tuviera bastante de ficción, aunque fuera sólo por una poco profesional fiabilidad concedida a una fuente que, al parecer, no lo era tanto. Otro ejemplo?, este en forma de pregunta: ¿Cuánto de ficción tienen las informaciones publicadas por los “hunos” y los “hotros” (la expresión es, precisamente, de Unamuno) acerca de la actualidad política?
En una España en que la prensa es cada vez más militante, mantener la idea de un periodismo purista, en el tratamiento de la información y en el estilo, parece casi una quimera. Aunque sea una deseable.
Por eso gusta leer los perfiles de autores que desarrollaron su labor, periodística o no, cuando la prensa como negocio era más inocente, por nueva, y cuando un redactor tenía al menos unos minutos para pesar y pensar cada palabra, cada frase. En vez de escribir al mismo tiempo que va tuiteando la información y sacando fotos de la noticia.
De hecho, lo único que se echa en falta leyendo estos perfiles biográficos pergeñados por Vicent (unos perfiles amenos, irónicos, que hacen un uso perfecto de la anécdota y el chascarrillo; por ejemplo, el perfil de Manuel Aznar nos ofrece adecuada e importante información sobre la procedencia del poder y los contactos de la familia del ex presidente Aznar) es alguna pieza de cada autor, aunque sea un par, en el que hallar las características que de cada uno de ellos apunta el autor catalán.
Por lo demás, la obra entusiasmará a los admiradores de aquel periodismo llevado a cabo por redactores capaces de matar a su madre por una exclusiva que, además, narraban después con una calidad literaria hoy sólo reservada, en los periódicos, a tres o cuatro afortunados. Para los demás puede ser una buena forma de adentrarse en la parte más desconocida de una serie de autores (Azorín, Blasco Ibañez, Bergamín, Luis Carandell, Gonález-Ruano, Haro-Tecglen, Umbral, Vázquez Monalbán,…) cuya calidad como prosista es, en cualquier caso, innegable.
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