Desde la oficina, de Robert Walser

Todo lector empedernido tiene una serie de autores que actúan a modo de refugio. Cuando uno se harta de leer obras que no acaban de convencerlo o que directamente lo aburren, recurren a esos autores como quien regresa a un hogar cómodo y querido. En mi caso, uno de esos autores (Miller, Hesse, Bellow, Coetzee serían algunos de los otros) es Robert Walser.

Puedo admitir que Walser no es un escritor prodigioso ni en la técnica ni, desde luego, en el desarrollo de las tramas. Basta con asomarse a los relatos que componen “Desde la oficina” (Siruela, 2016) para darse cuenta de esto. Pero lo que le falta en ese sentido lo compensa con una enorme capacidad de observación, un humor ligero y una piedad y una alegría por los temas que trata que lo convierte en un escritor al que uno desea siempre leer.

Con un tono que se acerca a lo periodístico (muchos textos de los aquí recogidos fueron, de hecho, publicados en medios de comunicación), y con la misma bonhomía de siempre, Walser ofrece en “Desde la oficina” un conjunto de relatos, retratos y estampas que componen un pequeño cuadro sobre la vida del trabajador de oficina en la Europa central de inicios del Siglo XX.

Todo ello dese la óptica de quien, como fue su caso, sabe bien lo que es trabajar en una oficina, sometido a normas y horarios, y también abandonar ese camino para ingresar en las filas de los poetas hambrientos. Walser, que si sobrevivió fue gracias a la caridad de sus mecenas (y que acabó recluido y sin decir ni escribir palabra en años), realiza aquí unos perfiles y unas narraciones a las que no es difícil sacar el regusto biográfico.

Su talento para la escritura convierte fácilmente a un oficinista en escritor. Conozco a dos o tres cuyo sueño de convertirse en escritores ya se ha cumplido o está en vías de cumplirse.

Con su estilo tragicómico habitual, Walser extrae de la masa anónima a los grises oficinistas y nos los ofrece como lo que son: individuos diferenciados, ni mejores ni peores que cualquier otros, y para los cuales (y he aquí el mérito de la óptica de Walser) sólo puede sentir piedad.

 El libro se completa con un bello prólogo a cargo de Reto Sorg y Lucas Margo Gisi, que toman por título del mismo una frase del libro que resume muy bien el carácter alegre y contradictorio de Walser: “obedece con gusto y se opone con facilidad”.

 

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