En un momento dado, explica el narrador confesional de esta breve novela, que “Obra muerta” es aquella parte del barco que sobresale durante la navegación: la más visible, pero no por ello la más importante. El de “obra muerta” era también el título que Romeo, el primero de los fantasmas que pueblan la noche de insomnio del narrador, iba a poner a su nunca concluida primera novela.
Porque “obra muerta” es, principalmente, la narración de una noche de insomnio que se equipara a otras acontecidas en el pasado: entonces, el narrador, aún joven, comenzaba su vida adulta anclado a lo que parecía una vida estable. Vida que, sin embargo, guardaba, más allá de la apariencia de la “obra muerta”, extraños y oscuros caminos. Y en el insomnio, la tentación de abrir la ventana y saltar.
Personaje de aquella época, recordado como ya fallecido años después, era Romeo. Marinero varado en tierra, bebedor y hombre del tiempo en un periódico local, el recuerdo que ha dejado en la vida del narrador es el primero de los senderos por los que se adentra la memoria del “insomne que cuenta”, del hombre que tratando de no hacer ruido para no despertar a su pareja, da vueltas en la cama y recuerda.
También aparece en esa noche Chris Tango, gentleman acaudalado y obsesivo lector de periódicos que, en un momento dado, decidió dejar su vida de alto ejecutivo para montar una cadena de restaurantes en Londres. Junto a él aparecen las figuras del pintor catalán Joan Delta, amigo de juventud fallecido tiempo atrás y de Massimo d´Antona o Mike, amigo del narrador y asesinado mientras regresaba a su casa en bicicleta.
El último fantasma de la noche es el del japonés Óskar, muerto hace años, pero de cuya muerte el narrador se ha enterado, como en el caso de Delta, tardíamente. Amigo de juventud y ejemplo de una disyuntiva vital que todos debemos enfrentar algún día (ser lo que deseamos o lo que se espera de nosotros), Óskar representa también la culpa de la amistad abandonada y que se vuelve irreparable a causa de la muerte.
La fatiga por la edad acumulada, por los pequeños errores, por los nombres de personas que significaron algo en el pasado y que ahora han desaparecido de nuestras vidas o de la existencia; el paisaje habitual del insomnio, en suma, es lo que compone esta breve, pero destacada obra de José Luis de Juan, cuya brevedad no debería hacer que la minusvaloremos.
Con el flujo de la marea propio de la memoria cuando vaga libre, pero obsesionada, de Juan consigue transmitir, con su narrativa, la tensión y la desazón (y esa sensación de cansancio que produce la memoria cuando está muy poblada: inútilmente poblada) del insomnio, sin renunciar a la agilidad, ni a la profundidad de una voz confesional que nos recuerda al mejor Durrell, al mejor Conrad (es una voz lírica, densa, experimentada; es decir, cansada).
Con esa voz el autor mallorquín crea un personaje y elabora un relato de unas calidades admirables. Con el añadido de que el carácter en cierto modo atemporal de la trama (un hombre que recuerda y al que el recuerdo infecta de culpa) le concede a la obra una atmósfera de clásico que precisamente por ser muy difícil de lograr, habla todavía mejor del éxito narrativo que aquí ha alcanzado José Luis de Juan.
La obra es tan destacada que servidor, que no conocía (y aquí he de entonar un mea culpa) la obra de José Luis de Juan no va a tardar ni dos días en acercarse a una librería a pedir, al menos, “Sobre ascuas” y “La llama danzante”, sus dos novelas más recomendadas.
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