El oído absoluto, de Manuel Longares

Manuel Longares es, hoy por hoy, y por derecho propio, uno de los cuatro o cinco mejores escritores de este país. Y quizás el único, con Antonio Hernández, que ha asimilado sin arcaísmos absurdos lo mejor de la tradición española narrativa la que nace con Cervantes y la novela picaresca y llega hasta hoy pasando por Galdós, Valle, el mejor Cela y, desde luego, el “Boom”.

Mucha de esa tradición se deja ver en “El oído absoluto”, donde se nos narra la historia de Max Bru, propósito incumplido de poeta parnasiano de inicios del siglo XX, y de su hijo, el diletante Máximo quien sufrirá la guerra y el exilio y acabará trabajando en la realización de Revistas Musicales, único negocio familiar que da dinero y sirve de sostén a las aventuras literarias de padre e hijo.

En esa narración tenemos el “noventa y ocho” y el regeneracionismo simbolizados en una visita cinegética del mejor escritor de la patria (un remedo del Ortega más castizo) al pueblo de Pagán, patria de Max Bru y del patriarca Bilves: “paisajista de sólo dos ideas, pero revolucionarias”.

El viaje a Madrid de Bru, en busca de la gloria poética, nos adentra en una capital que cuelga entre la de Galdós y la de “Luces de Bohemia”, con personajes tan originales como el mecenas Atilano, el revolucionario posadero o Bernardo, el cuñado de Bru. Quienes se unen a otros como la exiliada Otilia Risco, ninfómana de orgasmos atronadores que ha de dejar Pagán a causa de sus excesos o al cura y censor francés que deja publicarse un libro, o no, en función de la reacción de su miembro.

La Residencia de Estudiantes, los poetas del 27, la literatura de la España franquista (con sus cambios de chaqueta), y el casticismo más popular, todo aparece aquí reflejado o, más bien, por decirlo con Valle, deformado.

El resultado es una novela hilarante, desmitificadora y maravillosamente escrita que, pese a su pintoesquismo y ese beber de las fuentes tradicionales, no renuncia tampoco a hacer suyos los hallazgos de la novela contemporánea.

Así, la obra, segmentada en tres partes –Épica, Lírica y Dramática- intercala, con la voz de un narrador extradiegetico, pasajes de las obras de Eladia Mansilla, mujer de Bru y autora de dos diarios: “Odisea de una fea” y “Diario de un viaje sin equipaje”; fragmentos de la biografía que la profesora Landete escribió sobre Max Bru; y las propias memorias de éste y de su hijo. Todo ello aderezado por coplas, poemas, fragmentos de Revistas y, en general, un alarde de citas y voces que lejos de suponer un estorbo para la obra la complementan a la perfección, pues nos dan el tono de una época y de sus calles.

Tan buena como “Romanticismo”, pero más divertida, Longares consigue con “El oído absoluto” una de las mejores novelas españolas de los últimos años.

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