El Arco Iris, de D.H. Lawrence

La editorial Alba ha publicado por primera vez en España una edición íntegra, en una nueva traducción de Catalina Martínez Muñoz, de “El Arco Iris” una de las novelas más controvertidas de D.H. Lawrence.

La obra, censurada en su momento tanto por su primer editor como por las autoridades británicas (que la tacharon de inmoral), narra la historia de una familia a lo largo de tres generaciones desde la década de 1840 hasta 1905, es decir, la decadencia del periodo victoriano en el Reino Unido, que sería irreversible después de la Primera Guerra Mundial.

Las acusaciones de “obscenidad” a la novela en su época no deben hacernos esperar, en cualquier caso, nada escandaloso, sin que hay que enmarcarlas precisamente en el devenir de una época caracterizada por su exagerado puritanismo y que en 1915, fecha de escritura de “El arco iris” daba sus últimos coletazos.

Ni siquiera lo que se nos ofrece aquí ataca a uno de los pilares fundamentales de la sociedad victoriana como sí ocurría con el matrimonio en “El amate de Lady Chatterley”. El gran ingrediente de la obra es, aquí, no el sexo, sino el deseo, la sensualidad. Lo que Lawrence propone, en linea con el pensamiento freudiano (en alza en su época) es la idea de que el deseo sexual lo impregna todo y que la vida de cualquier hombre o cualquier mujer, por más que a simple vista parezca encauzada por los límites de la moral, está sacudida a diario por la sexualidad y sus instintos (y sus frustracciones).

Lo que Lawrence hace en esta obra es cuestionar la posibilidad de ser felices que tienen los personajes en una estructura familiar (y por ende social) que les impide la plena realización de sus deseos más íntimos. Lo que cuestiona, en última instancia, son los mecanismos sociales de la vida en pareja: o dicho de otro modo, como la moral externa determinaba también (y determina) el comportamiento dentro del hogar.

Son esas cuestiones, la crítica de Lawrence a las fronteras de lo social y su indagación en la intimidad de lo familiar (el descorrer los visillos de los hogares victorianos) lo que sin duda empujó a los censores a prohibir esta novela, y no su carga erótica.

Estamos pues ante una novela valiente, a la que sólo le falta, a nuestro parecer, la agilidad verbal que sí que está presente una década después en “El amante de Lady Chatterley”, pues “El arco iris” avanza todavía con la pesadez verbal y las largas frases tan características de lo victoriano.

En eso, en la modificación del lenguaje, Lawrence fue también un precursor, pero esa habilidad no queda tan patente en esta obra cuya traducción y edición, por otra parte, sólo podemos celebrar.

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