Sueños Olvidados, de Leonor de Recondo

Es  el verano de 1936. Un hombre, Aita (papá) se ve obligado a abandonar su vida y su trabajo en Aranjuez a causa de la persecución a la que le someten unos izquierdistas. Cuando llega a Irún, su tierra, descubre que su mujer, Ama (mamá) sus tres hijos y los dos hermanos de ella, se han visto obligados a exiliarse en Francia, perseguidos en este caso por los partidarios de los militares sublevados.

Así comienza “Sueños Olvidados” (Minúscula, 2015) la historia que ofrece Leonor de Recondo y que se basa en la vida de sus abuelos, obligados a exiliarse en Francia a causa de la Guerra Civil española. Una historia que se narra en un estilo poético (que busca más el efecto que el realismo), empleando tanto la narración objetiva en tercera persona como páginas del diario de Ama y que consigue convertirse en un pequeño monumento a la memoria.

Una memoria construida sin necesidad de recrearse en los elementos más dramáticos y que se edifica, sobre todo, con la rutina —al principio aceptada como un castigo que debería acabar pronto, después de un modo resignado—de quienes, a causa del exilio, pierden su status social y se ven obligados a comenzar de nuevo en una tierra donde su condición de emigrantes —primero a causa de la Segunda Guerra Mundial, después a causa de un racismo que la autora francesa no oculta— les volverá todo más difícil.

Con un estilo, como decíamos, poético, que busca más el matiz y el efecto, que el realismo austero —lo que se ve sobre todo en los diálogos o en los diarios de Ama— y con esa referencia a Aita (el padre) y Ama (la madre) cuyos nombres de pila nunca sabemos y que se convierten, por este procedimiento, en seres cuasi mitológicos o, al menos, primordiales —como Adán y Eva—, Leonor de Recondo elabora un relato trágico sin caer en el patetismo, realista sin necesidad de adentrarse en los detalles pintorescos o en el naturalismo —sólo asistimos a fragmentos de la vida de la familia protagonista— y reivindicativo sin necesidad de hacer apología de ninguna idea.

El final, con su sencillez y naturalidad —no exenta de tragedia— es el punto final perfecto a una historia donde la memoria, inocencia, horror y esperanza se anudan de un modo elegante, honesto y sencillo.

Una buena novela que se lee de un tirón y que está hecha con los ingredientes de los grandes libros. Muy recomendable.

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