Analizamos la dama y los laureles de Leonard Merrick, editado por Ardicia editorial
Un pequeño diamante perdido en un baúl antiguo, así es como el amante de los buenos relatos valorará esta historia de un hombre que nunca creyó merecer nada que es “La dama y los laureles”, del escritor Leonard Merrick. Se trata de un texto preciso, hecho con afán artesano, seguramente disfrutado al ser escrito y con la finalidad de crear en el lector lo que mucho más tarde el semiólogo francés Roland Barthes llamaría “el placer del texto”. Sí, porque sobre todo es eso lo que uno siente cuando inicia la lectura de estas casi cien páginas, que otros llamarían novela debido a la singularidad de poseer una estructura narrativa similar a este género literario.
Como digo se trata de un relato. Un inocente relato con más de un siglo de existencia. Un texto rescatado que nos llega con una impresión inmaculada, realizada con el cariño propio del editor a quien gusta cuidar la obra. Si es usted una persona que todavía aprecia y ejercita los sentidos, que no ha renunciado al papel impreso en favor de los soportes electrónicos de lectura, que sabe estimar una buena edición, una buena portada, que agradece una tipografía cómoda para la lectura y una buena traducción, que todavía siente el deleite de la lectura, esta sin duda ante una de las obras literarias que atraparán su atención. Sí, porque esta original historia que transcurre en los campos de diamantes de Sudáfrica va a captar su atención desde el principio hasta el final. Se recomienda no abalanzarse sobre el plato y devorarlo de un golpe sino degustarlo lentamente para poder apreciar la buena literatura.
En este sencillo y a la vez complicado equilibrio de la obra entre sus aspectos formales y su contenido radica, a mi juicio, el éxito del autor. En saber mantener en todo momento el interés sin caer en la tentación de escribir ni una sola palabra superflua que haga gastar papel al impresor y tiempo innecesario al lector. Así, cuando uno finaliza su lectura, le queda el regusto de lo bueno, la sed de la lectura de este novelista de minorías que fue apreciado sobre todo por sus coetáneos, escritores en lengua británica como él.
Merrick crea a sus personajes dentro de un mundo real, muy real, y nos muestra sus pequeñas miserias y sus grandes aspiraciones, a menudo inalcanzables. La del amor sublime o la fama, por encima de las riquezas. Sitúa la trama en la Sudáfrica conquistada por los británicos después de la segunda guerra Bóer- la que daría paso al apartheid – años en los que vivió allí el autor, como abogado en las explotaciones diamantíferas. Nada de esto aparece explicitado en la obra aunque está presente en toda ella, debido a que entonces la novela realista estaba condenada y era la ficción lo que más directamente se podía relacionar con la creación artística y literaria. La realidad estaba constreñida en los tabloides y periódicos de la época. Y es este enfrentamiento entre lo real y lo deseado el que subyace en todo el relato. Como también esa sensación de “apartamiento” que nuestro protagonista, William Childers, siente en todo momento.
Para no ver esa realidad que le resulta molesta, Merrick, condena a su personaje a la ceguera y es precisamente entonces cuando el joven William puede conseguir sus dos grandes objetivos: hacerse valedor del amor de su amada, un amor hasta entonces inalcanzable para él, y obtener el triunfo literario con la publicación de su extensa obra como poeta.
Seguramente en este relato existan algunas coincidencias autobiográficas pero lo que sin duda está presente en él es esa lección de que todo ser por vulgar y anodino que sea – como era a primera vista nuestro autor- no debe de estar condenado a llevar una vida mediocre sino que puede aspirar a ver realizados todos sus sueños, incluso aquellos que a él mismo le parecen imposibles.
Es, en definitiva, a través de la ficción como el autor logra hacer real lo que la realidad condena, en una obra sencilla y optimista que ya muchos años atrás había ensayado con éxito el escritor francés Voltaire, en “Cándido”, pero esta vez exento de la sátira. Si bien tanto Voltaire como Merril creen que el mundo no es posible cambiarlo, lo que ellos si se atreven a cambiar es la percepción de esa realidad que les resulta incómoda. Esta huida de lo real es lo que muchos años después dará vida a personajes literarios como Mormy, el niño bastardo capaz de detener el mundo con su mirada (“Tierras de Cristal”) o a Hervé Joncour, el comprador de huevos de gusanos de seda (“Seda”) o tantos otros personajes creados por la pluma experta de Baricco que le llevó a ser internacionalmente reconocido por millones de lectores de todo el mundo.
Merrick vivió en otros tiempos y se tuvo que conformar con la ausencia de ese reconocimiento, pero ello no le impidió crear a William Childers, en “La dama y los laureles”, un personaje perdido en un mundo cambiante previo al estallido de la Primera Guerra Mundial.
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