Analizamos “En ausencia de Guerra” de Cozarinsky, editado por Tusquets
La república Argentina tiene el dudoso honor de ser uno de los países en donde sus mejores escritores enfrentan todavía hoy el duro oficio de reescribir la muerte. O las sinrazones que llevan a ella. Me refiero, claro está a la muerte violenta, a aquella que deja duras huellas que la propia sociedad se ve incapaz de borrar.
Los grandes de las letras argentinas, desde Sábato hasta Piglia, desde Walsh hasta Tomás Eloy Gutiérrez, han empleado pinceles de todo tipo para mostrarnos el cuadro de la tragedia. Un lienzo en el que no dejan de retratarse los escritores argentinos de hoy que a través de sus obras intentan completar la radiografía de ese ser enfermo en el que los intereses de unos pocos han convertido a la sociedad argentina. Me refiero a autores como Guillermo Saccomanno, Claudia Piñeiro, Fabián Casas o Sergio Olguín. Ellos nos hablan de la Argentina actual que vive a cuestas con un pasado sin resolver. En este marco de cosas sorprende que de pronto un escritor como Edgardo Cozarinsky vuelva a sumergirse entre los fantasmas del pasado. Y sorprende todavía más al ver tras la lectura de su último libro, “En ausencia de guerra”, como enfrenta ese difícil ejercicio literario de reescribir la muerte.
Para Cozarinsky el infierno es solo uno y esto es lo primero que sorprende al lector. En ese mismo infierno conviven por igual el odio y la venganza ya se trate de ajustar cuentas con los torturadores argentinos, con los nazis que ocuparon Francia en la Segunda Guerra Mundial o con el mismísimo Pol Pot. Para Cozarinsky todos los monstruos tienen el mismo rostro. Quizás por esa razón advertimos personajes tan diversos en su novela, hasta el punto de llegar casi al galimatías al enfrentar la trama de la obra o cuando escuchamos en boca de sus personajes la condena del descalabro social actual de la Argentina achacándolo tanto a las fuerzas irrefrenables de la izquierda que sembraron el terror como a las de los grupos de ultraderecha que dieron paso a personajes tan siniestros como López Rega, alias “el Brujo”, o a María Estela Martínez de Perón. Para Cozarinsky son los mismos demonios aunque provengan de ámbitos diferentes. Se trata de una forma un tanto particular de ver la historia.
En “En ausencia de guerra”, se habla de traiciones y mentiras, de cómo determinados personajes de las fuerzas que luchan en la calle contra el Gobierno se reúnen en la sombra con sus enemigos para planificar su futuro mientras sus correligionarios caen en la calle bajo las balas de los fusiles del ejército. O como un padre ambicioso que termina sus días disfrutando de una fortuna en París no duda en jugar a todas las barajas sacrificando a tres de sus hijos en las filas de la guerrilla. Esta es una pequeña parte del paisaje de la depravación que dibuja en este libro Cozazinsky a través de su personaje central que no es otro que su alter ego, un escritor judío-argentino, escéptico y desencantado, que vivió desde París los terribles sucesos de su país.
Su desencanto le lleva a concluir lo que resulta ya un secreto a voces, que la democracia en Argentina es una farsa. ¿Solo en Argentina? Que el saqueo de los bienes de aquellos años y la inexistencia de una condena a todos los verdugos ha permitido que los monstruos dominen los grandes negocios e influyan en el gobierno. “Esa red de negocios no disimulados en que se ha convertido la democracia”, hace decir Cozarinsky a Leila, uno de los personajes de su novela. Sí, porque ellos fueron los beneficiarios del futuro en la democracia montando grandes empresas de seguridad, controlando parte del crimen organizado, o haciendo grandes negocios en el mundo de las empresas de transporte y las comunicaciones. Nuestros personajes de ficción se preguntan: “¿Quiénes desalojan a las poblaciones indígenas para sembrar soja?” “¿Se juzga acaso a los héroes de la corrupción que siguen sonriendo ante las cámaras?” “En ausencia de guerra” es una obra que deja muy poco respiro para el optimismo. “Si alguien fuese llevado ante la justicia, haría públicas pruebas que condenarían a muchos de los que hoy gobiernan”.
La realidad de la que habla Cozarinsky está en la cabeza de muchos argentinos. Me imagino que esta novela no les va a resultar indiferente.
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