Hombres sin mujeres, de Haruki Murakami

Analizamos este libro de relatos editado por Tusquets

La obra de Murakami, y el propio autor, apenas necesitan presentación. Su nombre es uno de los que, año tras año, suenan como favorito a ganar el premio nobel. Y todas sus novedades acaban siempre colándose en la lista de los más vendidos. Respecto a su estilo y el contenido de sus obras, es uno de esos autores que apenas dejan indiferente a alguien: o se lo odia y se le coree sobrevalorado o se lo ama y se cree que es una injusticia que aún no le hayan dado el nobel.

En esta ocasión, “Hombres sin mujeres” ofrece siete relatos en los que el denominador común sería la soledad a la que alude el título del libro. Aunque en los relatos no se trata exactamente de que los hombres estén sin una mujer y la estén buscando, sino en la mayoría de los casos de que la han tenido, la han perdido (por una razón u otra) y ahora han de enfrentarse en solitario a la vida.

Así, en el primer relato “Drive my Car”, vemos a un actor de segunda fila que, por unos días, se ve obligado a contratar como chófer a una joven. Mientras ésta (profesional, silenciosa) le lleva de un lado para otro, el protagonista le va contando, casi como sin querer, cómo ha sido su vida. Así la conductora se entera de que su mujer, muerta hace no mucho y también actriz, lo engañaba con otros hombres: actores con los que compartía película y a los que luego, nunca, volvía  a ver. Después de su muerte, cuenta el protagonista, él mismo se reunió y acabó siendo amigo de uno de esos amantes de su mujer.

El segundo relato, “Yesterday”, es la historia de tres jóvenes vista y narrada por uno de ellos desde su madurez. Kitaru, uno de los protagonistas, propone a Aki, el narrador, que puesto que no tiene novia, podría salir con la suya, llamada Erika, y así cuidar de ella. “Mejor que salga contigo que con otro”, viene a decir Kitaru. Aki, entre molesto, confundido y deseoso, acepta salir una vez con Erika, con quien volverá a encontrarse años después.

El tercer relato lleva por título “un órgano independiente” y, de nuevo desde la figura del narrador-testigo, se nos deja ver la historia de Tokai, un médico donjuanesco y despreocupado que nunca ha querido tanto a alguien como para atarse a él, pero que un día, siendo ya maduro, se enamora de una mujer casada. Los celos y su incapacidad para aceptar el rechazo, llevarán a Tokai a una destrucción lenta, voluntaria y terrible.

El cuarto relato “Sherezade” es uno de los mejores del libro. En él asistimos a la experiencia de un hombre al que, por razones que desconocemos, llevan a un piso en el que permanece casi encerrado y a cuya disposición ponen una mujer que hace la comida, limpia la casa y, como un servicio más, se acuesta con él. Pero además, y eso es lo mejor para el protagonista, la mujer, después del sexo, le cuenta siempre una historia, un pasaje de su vida. Es a través de esas narraciones, que no sabe hasta qué punto son reales, como se va produciendo la comunicación entre ambos.

Si “Sherezade” estaba entre los mejores relatos del libro, “Kino”, el siguiente, está, a nuestro modo de ver, entre los peores. Kino es el nombre del protagonista: un antiguo deportista, vendedor de material deportivo, que un día descubre que su mujer se acuesta con un compañero de trabajo. Tras solicitar el divorcio, Kino alquila un bar al final de un callejón y decide cambiar de vida y de negocio. Hasta ese bar llegan algunos extraños personajes, entre ellos un gato que parece elegir el bar como hogar y también Kamita, una especie de mafioso aficionado a los libros que, en un momento dado, le dice a Kino que es mejor que deje el bar y empiece a viajar de un lado a otro, sin parare mucho en algún sitio. El relato, con tintes fantásticos (de cierto realismo mágico muy habitual en Murakami) arranca muy bien, pero se va volviendo inconsistente, a nuestro parecer, a medida que avanza y se acerca a una conclusión no muy conseguida.

El penúltimo relato, “Samsa enamorado”, es una especie de fábula kafkiana que adopta el sentido inverso de la metamorfosis. Y es que en la Praga invadida por los nazis a lo que asistimos es al nacimiento de Samsa como persona, después de haber sido alguna especie de reptil o de gusano. Cuando despierta a su nueva vida Samsa está en una habitación de ventanas tapiadas en el interior de una casa en que la mesa parece preparada para comer, pero donde no hay nadie. De repente, llaman a la puerta: es una cerrajera joven y con chepa. Conversando con ella Samsa descubre lo que es estar enamorado, un sentimiento al que no había tenido acceso en su otra vida. Este relato, aunque bien llevado, produce la sensación de ser el primer capítulo de una novela abandonada: como si la historia de Samsa debiera seguir, pero Murakami se hubiera conformado con este primer esbozo.

El último relato es el que da título al libro, “Hombres sin mujeres”. Es, tal vez, el mejor relato del libro y es una hermosa elegía a todo lo que un hombre pierde cuando pierde a una mujer: canciones, lugares, sensaciones… Lleno de simbolismo es, por estilo, también el más lírico. Respecto a la trama, es la siguiente: en mitad de la noche un hombre recibe una llamada; es el marido de una vieja amante que le dice que ésta se ha suicidado recientemente. La imposibilidad de saber, después de tantos años separados, qué la ha llevado al suicidio, sumada a la rememoración de los años que pasaron juntos es lo que componen este breve, pero intenso relato.

En general, la sensación es que Murakami, en esta ocasión, ha logrado mejores resultados cuando más se acercado al realismo y peores cuando ha trabajado en terrenos que le son conocidos por sus novelas previas, como los del realismo mágico o las tramas ligeramente kafkianas. Al igual que en sus novelas, las referencias a la vida urbana contemporánea y a la cultura popular del último medio siglo juega en estos relatos un papel importante como elementos definidores de los personajes: el jazz, películas, bares, restaurantes… construyen un entorno material que ayuda a situar a unos personajes siempre de clase media y siempre poco dados a la profundización en sus sentimientos.

Y es que, también como en sus novelas, todos los protagonistas de “Hombres sin mujeres” son personajes más bien contenidos, muy apegados a las relaciones materiales con el mundo, pero que parecen un poco inválidos cuando se trata de profundizar o comunicar a otros sus sentimientos o, incluso, de lidiar con ellos.

Como siempre en Murakami, lo mejor es la prosa: su estilo directo y la construcción de diálogos y escenas. Puede que incluso para quienes no estén muy familiarizados con su obra éste sea un buen libro por el que empezar porque Murakami ofrece pistas de todo su mundo literario: desde el realismo más puro hasta la fantasía, además de todas sus virtudes (ya mencionadas: prosa, diálogos, estilo) y algunos de los defectos de los que más se le acusa (frialdad, cierta misoginia, continuas referencias a la cultural popular…)

En cualquier caso, un libro que, como suele pasar con el japonés, no dejará indiferente a nadie y que, además, se lee con bastante fluidez y ofrece momentos (“Sherezade”, “Drive my car”) de bastante buen nivel literario.

 

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