La novela parte de una premisa fascinante: ¿es posible, en pleno siglo XXI, engañar a un museo con una falsificación? ¿Qué te atrajo de esta idea y cómo fue el proceso de documentación?
En primer lugar, dar las gracias a Mundo Crítico por este espacio que me ofrecéis, y enviar un saludo a todos vuestros lectores.
Pues en la novela es donde los lectores van a encontrar la respuesta a esa pregunta: ¿Es posible engañar a un museo? Al menos es lo que los protagonistas van a intentar hacer. Que lo consigan o no, lo sabremos a lo largo de las páginas de EL REY DE BRONCE.
La chispa de esta idea surgió a partir de la historia de Han van Meegeren, un “falsificador” holandés en el periodo de la II Guerra Mundial. Realmente, él no falsificaba cuadros, sino que pintaba falsos originales de Vermeer. Es una historia apasionante. Pero también es cierto que lo hacía en una époco en la que no existían los adelantos tecnológicos que hoy tenemos para detectar esos engaños: tomografía computerizada, radiografías, infrarrojos, rayos X, análisis de pigmentos, etc… En mi cabeza surgió una pregunta: ¿Sería posible vender a un museo una obra de arte falsificada que pasara los controles de autenticación más sofisticados del planeta? Y, para darle una vuelta de tuerca, decidí que, en vez de un cuadro de, por ejemplo, 400 años, fuera con una pieza de bronce de más de 2.000 años. Un “más difícil todavía”.
Luca Santamarta es un protagonista marcado por el pasado de su padre y por el deseo de redención. ¿Cómo construiste a este personaje y qué representa para ti dentro de la historia?
EL REY DE BRONCE es una novela de aventuras relacionada con el mundo del arte, como todas las que escribo. Pero, además, es mi homenaje a uno de los géneros cinematográficos que más admiro: el Heist, los grandes golpes. A este género pertenecen El golpe, The italian Job, El secreto de Thomas Crown u Ocean´s Eleven, entre muchas otras. Y ese género, como cualquier otro, tiene sus tropos: en este caso, el más destacable es que tiene que haber un protagonista que diseñe el plan, alguien con una mente privilegiada.
Luca Santamarta es ese personaje, ese cerebro que idea el plan y que tiene que ir por delante de sus enemigos, sus compañeros de equipo y de los lectores.
En este tipo de tramas, estamos empatizando con personas que hacen algo ilegal, que quieran dar ese golpe. Pero empatizamos con ellos por 2 motivos: el primero, porque ese golpe lo van a dar contra una institución poderosa; y segundo, porque ese golpe se da desde la inteligencia y no desde la violencia.
El protagonista de EL REY DE BRONCE, Luca, es un joven que representa todo eso.
La figura de “El rey de bronce”, esa estatuilla de Alejandro Magno que da título a la novela, tiene un peso simbólico enorme. ¿Cómo nació este objeto dentro de tu proceso creativo?
Tenía claro que si se iba a tratar de engañar a un gran museo, tenía que ser con una pieza que despertara interés en todo el mundo del arte. Si había decidido que esa pieza iba a ser un busto de bronce, había que decidir a quién representaría. Y pocos personajes del mundo antiguo tienen la relevancia y el halo de misterio que tiene Alejandro Magno. Otro joven que, a sus años, había conquistado medio mundo conocido y que falleció en extrañas circunstancias a esa edad. Además, no existen esculturas o bustos de los cuales se pueda decir con seguridad que representan a Alejandro Magno. Así que, la elección fue fácil.
El libro está inspirado en falsificadores reales como Han van Meegeren o el llamado “maestro español”. ¿Qué aprendiste investigando sobre estos casos y qué te impresionó más de sus historias?
Me impresionó comprobar que estos falsificadores son, pese a todo, grandes artistas. Imitar también es un arte, y hacerlo de tal forma que se engañe tanto a las técnicas de autenticación como a expertos, más aun.
Pero lo que aprendí es que detrás del fenómeno de la falsificación de arte se esconde la necesidad de posesión de algo escaso. El arte lo es, y por ello es valioso. Y poseer una obra de arte de determinados artistas también es un mensaje que lanza quien la compra: tengo poder económico. No hay suficientes obras de arte a la venta para satisfacer esas pretensiones; la falsificación es un medio para alimentar el ego de muchas personas.
Tus anteriores novelas se mueven en el ámbito de la ficción histórica. ¿Qué te ha supuesto cambiar de registro sin alejarte del todo del universo artístico que te caracteriza?
Realmente, mis novelas se caracterizan por ser novelas de aventuras al estilo clásico alrededor del mundo del arte. Intento encontrar una anécdota curiosa o un hecho poco conocido (el traslado de los cuadros del Prado de Madrid a Valencia en el primer año de la Guerra Civil, o la desaparición de la cabeza de Goya de su cripta) y a partir de ahí generar una historia de ficción. Si ese hecho curioso se produjo en una época diferente a la actual, la novela, por obligación, resulta histórica. EL REY DE BRONCE es contemporánea porque el reto era averiguar si a día de hoy, con todos los adelantos tecnológicos, sería posible vender una obra falsificada a un museo. Y esa historia tiene sentido solo si es contemporánea.
Y como es una pura novela de aventuras y el arte está tan presente, no siento que me haya alejado tanto respecto a mis anteriores trabajos.
La novela se adentra en el mundo de las subastas, los museos y los círculos del coleccionismo privado. ¿Qué crees que revela El rey de bronce sobre el lado oculto del mercado del arte?
El mundo del arte, en determinados círculos, es caldo de cultivo para la ambición y la codicia. Como dice Luca Santamarta, el protagonista: “Una subasta, y más si es clandestina, es la expresión máxima de la perversión del concepto que los clásicos tenían sobre el arte”.
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