Recuerdos de niñez y de mocedad, de Miguel de Unamuno

Lejos del discurrir trágico y siempre profundo de la mayor parte de sus obras, estos “Recuerdos de niñez y de mocedad” recuperados por Drácena en su colección ensayos y memorias, nos presentan a un Unamuno jovial, risueño, y ciertamente liviano en el narrar de sus recuerdos de infancia.

El texto arranca con una frase ciertamente unamuniana -“Yo no me acuerdo de haber nacido […] esto de que yo naciera es cosa que sé de autoridad, y además, por deducción”-, para adentrarse después por los días de escuela en un Bilbao que pronto conocerá la guerra.

Los divertimentos propios de la infancia, ciertas ingenuidades, las figuras que recuerda con admiración y respeto, los caracteres de los diferentes compañeros de clase… todo esto compone un cuadro que es, además de una manera de entrar en la infancia de uno de los autores más importantes del siglo XX español, un modo de conocer los usos y costumbres de una época que, a causa del desarrollo tecnológico, nos parece hoy muy lejana. Aunque no lo sea.

A medida que los años avanzan, y la inteligencia de Unamuno se va despertando, los juegos van dejando paso a ocupaciones que él considera más serias, de la misma manera que las canciones infantiles dejan su espacio a las citas de autores nacionales y extranjeros.

En ese avanzar de los años, toma especial importancia -sobre todo para el lector contemporáneo- el acercamiento y la exposición de un recién nacido nacionalismo vasco, que sin embargo comenzaba a atraer las simpatías de una buena parte de la burguesía vizcaína.

Con todo, son los estudios, los maestros, el aprendizaje y el callejeo por Bilbao y por otros pueblos de Vizvaya los que ocupan la mayor parte de estas páginas, publicadas inicialmente en un diario de la ciudad vasca, y a las que más tarde se añadió lo que en este libro supone la cuarta parte, publicada bajo el título de “Estrambote”. En ella se cuenta la formación del joven Unamuno como pintor, dejando además paso a unas sagaces deducciones sobre ese oficio que atrapó, pero no tanto como la literatura, a Don Miguel.

Un libro ligero en su tamaño y en su prosa, que nos acerca a un Unamuno más oral no ya que el de sus novelas y ensayos, sino incluso que el de su periodismo. Un Unamuno, también, más tierno consigo y con su época de lo que es habitual en sus escritos. Quizás, porque romántico en el fondo, también el escritor vasco consideraba la infancia el paraíso perdido de cada individuo.

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