Cioran estará siempre unido, en nuestro país, a la figura de Fernando Savater, quien se convirtió (con su “Ensayo sobre Ciorán”, fruto de su tesis doctoral sobre el mismo autor) en una suerte de propagandista del autor rumano en nuestro país. En ese ensayo, Savater nos hablaba de un filósofo que había hecho del relámpago de lucidez su método de trabajo, y del aforismo su manera de escribir.
“El saber de la pedagogía es acumulativo”, escribió Savater; “la lucidez, en cambio, se asemeja a una especie de brusca revelación que en repetidas ocasiones se ha designado con la palabra despertar”.
En “Lágrimas y santos”, una de las primeras obras de Cioran, ahora editada por Hermida editores de manera completa por primera vez en España, vemos ya ese método y ese modo de escritura tan característicos de Cioran, pero los vemos además en relación con un tema que sin duda le es propicio a ea aventura que toma como base la revelación: el pensamiento religioso. O más bien, la experiencia religiosa.
Porque el gran tema del libro es el éxtasis, la revelación, que Cioran admite haber alcanzado en sus muchas noches de insomnio. Pero también la imposibilidad de compartir la experiencia de la revelación, que aísla al místico con su verdad, con su conocimiento incomunicable. Volvemos a recurrir a Savater: “Lo importante del místico, precisamente, es que alcanza una extraña especie de sabiduría de nada que no es pedagógicamente transmisible, porque brota de una experiencia, no de un aprendizaje; lo que dice es irrelevante o intercambiable, pero proviene de algo que no lo es”.
La fuente de la Verdad, nos dice Cioran en “Lágrimas y santos” es el dolor, la ascesis:”el límite de todo dolor es un dolor aún mayor”, asegura el autor rumano, quien siempre manifestó un especial interés por los temas religiosos. En “Historia y Utopia” llegó a escribir, con su habitual tono aforístico: “No merecen interés más que las cuestiones de estrategia y las de metafísica, las que nos amarran a la historia y las que nos arrancan de ella: la actualidad y lo absoluto, los periódicos y los Evangelios…”.
Cioran, que había tenido una fuerte fe de joven (no en vano fue hijo de un sacerdote), construye en este libro fragmentario, plagado de referencias y de difícil lectura, la búsqueda de un absoluto que se ha escapado, que quizás nunca haya existido, pero que el ser humano se ve impelido, una y otra vez, a perseguir.
Heterodoxo y lúcido, el libro le costó a Cioran un desgarro familiar, pues muchos de sus conciudadanos cargaron sobre sus padres, fervorosos creyentes, la culpa de un libro que consideraban herético y peligroso, solo porque en él Cioran se atrevía a indagar en la religión y, especialmente, en las relaciones directas entre Dios y los hombres, especialmente, los santos: los elegidos para tratar con él.
Un libro que merecía esta cuidada edición y traducción, y que vuelve a situar a Cioran, un pensador a contrapelo y tan difícil como nutritivo, en el panorama intelectual español.
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