La señora Bovary, de Gustave Flaubert

Pocas novelas han envejecido también como la que en torno al adulterio de Emma Bovary escribió entre 1851 y 1856 Gustave Flaubert. Ahora Alba publica en su colección de clásicos “Minus” una nueva traducción de la novela a cargo de María Teresa Gallego Urrutia, con el título más exacto pero menos convencional de “La señora Bovary”.

La traducción del tratamiento es explicada por la traductora como una consecuencia lógica del texto: no traducir el “madame” hubiera obligado a no traducir ningún otro de los tratamientos que aparecen en la novela. El resultado hubiera resultado extraño, aduce Gallego Urrutia.

El resultado es, en cualquier caso, notable. Una edición cuidada y una buena traducción permiten disfrutar más y mejor a quienes no nos atrevemos con el francés original de un texto que ha sido capital para las letras europeas y occidentales, como modelo de lo que el realismo podía y debía llegar a ser.

Reivindicada por autores tan diferentes como Zola, Sarte o Nabókov, la obra narra la solitaria vida de Emma Bovary, sometida a un matrimonio insulso y a una maternidad que no la emociona, situación de la que sólo puede escapar a través de la imaginación: devorando libros de romances como Don Quijote hacía con los de caballería.

Es entonces cuando aparecen Léon Dupuis, un pasante al que Emma idealizará y que se convertirá después en su amante y Rodolphe Boulanger un donjuán de provincias por el que la mujer, impulsada por su idealismo romántico, realizará todo tipo de locuras.

Las deudas, la inevitable confrontación de la realidad con el mundo creado en su cabeza, el amor incondicional de su esposo, todo eso irá pesando en la mujer hasta conducirla a un final ya canónico. En segundo o tercer plano queda siempre Berthe, la hija de Emma y para mí uno de los personajes más importantes del drama, toda vez que su presencia se hace siempre notar, incluso cuando no está “en escena”. Ancla de la vida de Emma, crecida sin amor materno, su final no será tampoco fácil.

Una obra, como decíamos, que siempre ha sido joven y que en esta nueva traducción se muestra todavía más fresca. Una obra para seguir entendiendo lo que puede aportar hoy y siempre la narrativa de ficción mejor que cualquier otra arte: el conocimiento de las profundidades del ser humano. Sus ilusiones, sus desencantos, sus pasiones, sus desdichas.

Una obra de arte, con mayúsculas.

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