La guerra alemana, de Nicholas Stargardt

La segunda guerra mundial sigue siendo la mayor interrogación que pesa sobre la humanidad. Las cotas de horror alcanzadas, las cifras de muertos, y que después de ella nuestra especie tuviera, gracias al armamento nuclear, la posibilidad de aniquilarse a sí misma, resuenan todavía sobre nuestra conciencia como un enorme tambor.

¿Cómo fue posible el ascenso de un criminal como Hitler al poder? ¿Por qué la población alemana consintió el genocidio judío? ¿Qué conjunto de accidentes, casualidades o hechos permitieron que una maquinaria asesina como la del nazismo entusiasmara y obnubilara a tantos millones de personas en Alemania? Y quizás la más importante: ¿puede repetirse algo así?

Esas preguntas planean sobre cada página de “La guerra alemana”, de Nicholas Stargardt (Galaxia Gutenberg, 2016), una obra de casi 800 páginas que centra su estudio en unos años clave para Alemania: los años de la II Guerra Mundial.  Organizada en algunos aspectos como una novela (dramatis personae, mapas que permiten seguir la acción, ilustraciones), el libro de Stargardt plantea algunas tesis novedosas.

Así, por ejemplo, la primera parte del libro presenta datos que parece indicar que la II Guerra Mundial, en contra de lo que muchos creíamos, no fue especialmente bien recibida por la población alemana, sobre todo por las clases acomodadas, que tenían mucho que perder. Eso no es óbice para que buena parte de la población se sintiera plenamente identificada por el nazismo. En vísperas de la guerra, dice Stargardt, en torno al 65% de la población alemana formaba parte del partido o de alguna sociedad Nazi.

Ese compromiso, unido al decidido apoyo que la jerarquía eclesiástica prestó a la guerra, en una Alemania donde más del 90% de la población era cristiana, provocó un cierre de filas en torno al líder carismático y al nazismo que explica buena parte de lo que sucedió después.

Esta es una de las tesis principales del libro. La otra, presentada más adelante, tiene que ver con el genocidio: para Stargardt es falso que la población civil desconociera lo que estaba ocurriendo con los judíos en los campos de concentración. Las fotos tomadas por los propios soldados, las informaciones remitidas a sus familias y, en general, la disposición de informaciones sobre el asunto en la Alemania del momento, parecen corroborar la tesis de Stargardt.

La segunda parte del libro está dedicada a la breve supremacía alemana sobre Europa, cuando el ejército Nazi no parecía tener rival y la única resistencia era la de la aislada Inglaterra de Churchill. Pronto llegaron, sin embargo, los errores. La tercera parte del libro de Stargardt se llama, significativamente, “La sombra de 1812” y presenta un paralelismo entre la derrota de dos gigantescos ejércitos, el de Napoleón y el de Hitler, en un mismo escenario: Rusia.

El punto muerto vivido hasta la entrada de los Estados Unidos en el conflicto y, sobre todo, la llegada de la Guerra a la propia Alemania ocupan las siguientes partes de la obra, que se cierra con el capítulo “La derrota total”, cuando ya el nazismo era un régimen atrincherado en unas pocas calles, con americanos y rusos golpeando con fuerza las puertas de Berlín.

La obra no es, en cualquier caso, un relato de batallas ni estrategias. Por el contrario, la fuente documental básica son los testimonios y las misivas de los soldados y sus familiares durante los años de la Guerra. Y el propósito fundamental es explicar cómo los ciudadanos alemanes, en el frente y en la retaguardia, vivieron la contienda.

Una obra ensayística llevada con pulso narrativo, espléndidamente documentada y con una traducción a la altura, a cargo de Ángeles Caso. Muy recomendable para quien quiera adentrarse de nuevo, o por primera vez, en los callejones de la época más convulsa, vergonzante y horrorosa de nuestra especie.

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