El terrario, de Carmen Guaita

Durante el mes de junio de 1959, Juan Arnabal -un ambicioso y duro empresario vasco, que ha sido capaz de llegar desde una aldea minera a la dirección de un emporio industrial- se encuentra con Ramón Erburu, el hijo no reconocido al que decidió dejar atrás en su juventud, por considerarlo una rémora para sus ambiciones. Ramón es tan audaz y duro como su padre, pero toda su voluntad está puesta al servicio de una idea: el movimiento abertzale de izquierdas que empieza a convulsionar la sociedad vasca.

El padre, que por un lado se reconocerá en su hijo, pero que no podrá evitar temer el camino al que la lucha armada conduce a éste, verá cómo su vida fácil, lujosa y sin remordimientos cambia en tan solo cinco días.

Así se puede resumir la trama de esta segunda novela de Carmen Guaita (Khaf, 2017), que con el trasfondo de la aparición de ETA en el País Vasco relata una historia familiar sustentada en dos pilares fundamentales: por un lado, la relación padre-hijo entre Juan y Ramón Arnabal, que inevitablemente remite al Padres e hijos de Turgénev, pero por el contexto de incipiente violencia también al Dostoievski de Los demonios; por otro, la lucha ética del propio Juan entre seguir con su papel como empresario exitoso o buscar, en una vida menos cómoda pero más plena, un espacio para la felicidad.

Esa lucha, sintetizada en una hermosa frase de Hannah Arendt (“La vida, no el mundo, es el supremo bien del hombre”) es presentada aquí como un dilema al que, de algún modo (y así es), toda persona debe enfrentarse alguna vez en la vida: la decisión entre las exigencias del mundo y sus laureles, y las del propio interior y sus necesidades más sencillas, pero también más fundamentales. Una decisión que también tendrá que enfrentar Ramón, obligado a decidir entre la lucha armada y la clandestinidad y su propia vida.

Magníficamente estructurada, al tiempo que hace avanzar la historia central, la obra nos permite conocer el pasado y los recovecos psíquicos de los personajes. No sólo de Juan y Ramón, sino también del padre de aquel (Telmo Arnabal), de su esposa Magda Valdeaux, del vengativo Santiago Yarza o de la idealista Marisa. Unas maneras de narrar y de entender la creación de personajes que responden a un molde clásico, hoy ya tristemente olvidado, y que nos hablan de una escritora que conoce perfectamente su oficio y como utilizar las técnicas aprendidas en los maestros para narrar una historia todavía muy actual.

El terrario es, pues, una novela moral y ética, de dilemas familiares y personales, de padres e hijos, de violencia, ideales y redención. Espléndidamente escrita, como también lo estaba la anterior obra de Guaita (Jilgueros en la Cabeza), la obra se recorre de un sorbo y deja en el recuerdo el aroma de un libro hecho para durar. 

 

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