155, de Comotto

Resulta difícil hablar (contar todo lo que hay que contar) acerca de 155, la novela gráfica bellamente publicada por Nórdica en la que Agustín Comotto narra la vida de Simón Radowitzky, llamado Shemele.

En un blanco y negro que se rompe sólo por el rojo de acuarela que simboliza la sangre, la muerte que parece marcar el sino de Radowitzky, Comotto nos sumerge en la vida de este judío anarquista luchador de varias guerras.

La obra arranca poco antes de la primera fuga de Radovitzky del penal argentino de Ushuaia. Cómo ha llegado allí un judío nacido en Galitzia (una de esas grandes regiones sin Estado) antes de la revolución de 1917 es lo que nos narra la primera parte del libro.

Nos enteramos así de la dura infancia en la Rusia zarista, cuando los judíos de Galitzia eran acosados por los cosacos, suerte de paramilitares que servían de brazo armado a las clases pudientes con la aquiescencia y la pasividad del Zar.

También de la historia de amor que se desarrollará en aquella primera etapa de su vida y que será uno de los puntales sobre los que Radowitzky soportará su heroica resistencia.

La llegada a Argentina y las razones de su ingreso en la cárcel marcan la segunda parte del libro, que se cierra con lo que sigue a su salida del presidio: una nueva guerra, un nuevo exilio, un nuevo nombre.

Con un dibujo maravilloso y una estructuración digna de las mejores novelas de aventura, Comotto consigue transmitir la épica de un personaje cuya conducta y sufrimientos nos parecen muy lejanos, aunque pertenezcan a nuestro pasado más reciente.

El autor argentino consigue así una historia de aventuras, de resistencia y de heroísmo. Pero 155 es, además, otras muchas cosas. Es, para empezar, un documento que atestigua la importancia de los movimientos anarquistas en medio mundo a comienzos del siglo XX y la importancia que tuvieron en la consecución de derechos que hoy os parecen inamovibles.

Es, además una novela de la memoria, que nos devuelve, por un lado, el recuerdo más oscuro de la Argentina de comienzos del siglo XX, y por otro, el de la vida de los judíos en la Rusia zarista y muy especialmente el de los judíos de Galitzia, donde como dijimos aquí, hoy se ha borrado toda memoria de la existencia de una comunidad continuamente perseguida tanto por los rusos (blancos y rojos) como, por supuesto, por los nazis y sus filiales regionales.

155 es, en suma, una muy buena novela, con una cuidada edición en los aspectos visuales, con un espléndido dibujo y con un personaje principal al que consigue convertir en mito.

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