He de reconocer mi ignorancia. Hasta hoy, desconocía quién era Gary Snyder, y, seguramente, como yo, otros muchos lectores. Más allá de la ficha literaria que nos dice que se trata de un poeta y ensayista de la generación beatnik, después de leer su libro “La práctica de lo salvaje”, añadiría que se trata de un hombre de gran conocimiento y de una vasta cultura, con una gran capacidad de razonar más allá de los límites del sistema, y con una propuesta propia: la necesidad urgente de recuperar nuestra condición natural, la que nos vincula con el territorio, la cultura y la naturaleza.
Pocas veces vamos a tener ocasión de leer un libro con tanta vida dentro, escrito por una de las voces más interesantes de su generación, que fue la de nuestros padres, en busca de un mundo mejor, precisamente cuando el mundo se entregaba en brazos del capitalismo salvaje y depredador.
La preciosa historia de esa mujer que se casó con un oso; o los versos de Du Fu, en su poema, “Paisaje de Primavera” , uno de los poemas chinos más conocidos (“El estado ha sido destruido / pero las montañas y los ríos permanecen”); o el poeta japonés Nanao Sakaki, invirtiendo el poema muchos años después, para adaptarlo a la realidad (“Las montañas y los ríos han sido destruidos/ pero el estado permanece”); o los datos estremecedores que nos muestran como 1.500 millones de personas en el Tercer Mundo carecerán pronto de leña, mientras que los habitantes de los países desarrollados conducen quinientos millones de coches (Keyfitz, 1989). Gary Snyder cree que “demasiadas personas con poder en los gobiernos y en las universidades del mundo parecen tener perjuicios contra el mundo natural, y también contra el pasado, contra la historia”.
Frente a las culturas autóctonas que la globalización aniquila, se encuentran aquellas que todavía intentan sobrevivir en pequeños reductos de todo el mundo, ya sea en Alaska, en India o en el Oeste americano. Snyder, no hace más que recalcar lo obvio para unos, aunque no para muchos, que resulta el creer que la imposición de la cultura única, es decir la occidental, lo que hace es difundir la ideología del individualismo, la gloria o el éxito, destruyendo los valores colectivos de otras sociedades menos destructoras. El autor se pregunta por el silencio de los intelectuales; “¿Han sido siempre los filósofos, escritores y similares testigos inútiles ante los poderes fácticos de la Iglesia, el Estado y el mercado?”
Snyder, en su libro “La práctica de los salvaje” (publicado por Varasek ediciones) , cree que la humanidad debe de establecer “un contrato natural de escala planetaria” si queremos salvar la Tierra. Frente a la obsesión mundial de invertir enormes recursos en hacer un mundo más seguro, teniendo al otro como enemigo, lo que Gary Snyder denomina “una naturaleza de garra y colmillo rojo”, el autor hace suya la frase de Thoreau: “Dadme una naturaleza salvaje que ninguna civilización pueda soportar”. Ese sería su Protocolo de la Libertad.
El realismo nos dice que esto, hoy, resulta poco menos que imposible pero un buen grupo de seres humanos, en París, no hace tanto, ya pedían lo imposible.
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