Borrados, de Omer Bartov

El origen de este libro está en una pregunta clave, que el autor, descendiente de judíos perseguidos durante la Segunda Guerra Mundial, se hizo cuando se fue dando cuenta de que casi toda la historiografía del Holocausto se centraba sólo en los judíos en cuanto víctimas. La pregunta era: pero, ¿cómo vivían los judíos antes de su exterminio?

Para responder a esa pregunta, Bartov inició un recorrido, del que este libro es resultado, por la zona de Ucrania (una zona donde convivían ucranianos, judíos y polacos) en la que habían habitado sus antepasados, tratando de seguir no sólo las huellas de aquellos, sino sobre todo la del pueblo judío de la región.

Para Bartov el impulso es claro: al sólo centrarse en el cómo y en el cuánto de su destrucción como pueblo, la Historia ha deshumanizado a los judíos, revictimizándolos. Fueron exterminados y después, en tanto que individuos que vivieron, han sido vueltos a eliminar de la Historia. Han sido borrados.

El libro tiene, así, un propósito de recuperación no de la Historia, sino de la memoria del pueblo judío en Ucrania. Entendiendo el concepto de “Memoria” en el sentido benjaminiano del término: el trato afectivo con un pasado que sigue siendo vinculante para el presente; el famoso cepillado a contrapelo de la Historia.

El objetivo es recuperar el modo de vida de la numerosa población judía de Galitzia. Para ello, como decíamos, Bartov lleva a cabo un viaje por la región del que el libro presenta un informe casi psicogeográfico, flaneurista. El autor nos lleva de paseo por las calles y las casas, por los pueblos y las ciudades, donde habitaban los judíos antes del Holocausto, tratando de reconstruir su vida a partir de unos exiguos vestigios y de los últimos testimonios.

Que los vestigios sea exiguos se debe, denuncia el autor, a la voluntad de Ucraia de equiparar a las víctimas judías con las víctimas del Comunismo, ocultando así, de paso, el papel colaboracionista que, en muchas ocasiones, los patriotas ucranianos tuvieron con los Nazis.

El libro no sólo, por tanto, una constatación del exterminio pasado y presente, sino sobre todo un intento por devolver la dignidad (al rehumanizarlas, al sacar de las frías cifras de las estadísticas a los muertos y devolverlos a los lugares que habitaron, a sus nombres y a sus costumbres) a los judíos de Galitzia que fueron exterminados durante la Segunda Guerra Mundial y que aún padecen hoy la ofensa de haber sido borrados de la Historia, que siempre es oficial y siempre está hecha por los vencedores.

El libro de Bartov nos recuerda que el genocidio no sólo afectó a un pueblo, sino sobre todo a los individuos que componían ese pueblo: personas que perdieron su vida y su tierra, su cultura y su lugar de residencia y que aún hoy permanecen ocultos como víctimas de segunda.

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