“Judas”, de Amos Oz

Reseñamos “Judas”, la última novela de uno de los autores más reconocidos internacionalmente, publicada por Siruela

“Judas”, la última novela de Amos Oz, narra el encuentro de tres personajes solitarios y, de un modo u otro, marcados por el dolor y el desencanto. La acción, que tiene lugar en el recién estrenado estado de Israel de 1959, se centra sobre todo en el joven Shmuel Ash, un estudiante recién abandonado por su novia (que se ha casado con otro) y al que sus padres han dejado de poder pagar los estudios porque la empresa familiar ha quebrado.

Para conseguir dinero y alojamiento, Shmuel responde a una extraña oferta de trabajo consistente en atender y hacer compañía durante varias horas al día al anciano Gershom Wald, en cuya casa, además, debe vivir.

El tercer personaje es el otro habitante de esa casa: la madura, atractiva, misteriosa y solitaria Atalia: una mujer que parece decidida a no dejar que ningún hombre, tampoco Shmuel, entre en su intimidad.

La historia, que hasta ese punto presenta algunas similitudes con “El palacio de la luna” de Paul Auster, se desenvuelve sin embargo a partir de entonces de manera muy distinta, pues aquí, además de narrarnos las relaciones personales que se establecen entre los tres personajes (lo que nos permite asistir al desvelarse del pasado de cada uno de ellos) la novela se bifurca en dos temas, en principio, muy alejados de esa trama: por un lado, la visión de Jesús por los judios* y el papel de judas en la crucifixión, tema de la abandonada tesis de Shmuel y, por otro, la figura de Abravanel: el único líder del sionismo que se opuso tanto a la creación del Estado de Israel como a la guerra del 48 con los árabes.

En este sentido, “Judas” puede ser vista también como la novela de dos traidores, pues tanto Judas para el cristianismo como Abravanel para los judios aparecen como la personificación de la traición. La tesis de Shmuel, que es la del libro, es que en ambos casos los pueblos han juzgado muy equivocadamente a ambos personajes, pues Judas, sostiene, fue el discípulo que más creyó en la divinidad de Jesus (y fue la culpa lo que le empujó al suicidio) y Abravanel fue el único que creyó en la paz y trató de sostener la cordura.

Entrelazando estas tesis, como decíamos, con la historia de Wald, Shmuel y Atalia, la novela avanza hacia un final que, por lógica, no puede ser tal, puesto que antes o después los personajes, destinados a ello por su carácter, habrán de continuar con su vida solitaria.

Si el gran logro de la novela es el de proponer una tanto una visión alternativa de judas como una alternativa de la creación de Israel (es decir: la apología de dos traidores), quizás su defecto principal sea la propia ilación que a veces hay entre las partes centradas en los personajes (más narrativas) y las centradas en esos dos traidores (más ensayísticas).

Con todo, Oz conoce lo suficientemente bien el oficio de novelista como para salir más o menos airoso. La obra, construida con capítulos muy breves, se lee con ligereza y la trama de la relación entre Wald y Shmuel y este y Atalia es lo suficientemente atractiva como para que el interés nunca decaiga.

Quizás, lo que ocurra es que esperásemos más de un autor que ha escrito algunas de las mejores páginas de la narrativa contemporánea. Pero si se le compara con otros escritores, en lugar de con él mismo, sin duda Amos Oz sale de nuevo ganando.

*Resulta curioso que justo al tiempo que esta novela, Trotta publique “Jesús y el judaismo”, de E.P. Sanders, un libro que abunda en las mismas ideas que defiende Shmuel en la novela.

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