Reseñamos este ensayo sobre la iconografía detrás de la nación española escrito por Tomás Pérez Vejo y publicado por Galaxia Gutenberg
A estas alturas no sorprende a nadie escuchar que es el poder, es decir los “vencedores” de cada momento, los que se encargan de reescribir la Historia adaptándola a sus intereses. Para ello resulta necesario contar con la “traición de los historiadores”, un término que ha acuñado el filósofo francés, Julien Benda, al hablar de esas operaciones políticas que buscan remontarse a tiempos inmemoriales para legitimar uno u otro nacionalismo. O como decía recientemente el historiador Santos Julía, se trataría de “nacionalizar el pasado”.
El invento de España como nación surge así en el siglo XIX, según nos cuenta el antropólogo, historiador, sociólogo y politólogo Tomás Pérez Vejo en su libro “España imaginada: Historia de la invención de una nación”. Una obra exhaustiva sobre la iconografía necesaria para buscar la justificación histórica de una España católica, imperial y con deseos de libertad que durante siglos luchó contra el invasor hasta conseguir expulsarlo de la tierra patria.
Gran parte de la política cultural del siglo XIX en España estuvo dedicada a justificar esa historia oficial a través de sus múltiples Exposiciones Nacionales o por medio de encargos hechos directamente a los pintores más conocidos de la época. La Historia o se convierte en oficial o en caso contrario corre el serio riesgo de no ser Historia. Y en esta labor de reescribirla o imaginarla, como dice el historiador Pérez Vejo, se recalcaron unas cosas y se ocultaron otras. Nada nuevo bajo el sol: el franquismo lo hizo y la Transición democrática también. “A lo largo de poco menos de un siglo, los pintores españoles, patrocinados y tutelados por el Estado, imaginaron en el doble sentido de pensar y de dar imágenes, la historia de la nación como un gran epopeya colectiva”. Una epopeya construida en base a estereotipos como Viriato, El Cid, los Reyes Católicos, la Reconquista, exaltando la creación de un gran imperio en manos de los Austrías o el levantamiento del 2 de mayo de 1808 para expulsar a los invasores franceses. Se magnifica el papel de los reyes como forjadores de una nación “basada en la idea de que la soberanía nacional, tanto es su aspecto político como mítico, residía de forma compartida en la Corona y en las Cortes”. “Una nación forjada por la acción de sus monarcas, adalides del catolicismo y de la unidad nacional”.
La “España imaginada” de Pérez Vejo nos habla de todas las obras pictóricas que dan forma a esta historia oficial en un enorme esfuerzo propagandístico, “con una clara voluntad de afirmación nacionalista”, y nos dice como fue, a mediados del siglo XIX, cuando más dinero gastó el Estado y más se pagó por estos cuadros de encargo, cuando todavía no existía un mercado de arte el España, en un momento en el que “el éxito de un pintor no se medía por las ventas a clientes privados sino por las medallas conseguidas en la exposiciones nacionales de Bellas Artes y las compras de sus cuadros por las instituciones públicas”
Para llevar la empresa a buen término había que remontarse a tiempos muy lejanos, fijar la idea de la lucha del pueblo español, identificado con los iberos y los celtas, contra el imperio de Roma. Poco importa que nuestro héroe no fuera español, ni siquiera que su afán no fuera el liberar a la península ibérica del invasor romano: se encarga en 1808 al pintor José Madrazo que pinte un lienzo que se llamará “La muerte de Viriato”. Y lo mismo con Sagunto y Numancia, otras dos grandes gestas. Sí, porque una nación que se precie ha de demostrar que ya desde sus más tempranos orígenes ha luchado por ser independiente. O la figura del Cid. Y la de los Reyes Católicos, para reunificar España, con el episodio estrella de “La rendición de Granada” del pintor Francisco Padilla y Ortíz.
Se busca la exaltación del amor a la patria y para ello se mitifican a personajes como Guzmán el Bueno, convertido en héroe nacional, en la paleta del pintor José Utrera con su “Guzmán el Bueno arrojando por entre las almenas de la muralla el puñal que ha de dar muerte a su hijo”. Poco importa que quien amenazara con dar muerte a su hijo no fuera un jefe musulmán sino un caballero cristiano en las luchas entre la nobleza medieval. La Historia está para ser cambiada, reescrita o imaginada de acuerdo con las ideas dominantes. ¿No les recuerda a nada esta gesta imaginada? Se repetiría en la Guerra Civil española con el general Moscardó, en el sitio de Toledo. O el levantamiento popular del dos de mayo en Madrid, contra el invasor francés, que ni fue tan popular como se dijo, pues apenas arrastró a unos centenares de personas, ni tan heroico, por muy bien que lo reflejara Francisco de Goya en su pintura. ¿Y qué decir de los Reyes? Ni los Austrías ni los Borbones eran muy nacionales que digamos, sino más bien todo lo contrario. Sin embargo se recurre a ellos para mostrarnos su cara más amable. Primero, como los grandes constructores del imperio y más tarde, como los adalides de las artes y las letras. Eso sí, pasan por alto el levantamiento de los Comuneros. Como nos recuerda el historiador Pérez Vejo: “la pintura histórica no solo construye memoria con lo que recuerda sino también, y a veces sobre todo, con lo que olvida” La violencia ejercida en la conquista de Navarra, en la expulsión de los judíos, o contra los propios españoles por parte de la Inquisición, se olvida y omite en esta historia vuelta a pintar del siglo XIX en España.
Un libro interesante, este de Pérez Vejo. Un trabajo exhaustivo y documentado de cómo se puede fabricar la historia de una nación a través de los lienzos de todo un siglo de pintura oficial en España.
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