Sin presente lionel tran

Sin Presente de Lionel Tran

Reseñamos esta obra publicada en España por la editorial Periférica

Lyon, 1989. Un barrio popular, el de la Croix-Rousse. Varios jóvenes desencantados nacidos a comienzos de los años setenta (Chong, Rambo, Candy, Steak, Sida, Kao, Akira…), hijos de aquellos otros jóvenes que protagonizaron Mayo del 68, crean un colectivo: Tabula Rasa, y se aíslan del mundo durante una época: sólo la creación artística dará sentido a sus vidas a partir de ese momento. Tal es su decisión.

Este es el resumen de SIN PRESENTE, un relato realista de un trozo de mundo que se viene abajo. Estamos ante la crónica de una destrucción programada. Y en esa demolición, podemos escuchar voces bajo los escombros. Se trata de las de tantos y tantos jóvenes que ven como de repente se les arrebata el futuro. Jóvenes con el presente enterrado bajo los cascotes, que no salen de su asombro, pues esperaban un mundo mejor. Entre ellos Lionel Tran, el autor de esta novela.

Lionel Tran ha sido un niño de la banlieue de Vaulx-en-Velin. Un niño francés de barrio hecho a sí mismo, nacido en 1971. Un año clave para entender la debacle. Por esa razón la novela de Tran comienza como un relato de su propia vida, penetrando en el oscuro túnel de la crisis económica que entonces ya comenzaba.

Cuando Lionel Tran llega a mundo se estaba preparando el escenario de la catástrofe. Eran los años setenta, los de las matanzas de Sabra y Chatila,  la guerra entre Irán e Irak,  la crisis del petróleo,  la llegada del neoliberalismo a Europa de la mano de Margaret Thatcher con miles de despidos en Inglaterra y Francia, la nefasta influencia de la televisión y de la publicidad  y  la época del individualismo. El principio del fin de la Historia, tal y como adelanto Fukuyama, un ideólogo a sueldo del Pentágono. Lo que más tarde se dio en llamar “el fin de las ideologías” en alusión al final de la confrontación Este-Oeste.  Pero el peor enemigo estaba por llegar. El que uno se crea para justificar sus propias acciones. En este caso fue el del islamismo, que daría paso al terrorismo islámico y al terrorismo económico. Sí, porque al mismo tiempo que se sentaban las bases para este “Nuevo Mundo” que estaban ya diseñando los estrategas occidentales de la mano del gran capital, se firmaba el Tratado de Maastricht y los tres grandes actores de la política mundial- Reagan, Gorbachov y Pablo VI- desmontaban el Muro de  Berlín, dando paso a un poder unipolar que pretendió dominar el mundo.

Lionel Tran era un niño, lo mismo que sus personajes de SIN PRESENTE, un niño ingenuo que soñaba con ser escritor o artista, como tantos otros de sus compañeros de colegio que terminaron enganchados a la droga o a la desilusión y comenzaron a quemarlo todo, comenzando por sus propios barrios. Mientras estos sucesos tenían lugar, nuestros personajes de ficción, una generación sin ideales, interpretan la libertad como un bien supremo, como el primero de sus muchos derechos, ignorantes del esfuerzo que había constado a muchas generaciones intentar torcer el rumbo de la Historia que otros habían escrito  de antemano. Viven en directo, a través de la televisión, los cambios que se van produciendo en el mundo como si se tratara de un videojuego, como si nada les pudiera alcanzar.

Se trata de una generación que no quiere tomar decisiones, que ven la tele escuchando la radio o leyendo un libro mientras se masturban mientras en la pantalla de la televisión aparece un estadounidense pegándose un tiro en la cabeza para protestar por su falta de trabajo.

Este es el retrato que hacen de sus familias: “Nuestros padres son maestros, universitarios, militares, funcionarios. De entre nosotros, dos tercios tienen padres de izquierdas, un tercio no tiene padre, la mayoría de nuestros padres están separados. Nuestros abuelos obreros están prejubilados”. Achacan a sus mayores que no les hubieran enseñado a hacer algo concreto con lo que poder defenderse en la vida,  que les permitieran cultivarse y poder soñar convencidos de que tendrían suerte en el futuro. Son jóvenes con unos altos niveles de conciencia crítica, capaces de actos colectivos que pueden derribar un gobierno pero incapaces de sentarse para organizar la nueva sociedad con la que sueñan. Todo lo confían a la suerte de esa máquina mágica a la que miran día y noche esperando de ella un milagro. Pero  el ordenador tiene un defecto: no sabe pensar.

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