Analizamos esta novela de Manou Fuentes editada por Malpaso
Como en “Un año” de Echenoz, en esta obra francesa asistimos a la huida, también durante casi un año, de un hombre al que se acusa de un crimen que no ha cometido. Pero si en el libro de Echenoz teníamos que esperar hasta el final para saber qué había ocurrido en realidad el día del crimen, en esta obra Manou Fuentes (que parece seguir el consejo de Hitchcock de que nada crea más tensión que mostrar la bomba bajo la mesa y al que se sienta junto a ella, ignorante) a lo que asistimos, fundamentalmente, es al desasosiego del protagonista, Édourad Pojulebe, por demostrar su inocencia mientras trata de pasar desapercibido.
La obra, que tiene, como se puede suponer, mucho de policíaca (tanto en el tema, como en la estructura de capítulos breves y con finales que dejan siempre con ganas de seguir leyendo), tienen también mucho de crítica a esa idea posmoderna de la crisis de la identidad (o de fragmentación de la identidad, y de ahí el título que se le da en castellano) y es, por momentos, y en especial al inicio, una ácida burla del existencialismo francés y de la literatura que generó. En última instancia, lo que subyace bajo aquella crítica y bajo ésta burla no es otra cosa que una visión cristiana del ser cuyo papel en la historia no explicaremos en detalle porque sería tanto como destripar una de sus tramas.
sí diremos, sin embargo, lo siguiente: decía Gaëtan Picon: “no es la pasión lo que destruye la obra de arte, sino la voluntad de probar. La novela debe hablar como la vida misma, no como pedagogo ni predicador”. Aunque es verdad que esta idea dogmática de la novela puede parecer hoy (cuando, por ejemplo, tanto se han acercado novela y ensayo) un poco desfasada, no puede uno dejar de pensar en ella al leer las páginas finales de este libro, donde, como en La Tejonera, pero aquí a través del discurso de un personaje, se nos da un texto que pretende hacer las veces de moraleja.
Respecto a la otra trama, la policíaca, es quizás la que mayor interés tiene. Pojulebe, fugado, obligado a vivir a la intemperie, se acobarda y se envalentona a rachas, mientras trata de desenmarañar la misteriosa muerte de la única persona en toda Francia que se apellidaba como él y que, poco antes de morir, parecía ir a su encuentro.
Ese suspense es el que sostiene una obra amena, que se lee rápido y con ganas y que si triunfa en estas parcelas se sostiene peor, a nuestro parecer, en las otras ya mencionadas de crítica y burla del existencialismo y de la visión posmoderna de la identidad como algo fragmentario. En este últimos aspecto, de hecho, creemos que el último capítulo le hace un flaco favor a una novela que, por lo demás, es hasta ese momento, ya lo hemos dicho, entretenida como pocas que hayamos leído últimamente.
En todo caso, una buena obra para los amantes de la novela de misterio editada, como siempre ocurre con los libros de MalPaso, con un gusto y una calidad que se agradecen.
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