Analizamos la novela que publica Siruela y hablamos con su autor
El retablo contemporáneo que compone Sam Byers en “Idiopatía” tiene tres personajes principales: Katherine, Daniel y Nathan. Amigos en el pasado (y pareja dos de ellos: Katherine y Daniel), los tres han dejado de hablarse hace ya más de un año y han seguido sus vidas sin dejar de preocuparse, en ningún momento por ellos mismos.
Katherine es una nihilista que fuma sin parar y que racionaliza todo hasta el punto de no estar nunca contenta (no digamos ya feliz) con nada. Daniel es un ejecutivo de éxito que tiene una nueva novia y al que le gustaría tener una mejor imagen de sí mismo, aunque nunca llega a conseguirlo (lo que le provoca numerosas enfermedades, seguramente, de carácter idiopático). Natahan, por su parte, acaba de salir del psiquiátrico después de agredirse en un intento desesperado por sentir algo; al llegar a su casa descubre que su madre ha convertido su dolor (el de ella) en leitmotiv de un libro de autoayuda que trata de convencer, a otras madres, de que ellas no tienen ninguna culpa de los desmanes de sus hijos; más aún: que ellas son las víctimas.
Como telón de fondo, una enfermedad bovina que parece encaminada a acabar con todo el ganado de Gran Bretaña y a la que la población urbana no parece prestar mucha atención, más allá de las protestas casi establecidas de algunos pequeños grupos ecologistas, algunos de cuyos miembros más que concienciados, han convertido el “ecologismo” en una identidad urbana más.
En la línea que siguen en España algunos escritores como Olmos, Byers utiliza el personajes de Katherine (y a veces también el de Daniel) para cargar contra lo que ellos consideran tópicos moralistas o bien pensantes de la “progresía”. Pero lo hacen, claro, sin muchos más argumentos que sus rivales, convirtiendo el debate en un intercambio de pullas, chistes y sarcasmos. Posiciones de quienes miran el horror como un suceso televisivo más, sin preocuparse más que por ellos mismos; algo que, por otro lado, hacen en exceso. Así, a Katherine:
Las declaraciones de amor no bastaban para conmoverla, y tampoco las imágenes de, por ejemplo, haitianos hambrientos le llenaban los ojos de lágrimas, como les sucedía automáticamente a otras personas. Las tripas hinchadas de los niños malnutridos, los ojos llenos de moscas, las madres que preparaban tortas con tierra le causaban una ligera repugnancia
Y sin embargo:
Qué tarea tan ardua, qué lucha diaria era estar solo, tener que preguntarse todos los días si ese sería el día, si aquel sería el hombre, si era el mundo el que tenía la culpa de su soledad o era su maquillaje.
Estamos, pues, ante personajes que han convertido los problemas de las (malas) series de televisión en problemas reales y que hacen girar su vida en torno a tales obsesiones: la apariencia física, la compañía sentimental, el ascenso laboral, etc. En suma: en torno al Yo como Tótem; precisamente, en una época en la que nada hay más discutido que la identidad del yo.[1] Y desde luego, tratando de ser auténticos, originales:
—Todos sufrimos —dijo—. El truco está en encontrar la manera de sufrir sin convertirlo en un puñetero cliché
Y uno, que debe ser un bien pensante, no puede hacer otra cosa que sentir un profundo desdén por Katherine y Daniel, por su postureo tan posmoderno y tan del pensamiento débil; y se pregunta si, de verdad, tal actitudes —de seguir existiendo— no serán ya residuales en una clase media europea a la que la crisis ha depauperado; o si acaso somos tan cobardes (tan inmorales) que seguimos festejando nuestro individualismo y nuestro risueño sarcasmo (“ironistas liberales”, que decía Richard Rorty) mientras quienes gobiernan de verdad lo aprovechan para esclavizarnos.
A través de esos personajes detestables y con una prosa eficiente (y desapasionada), Byers —que no usa, precisamente, la pincelada gruesa ni la descripción breve— escruta y describe la maraña de pensamientos y emociones de una clase media, hija del capitalismo tardío, que desearíamos saber enterrada, pero que, como los extraterrestres de Expediente X, aún está entre nosotros.
De esos personajes, de su novela “Idiopatía”, y de muchas más cosas, hemos hablado con el autor, Sam Byers:
Mundo Crítico: Tus personajes se muestran como personas muy neuróticas, terriblemente racionales y permanentemente insatisfechas. ¿Es su mayor problema tener aspiraciones irreales? ¿No persiguen una perfección que es, en realidad, inalcanzable?
Sam Byers: Creo que hay dos cosas en juego. En primer lugar, tienes razón, se trata de personas con expectativas enormemente poco realistas acerca de la felicidad, las relaciones y la vida adulta en general. Pero también quería señalar la idea de que estas expectativas no son necesariamente culpa de los personajes. Creo que vivimos en una época donde parece que hay una plantilla perfecta para cada emoción y reacción. Esa plantilla se refuerza a través de cosas como la autoayuda y las columnas de autoayuda. Así que todos los personajes sienten que están por debajo de la persona que “deberían” ser.
M.C: Mientras leía tu novela, hubo momentos en los que me era muy difícil sentirme identificado con los personajes. Me decía: sus problemas son triviales, tienen sólo “problemas del primer mundo”. En una Europa que ha sido atravesada por la crisis, ¿no temes ser acusado de crear personajes demasiado superficiales?
S.B: Es algo de lo que soy muy consciente, pero veo “Idiopatía” como una novela que se ocupa, precisamente, de ese tipo de narcisismo de los privilegiados. Pensaba en la canción de Morrisey, The Lazy Sunbathers, cuando se anuncia una guerra mundial y todo el mundo sigue tomando el sol. En “Idiopatía” hay una amenaza muy real creciendo por todo el país, pero los personajes están demasiado envueltos en su propia neurosis y sus obsesiones para preocuparse de ella.
M.C: Se está hablando de “Idiopatía” como una novela cómica, pero desde mi punto de vista no hay tanto humor como desesperación (o un humor desesperado). ¿Cuál era tu intención? ¿Tenías en mente hacer una novela cómica? ¿O estamos más bien a una pequeña tragedia cuyos personajes no pueden evitar resultar graciosos?
S.B: Ante ambas. Me resultan muy sospechosas las novelas que se construyen sólo en un registro emocional. No creo que sea realista. La vida está hecha con diferentes estados emocionales y me gustan las ficciones que cubre varios de ellos. Para mí, en última instancia, se trata de un libro triste, pero creo que el humor es sólo otra manera de tratar con esa tristeza
M.C: La misteriosa enfermedad del ganado en su novela, podría funcionar como una metáfora sobre los continuos esfuerzos que hacemos para destruir nuestros recursos naturales.
S.B: Correcto, podría. No lo había pensado de esa manera, pero, definitivamente, se refiere en parte a nuestra falta de conexión con el mundo que nos rodea. En cierto modo, supongo que se reduce a hacer una pregunta: ¿En qué momento estar en contacto con tus sentimientos implica perder el contacto con el mundo físico más amplio que te rodea? ¿En qué momento la autoconciencia se convierte en narcisismo?
M.C: Cuando pienso en el personaje de Nathan, creo que, aunque, en teoría, es el menos integrado en la sociedad, es, de hecho, el único sano o, al menos, el más sano ¿No?
S.B: Estoy completamemte de acuerdo. Mi sensación sobre Nathan es que hay dos diferencias fundamentales entre él y los otros personajes. En primer lugar, mientras los otros personajes piensan continuamente que hay algo malo en ellos o en sus vidas, Nathan ha padecido una genuina experiencia traumática. Y en segundo lugar, él está ahora al otro lado de esa experiencia, mientras que Daniel y Katherine realmente no han cambiado. Creo que eso le da a Nathan un poco más de madurez, una visión un poco más clara.
M.C: Hay muchas críticas en la novela contra los libros de autoayuda. Incluso un personaje aparece leyendo un libro de autoayuda para dejar de leer libros de autoayuda. ¿Son esos libros la nueva religión popular? ¿Es el nuevo “opio del pueblo”?
S.B: Creo que, sin duda, han ocupado un espacio que ha dejado vacante la religión organizada. Pero mi verdadera preocupación es cómo la industria de la llamada autoayuda se ha vuelto tan coporativa. Creo que es bueno que tengamos un lenguaje compartido tan lúcido para las experiencias emocionales, y que la gente esté cada vez más alfabetizada sobre estas cosas. Lo que me parece menos bueno es la cantidad de dinero que se hace a costa de la infelicidad y la insatisfacción de la gente. Se da la preocupante posibilidad de que estemos ante una industria con un interés muy fuerte en alimentar la infelicidad de las personas para luego poder ofrecerles las soluciones.
M.C: Sin revelar el final. Parece que, a pesar de todo, el optimismo prevalece en la novela. La vida continúa, e incluso triunfa, ¿no?
S.B: Bueno, mi idea era que se pudiera leer el final de la novela de maneras muy diferentes, y cómo se lea dependerá en gran medida de la perspectiva personal. Siempre me ha gustado la regla que los escritores de Seinfeld establecen para sí mismos: “ni abrazos, ni aprendizajes.” Estaba muy interesado en que éste no fuera un libro que ofreciera el tipo de conclusiones sencillas, simplistas, que puede encontrarse en, digamos, ¡la literatura de autoayuda!
[1]“Frente al vértigo que siente el sujeto contemporáneo al contemplar su hueco interior, su vacío y sus fracturas ontológicas, siente la necesidad de rellenar el espacio ausente con una ficción identitaria que integre, archipielágicamente, las islas disperas” (Vicente Luis Mora, “La literatura egódica”, 2014)
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