El devorador de calabazas, de Penélope Mortimer

Analizamos esta obra publicada por Impedimenta

Hay libros y relatos (pienso, por ejemplo, en “el infierno tan temido”, de Onetti) que las mujeres podrían usar como una bandera o como un dedo acusador. “El devorador de calabazas”, de Penélope Mortimer, es uno de ellos.

el-devorador-de-calabazasEn la línea de la literatura desarrollada en torno a la no-tan-idílica vida de las amas de casa, pero anterior en el tiempo a la mayoría y, además, con una ingenuidad no exenta de crudeza en su narración de la que carecen obras más actuales, la obra de Mortimer es más una exposición, que una acusación; más una parábola (que no prescinde de cierto tono de desinterés por la propia vida) que un alegato en defensa de la mujer. Y sin embargo es, con todo, una acusación contra el papel que la sociedad reserva a la mujer y un alegato feminista.

Si  las mujeres están hechas (como dice un personaje) para cepillárselas y parir, la venganza de la señora Armitage, heterónimo de la propia Mortimer, consiste en llevar ambas funciones hasta el límite, hasta el agotamiento: pero no de ella, sino de cuantos la rodean. Y para ello, se dedica, una y otra vez, a tener hijos… hasta que la engañan y le cercenan también esa posibilidad; acaso la única que tenía de ser feliz.

La obra consta de dos partes muy diferencias. La primera ocupa del inicio al capítulo 16 y  narra los recuerdos de la señora Armitage, a raíz de su visita a un psicólogo; en realidad, el lector tiene más suerte que el psicólogo a la hora de acceder al pasado de la señora Armitage. Y si para éste todos son excusas y respuestas que, como mucho, contienen medias verdades, el lector accede a un desmenuzamiento del pasado que no prescinde de la compasión, pero que es, sobre todo, el relato casi distante de una partida perdida.

la segunda parte arranca en el capítulo 16 y llega hasta al final narrando la evolución de la vida de la señora Armitage a partir de aquella visita al psicólogo. Visita propiciada por una depresión a la que el señor Armitage (un afamado guionista de cine) responde con un comentario tan cruel que sólo puede ser real:

“¿Crees que superarás este momento de tu vida? Porque lo encuentro de lo más deprimente”

Así pues, “El devorador de calabazas” narra la vida de un ama de casa que sobrevive entre el aburrimiento de las tareas domésticas, unos hijos que ya no la necesitan y un marido adscrito a las tesis realistas, que la engaña siempre que tiene ocasión y que la acabará arrancando lo único que le hace feliz: la maternidad.

Con la certeza de que es imposible comunicar (y por lo tanto compartir) lo que está sufriendo y, sin embargo consciente (gracias a la carta de una desconocida) de que no está sola, es decir, de que su pesar es el pesar de miles, de millones de mujeres cuya “liberación” ha sido más teórica que real, la señora Armitage se enfrenta, sin demasiadas fuerzas ni mucho ánimo, a una sociedad que exige que cada mujer “sea lo que ha de ser”: en palabras de un poema victoriano, al que Virginia Woolf realizó una magnífica crítica, “el ángel de la casa“.

Auténtico roman à clef en su época (la mayoría de lo narrado evoca acontecimientos reales en la vida de Penélope Mortimer), hoy, cuando los hechos referidos son ya muy lejanos y sus protagonistas están muertos, la obra puede, y tal vez debe, leerse como un testimonio de la vida a la que muchas mujeres fueron condenadas durante décadas en la Europa supuestamente progresista. Condena de la que no han podido escapar aún, aunque los elementos que componen la misma (publicidad, belleza, micromachismos, ausencia de conciliación trabajo-familia…) sean hoy otros o hayan mutado para, adaptándose, sobrevivir.

El título, por cierto, procede del trabalenguas o poema Peter, peter pumpkin eater; un texto, no tan infantil o inocente como pueda parecer, sobre un hombre que, como no podía retener a su mujer, la metió en una calabaza.

Una novela, en suma, muy recomendable, que se lee con facilidad (amena) y que, como todo lo que publica Impedimenta, se presenta en una edición agradable, muy cuidada y que incita más aún si cabe a su lectura.

Léanla.

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